Economía de Dios y el misterio de la transmisión de la Trinidad Divina, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7101-8
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Consideremos ahora varios versículos del Nuevo Testamento. En 2 Corintios 4:4 leemos: “Cristo, el cual es la imagen de Dios”. Filipenses 2:6 dice: “[Cristo], existiendo en forma de Dios...”. Colosenses 1:15 afirma que Cristo, el Hijo amado de Dios, “es la imagen del Dios invisible”. Y Hebreos 1:3 nos dice que Cristo es la “impronta de [la] sustancia” de Dios. Todos estos versículos claramente nos muestran que Cristo es la imagen de Dios. Por lo tanto, el hecho de que el hombre fuese creado a imagen de Dios significa que fue creado conforme a Cristo. En otras palabras, lo que el hombre creado es interiormente es algo que fue creado absolutamente conforme a Cristo. El principio que debemos seguir para explicar la Biblia correctamente es interpretarla conforme a los hechos bíblicos así como también según el texto bíblico mismo. Según los hechos, Dios creó al hombre conforme a Su imagen, es decir, lo creó conforme a Su mente, parte emotiva y voluntad, y también según el amor, la luz, la santidad y la justicia. Según el texto bíblico, el Nuevo Testamento nos dice que Cristo, el Hijo amado de Dios, es la imagen de Dios. Por lo tanto, Dios también creó al hombre conforme a Cristo. Dios nos creó de esta manera, con la expectativa de que un día recibiéramos y contuviéramos a Cristo.
La manera en que el hombre sería creado fue algo determinado por el concilio de la Trinidad Divina: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Dios dijo: “Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza”. La imagen aquí no se refiere al Padre ni al Espíritu sino al Hijo. Dios creó al hombre conforme a la imagen del Hijo. Al respecto, somos recipientes de Cristo; fuimos creados para contener a Cristo. Si Cristo fuera “cuadrado” y nosotros fuéramos “redondos”, jamás podríamos contenerle. Por lo tanto, Dios nos hizo “cuadrados” así como Cristo. Antes que fuésemos salvos, aun en el momento de nacer, fuimos creados a la imagen de Cristo para ser exactamente iguales a Él, y ser adecuados para recibirle. Por esta razón, en cuanto recibimos a Cristo y fuimos salvos, nos sentimos muy cómodos y a gusto interiormente. Permítame usar el siguiente ejemplo. Cuando usted compra algo en una tienda, el vendedor suele ponerlo en una caja. La caja que el vendedor usa es la precisa, pues no es ni muy grande ni muy pequeña. Esto no es mera coincidencia, ya que la caja fue hecha precisamente conforme a la forma de dicho artículo. Todos los que hemos recibido a Cristo hemos experimentado esa sensación indescriptiblemente placentera de esta correspondencia precisa, pues fuimos creados a Su imagen, y fuimos creados para Él.
¿Cómo entra Cristo en nosotros? Según la revelación neotestamentaria, el Hijo entra en nosotros como Espíritu (Jn. 14:17; 1 Co. 6:17; 15:45; 2 Co. 3:17; 2 Ti. 4:22). Si el Hijo no fuera el Espíritu, no podría entrar en nosotros. Estas verdades se hallan implícitas en Génesis 1:26-27.
Ahora llegamos al segundo pasaje de la Palabra que discutiremos: Juan 14:16-20. Estos cinco versículos cruciales revelan claramente la Trinidad Divina: el Padre, el Hijo y el Espíritu. En los versículos 16 y 17, el Señor dijo: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador [...] el Espíritu de realidad”. Estos dos versículos nos muestran la Trinidad Divina: el Padre, el Hijo y el Espíritu. El Señor dijo que el Espíritu vendría y entraría en nosotros.
El tercer pasaje de la Palabra es Juan 16:13-15. Estos tres versículos nos revelan la transmisión de la Trinidad Divina. Todo lo que el Padre tiene está en el Hijo, y todo lo que el Hijo tiene es dado al Espíritu, y todo lo que el Espíritu tiene es hecho real en nosotros. En estos versículos el Señor dijo: “Cuando venga el Espíritu de realidad, Él os guiará a toda la realidad; porque no hablará por Su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oye, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque recibirá de lo Mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es Mío; por eso dije que recibirá de lo Mío, y os lo hará saber”. La obra del Espíritu Santo consiste primeramente en convencer al mundo; en segundo lugar, como Espíritu de realidad, consiste en guiar a los creyentes a toda realidad, para hacer que todo lo que el Hijo es y tiene sea real para los creyentes. Todo lo que el Padre es y tiene está corporificado en el Hijo (Col. 2:9), y todo lo que el Hijo es y tiene es dado a conocer como realidad a los creyentes por medio del Espíritu (Jn. 16:13-15). Esta acción de dar a conocer es la manera en que el Hijo es glorificado con el Padre. Por lo tanto, todo esto está relacionado con que el Dios Triuno se forje en los creyentes y se mezcle con ellos.
El cuarto pasaje es Mateo 28:19, que dice: “Bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Esto también alude a la Trinidad Divina. En este versículo el Padre, el Hijo y el Espíritu son tres, pero el “nombre” aparece en singular. Esto nos muestra que todos hemos sido bautizados en el nombre único del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El nombre es la totalidad del Ser Divino y equivale a Su persona. Bautizar a alguien en el nombre del Dios Triuno es sumergirlo en todo lo que el Dios Triuno es.
El quinto pasaje es Efesios 2:18, que dice: “Porque por medio de Él los unos y los otros tenemos acceso en un mismo Espíritu al Padre”. Los creyentes judíos y gentiles tienen acceso al Padre por medio de Cristo, quien abolió la ley de mandamientos expresados en ordenanzas, derribó la pared intermedia de separación, eliminó la enemistad para reconciliar a los gentiles con los judíos, y derramó Su sangre a fin de redimir a los judíos y a los gentiles para Dios. Aquí se halla implícita la trinidad de la Deidad. Por medio de Dios el Hijo, quien es el Consumador, el medio, y en Dios el Espíritu, quien es el Ejecutor, la aplicación, nosotros tenemos acceso al Padre, quien es el Originador, la fuente de nuestro disfrute.
El sexto pasaje es Efesios 3:14-19, que dice que el Padre nos concederá el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu, para que Cristo, el Hijo, haga Su hogar en nuestros corazones por medio de la fe, dando por resultado que seamos llenos del Dios Triuno hasta la medida de toda la plenitud de Dios.
El séptimo pasaje es 2 Corintios 13:14, que dice: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. La gracia del Señor es el Señor mismo que se da a nosotros como vida para que lo disfrutemos; el amor de Dios es Dios mismo, la propia fuente de la gracia del Señor; y la comunión del Espíritu Santo es el Espíritu mismo, la propia transmisión de la gracia del Señor junto con el amor de Dios, comunión que nos hace Sus partícipes. Éstos no son tres asuntos separados, sino tres aspectos de una misma cosa, tal como el Señor, Dios y el Espíritu Santo no son tres Dioses separados, sino tres “hipóstasis [...] del mismo y único Dios indiviso e indivisible” (Philip Schaff). El Padre, el Hijo y el Espíritu son las hipóstasis, las sustancias sustentadoras, que componen a este único Dios.
El octavo pasaje es Apocalipsis 1:4-6, que dice: “Gracia y paz a vosotros de parte de Aquel que es y que era y que ha de venir, y de los siete Espíritus que están delante de Su trono; y de Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, y el Soberano de los reyes de la tierra. Al que nos ama, y nos liberó de nuestros pecados con Su sangre, e hizo de nosotros un reino, sacerdotes para Su Dios y Padre”. Aquel que es y que era y que ha de venir es Dios el Padre eterno. Los siete Espíritus que están delante del trono de Dios son el Espíritu operante de Dios, Dios el Espíritu. Jesucristo —“el testigo fiel” con relación a Dios, “el Primogénito de entre los muertos” con relación a la iglesia y el “Soberano de los reyes de la tierra” con relación al mundo— es Dios el Hijo. Éste es el Dios Triuno. Es de parte de este maravilloso Dios Triuno que se imparte gracia y paz a las iglesias. Al comienzo de las otras Epístolas, únicamente el Padre y el Hijo se mencionan, y de ellos la gracia y la paz son dadas a los destinatarios. Sin embargo, aquí el Espíritu se incluye, y de parte de Él gracia y paz son impartidas a las iglesias. Mediante la obra de la Trinidad Divina, no solamente somos hechos un reino para Dios, sino también sacerdotes para Dios (1 P. 2:5). El reino tiene como fin el dominio de Dios, mientras que el propósito de los sacerdotes es expresar la imagen de Dios. Éste es el real sacerdocio (v. 9), cuyo fin es el cumplimiento del propósito original que Dios tuvo al crear al hombre (Gn. 1:26-28).
Éstos son los cuatro asuntos sobresalientes que se revelan en la Biblia: la economía de Dios, la impartición de Dios, la unión de Dios con nosotros y la expresión corporativa de Dios en nosotros.
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