Autoridad y la sumisión, Lapor Watchman Nee
ISBN: 978-0-7363-3690-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Levítico 10:1-7 relata el juicio que Dios trajo sobre Nadab y Abiú, quienes fueron juzgados por no permanecer bajo la autoridad de su padre Aarón. Este tenía dos hijos que servían como sacerdotes en el santuario, los cuales fueron ungidos el mismo día que él. Ellos no debían servir independientemente, sino que debían ayudarle en el servicio de Dios. Ellos no podían hacer nada por su propia cuenta. Pero un día Nadab y Abiú ofrecieron fuego extraño, sin la autorización de su padre. Esto les acarreó el juicio de Dios, y murieron al ser consumidos por fuego. Moisés dijo: “Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré” (v. 3). Dios quería hacer notar que quienes estaban cerca de El no podían ser descuidados. Este castigo fue más severo y estricto que el que infligió al resto del pueblo.
Nadab y Abiú murieron el mismo día. ¿Qué debía hacer Aarón? Ante Dios, él era el sumo sacerdote y la cabeza de su casa; desempeñaba un papel doble. ¿Puede un hombre ocuparse tanto en el servicio a Dios que descuide a sus hijos? Según la tradición judía, cuando un hombre moría, sus familiares debían descubrirse la cabeza y rasgar las vestiduras. Pero Moisés solamente ordenó que los cadáveres fueran sacados del campamento. A Aarón y a su familia no se les permitió descubrirse la cabeza ni rasgar las vestiduras.
La pena y el dolor son sentimientos humanos normales. Pero en este caso, el siervo del Señor no podía expresar su pena, pues si lo hacía, moriría. Este asunto es muy serio. El juicio que un siervo de Dios puede sufrir es diferente al de un israelita común. Un siervo de Dios no puede hacer lo que un israelita común puede hacer. Es entendible y perfectamente lícito que un padre haga duelo por su hijo o que una persona se lamente por su hermano. Pero quienes fueron ungidos por Dios deben santificarse, o sea, mantenerse apartados. Este asunto no se relaciona con el pecado, sino con la santificación. No podemos afirmar que podemos hacer muchas cosas simplemente porque son lícitas y no son pecaminosas. Lo que cuenta no es si las acciones son pecaminosas, sino si nos apartamos o santificamos. Posiblemente esté bien que otros las hagan, pero el siervo de Dios no puede hacerlas ya que él debe santificarse.
Lo opuesto a ser santo es ser común. Santificarnos significa que no podemos hacer lo que todo el mundo hace. El Señor no podía hacer lo mismo que los discípulos. Por lo tanto, podemos decir que quien tiene autoridad no puede hacer lo que les es lícito a sus hermanos. El sumo sacerdote no puede expresar sus emociones, a menos que deje de ser sumo sacerdote. Si es descuidado en este asunto, morirá. Los israelitas murieron por causa del pecado, mientras que los sacerdotes murieron debido que no se separaron. Entre los hijos de Israel, los homicidas debían morir, pero Aarón habría sufrido ese mismo castigo con sólo hacer duelo por sus hijos. ¡Qué gran diferencia! Para ser autoridad es necesario pagar un alto precio.
Aarón ni siquiera pudo salir del tabernáculo. El tuvo que dejar que otros sepultaran a sus dos hijos muertos. Los israelitas no tenían que vivir en el tabernáculo siempre, pero ni Aarón ni sus hijos podían salir de allí. Ellos debían cumplir cuidadosamente lo que Dios les había encomendado. La unción santa nos santificó y nos separó de todas las actividades. Así que, debemos honrar la unción que Dios nos dio. Debemos presentarnos ante El y pedirle que nos separe de los demás. El mundo y algunos hermanos y hermanas pueden expresar afecto a sus parientes, pero la autoridad delegada se aparta para llevar en alto la gloria de Dios. Una persona que tenga la autoridad delegada no puede buscar la comodidad ni aferrarse a sus propios sentimientos. Tampoco se puede rebelar ni ser descuidada. Más bien, debe exaltar a Dios y darle gloria.
El siervo de Dios tiene la unción santa sobre sí, por lo cual debe sacrificar sus emociones y abandonar sus sentimientos aunque sean perfectamente normales. Este es el único camino que nos conduce a ser una autoridad delegada. Todo aquel que mantiene la autoridad de Dios, también debe rechazar sus propios sentimientos y estar dispuesto a renunciar a sus afectos más profundos, sus sentimientos filiales, sus amistades y aun a su amor. Si se enreda en estas cosas, no podrá servir al Señor. Los requisitos de Dios son bastante estrictos. Si uno no renuncia a sus propios afectos, no podrá servir al Señor. Los siervos de Dios se distinguen de los demás, no así las personas comunes. Los siervos de Dios deben santificarse por el bien del pueblo.
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