Manera normal de llevar fruto y de pastorear a fin de edificar la iglesia, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-4643-6
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Hay tres pruebas que determinan si un hermano o una hermana es una persona apropiada. La primera prueba es la vida de iglesia. Aun si alguien es considerado una persona santa y prominente, si no se aviene a la vida de iglesia, tal persona es inadecuada. La segunda prueba es llevar fruto. Es posible estar en la iglesia, avenirse a la vida de iglesia y no tener ningún problema con respecto a la iglesia, pero si no llevamos fruto, también somos personas inadecuadas. Algunos pasan la prueba de la vida de iglesia, pero no pueden pasar la prueba de llevar fruto. La tercera prueba es si se está cuidando de los creyentes más jóvenes. Juan 15 nos habla sobre llevar fruto, y Juan 21 nos habla de apacentar a los corderos (v. 15). Necesitamos cuidar de los corderitos. En la mayoría de las iglesias cristianas existe una gran escasez en cuanto a la predicación apropiada del evangelio. Sin embargo, en algunas iglesias la predicación del evangelio es prevaleciente, pero tienen deficiencias en el cuidado que les prodigan a los nuevos creyentes. Quizás ellos salven y bauticen a cien personas, pero puede ser que solamente permanezcan cinco o seis de ellas. El resto se aleja debido a que no les prodigaron un cuidado apropiado. No debiéramos quejarnos diciendo que los hermanos responsables son inadecuados para satisfacer la necesidad de pastoreo; más bien, debemos culparnos a nosotros mismos. Si cada uno de nosotros cuidara de un creyente joven, el pastoreo entre nosotros sería el adecuado. Sin embargo, muchos de nosotros asistimos con regularidad a las reuniones de la iglesia y pasamos fácilmente la prueba de la iglesia; pero no muchos pasan la segunda prueba, y es aún más difícil pasar la tercera prueba. Aprobar solamente una prueba equivale a recibir una calificación del treinta y tres por ciento, lo cual corresponde a una reprobación. Esto no es nada insignificante.
No llevamos fruto debido a que somos muy descuidados y perezosos y no nos gusta ser disciplinados. Si en verdad estamos en serio con el Señor y queremos llevar fruto, tenemos que pagar un precio. Necesitamos llevar fruto a cualquier costo. Todas las madres saben que dar a luz un hijo no es sencillo. Las mamás no tienen disfrute durante su embarazo; sólo les ocasiona sufrimientos. Éste es el precio que ellas deben pagar para ser fructíferas. Tal vez no deseemos pagar un gran precio, pero Pablo nos dijo: “Yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas” (2 Co. 12:15). Pablo gastó todas sus posesiones materiales, y él mismo se gastó en lo que fuese en espíritu, alma y cuerpo. Si el Señor nos concede Su misericordia y tomamos la carga de llevar fruto, de inmediato veremos que tenemos que pagar un precio. Si estamos dispuestos a pagar el precio, puede ser que uno de nuestros familiares se salve, y tal vez uno de nuestros compañeros de escuela participe en la vida de iglesia.
Llevar fruto es algo que nos obliga no sólo a sacrificarnos, sino también a aprender las lecciones del quebrantamiento. Aun si nuestro cónyuge o nuestros hijos no puedan obligarnos a experimentar el quebranto, el llevar fruto nos obligará a ser quebrantados siempre y cuando estemos en serio con el Señor. Sin embargo, si no queremos ser quebrantados, permaneceremos estériles. Todo pámpano de la vid que lleva fruto sufre el quebranto. Si no experimenta el quebranto, el jugo vital no fluirá hacia él. Nosotros no solamente debemos sacrificarnos, sino que también debemos ser quebrantados. ¿Por qué ninguno de nuestros familiares y parientes políticos han sido traídos a la vida de iglesia? ¿Por qué algunos de los jóvenes no llevan fruto en su escuela? Simplemente se debe a que permanecemos enteros. No debiéramos decir que nuestros parientes no han venido al Señor porque ellos no son tan buenos. Debemos decir que es debido a que permanecemos enteros. Tenemos que ser quebrantados. Es posible que seamos orgullosos y que nunca nos humillemos delante de nuestros parientes políticos. Sin embargo, si hemos de predicar el evangelio de manera viva y prevaleciente, tenemos que ser humildes, correctos, serviciales, celosos y flexibles hacia las personas. Si en cierto momento las personas no están preparadas para hablar con nosotros tocante al evangelio, tenemos que estar dispuestos a gastarnos a nosotros mismos y regresar en otro momento. Esto es un quebrantamiento. Quizás nos guste elegir nuestro propio tiempo y, si eso no es posible, puede ser que se nos olvide hablarle a alguien. Puede ser que en ciertos días no nos resulte conveniente visitar a las personas y que en otros días estemos demasiado ocupados. Luego, el sábado quizás necesitemos descansar, y en el día del Señor necesitemos más descanso. Quizás nos excusemos diciendo: “Trabajo cinco días a la semana, nueve horas al día, y después de trabajar todo el día debo atender a las reuniones de la iglesia. Luego en el día del Señor tengo más de una reunión. ¿Cómo puedo tener tiempo para contactar personas?”. Quizás tengamos una buena excusa cada semana, pero después de cincuenta y dos semanas de excusas habremos desperdiciado todo el año. No debemos excusarnos. Puede ser que tengamos muchos parientes, pero tal vez no hemos conducido a ninguno de ellos al Señor sencillamente porque nos excusamos demasiado. No debemos permanecer enteros. Toda nuestra vida debe ser quebrantada. Si fuésemos quebrantados, nos sería fácil llevar fruto. Aun cuando estamos aquí en el recobro del Señor, nuestra vida cristiana no es normal debido a que el aumento numérico entre nosotros es menos del veinte o treinta por ciento. Por consiguiente, necesitamos pasar por la prueba de llevar fruto.
Cuidar de los corderitos tiene un costo aún más elevado. Dar a luz un hijo no es sencillo, pero criarlo es aún más difícil. Traer un niño al mundo requiere nueve meses de sufrimiento, pero educar a ese niño toma al menos veinte años de sufrimiento. La crianza de un niño es sumamente costosa. Antes de casarse, es posible que una hermana no haya experimentado ningún cambio independientemente de la medida en que otros le hayan ministrado; pero después de que ella se casa y tiene varios hijos, esos hijitos llegan a ser sus mejores entrenadores. Muchas de las cosas que ella no podía hacer ni quería hacer, ahora puede y desea hacerlas. Ella ahora es capaz de hacer todo por amor a sus hijos. Es por esto que me gusta ver casadas a todas las hermanas jóvenes y procreando muchos “entrenadores”. Nada nos puede entrenar tan bien como la vida matrimonial con hijos pequeños. Aun si nadie más puede ayudar a una hermana, sus hijitos la entrenarán, y ella aprenderá las lecciones. Muchas hermanas pueden testificar de esto. La vida cristiana apropiada es una vida matrimonial; por tanto, todos debiéramos engendrar algunos jovencitos y cuidar de ellos. Si no lo hacemos, no somos normales.
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