Levantarnos para predicar el evangeliopor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-8726-2
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En los últimos dos capítulos, vimos la comisión del evangelio. En este capítulo pasamos a ver el poder del evangelio. Dios no sólo nos ha dado una comisión de predicar Su evangelio; Él también nos ha dado poder para llevar a cabo la comisión que Él nos ha dado. El Nuevo Testamento revela que el Señor nos envía a predicar el evangelio en calidad de aquellos que salen para hacer negocios. Ya que éste es el caso, el Señor tiene que darnos el capital, y este capital es nuestro poder. Por ende, el Señor no sólo nos ha comisionado con el evangelio al mandarnos que lo prediquemos; Él también nos ha dado el poder que nos capacita para predicar el evangelio.
En Lucas 24:47 el Señor les encomendó a los discípulos que fuesen para “que se proclamase en Su nombre el arrepentimiento para el perdón de pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén”. Esto es muy similar a lo dicho en los Evangelios de Mateo y Marcos. Mateo 28:19 dice: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones”. Esto indica que la autoridad que el Señor recibió tenía como meta que los discípulos fuesen e hicieran discípulos a todas las naciones. Marcos 16:15 dice: “Id por todo el mundo y proclamad el evangelio a toda la creación”. Estos tres versículos indican que los creyentes han sido enviados a predicar el evangelio del Señor. Sin embargo, si no leemos cuidadosamente, no veremos que dentro de este encargo tenemos un soporte, el cual es el poder del Señor.
Mateo 28:18 dice: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra”. La autoridad del Señor se menciona aquí, pero no se menciona cómo esta autoridad se relaciona con los discípulos. Es en Lucas 24:49 que el Señor mandó a los discípulos, diciendo: “He aquí, Yo envío la promesa de Mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto”. Esto quiere decir que los discípulos aún no habían recibido el poder como su capital. Por ende, tenían que quedarse y esperar en Jerusalén, y no ir a ningún otro lugar. El Señor envió a los discípulos para que fuesen e hiciesen negocios, así que ellos tenían que esperar a que el Señor les diese su capital, es decir, que derramase lo que había sido prometido por el Padre. Esto iba a ser el poder del evangelio.
Este poder incluye al Dios Triuno: el Hijo, Aquel que derrama, derramó el Espíritu que fue prometido por el Padre. El Padre prometió, el Hijo derramó y el Espíritu fue derramado. Esta promesa que se hallaba en el Antiguo Testamento en Joel (2:28-32) se cumplió en Hechos 2. En Hechos 1 el Señor dijo que en Su ascensión Él cumpliría lo que el Padre prometió al derramar el Espíritu de poder. Cuando los discípulos recibiesen este poder, comenzarían a partir de Jerusalén, irían a Judea y Samaria y luego irían hasta lo último de la tierra (vs. 4-5, 8).
Cuando el Espíritu Santo descendió, los discípulos fueron llenos del Espíritu exteriormente. Ellos eran como quienes estaban llenos de vino nuevo, y todos se volvieron “locos”. Cuando otros los vieron y dijeron: “Están llenos de mosto” (2:13), Pedro y los once discípulos se pusieron de pie y dijeron que no estaban borrachos, sino que tenían al Espíritu que había sido derramado sobre ellos. Luego, ellos comenzaron a predicar el evangelio y, como resultado, tres mil fueron salvos.
Hace dos siglos, la verdad acerca del derramamiento del Espíritu Santo era ignorada por el cristianismo organizado y formal, el cual estaba en degradación. El resultado de esto fue una falta de atención a esta verdad por parte de los cristianos. Por esta razón, hace doscientos años casi nadie hablaba del derramamiento del Espíritu Santo. No obstante, en la historia de la iglesia siempre ha habido creyentes que experimentaron el poder del derramamiento del Espíritu Santo.
En mi estudio de la historia de la iglesia y de las biografías de los santos precedentes, descubrí que después de la Reforma con Martín Lutero, la Iglesia Católica permaneció en un estado de apostasía y muerte, mientras que las iglesias protestantes con el tiempo se volvieron secas y débiles. Fue en tal situación de sequedad y muerte que Dios levantó a los místicos, los que se conocieron como buscadores de la vida interior. Madame de Guyón fue una de éstos. Lo único que enfatizaban era cómo experimentar al Señor interiormente y cómo tomarle como vida. Sin embargo, puesto que descuidaron la obra del Espíritu Santo, no hubo propagación del evangelio.
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