Cristo es contrario a la religiónpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-1012-3
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Debemos aplicar esta verdad a nuestra situación actual. Cuando los jóvenes realizan sus reuniones especiales, les gusta planear la manera y el orden de dichas reuniones. A menudo van a consultar a los hermanos que llevan la delantera para pedirles consejos y comunión en cuanto a la manera en que deben reunirse. En cierto sentido eso es bueno, pero en otro, no lo es. Deben entender que el Señor Jesús está con ellos. Sólo necesitan reunirse con el Cristo presente, quien es el Señor viviente. El les mostrará cómo reunirse. Cuando experimenten Su presencia, El los conducirá, y momento a momento les revelará cómo seguir adelante. A muchos les resulta difícil creer que algún grupo de creyentes se haya reunido bajo tal práctica. En esto podemos ver cuán religiosos seguimos siendo incluso en nuestras reuniones. Tenemos muy arraigado el concepto de que debemos planear de antemano cómo hemos de reunirnos; de modo que cuando iniciamos la reunión, no estamos muy abiertos al Jesús viviente, al Cristo presente. Aún tenemos ciertos conceptos religiosos en cuanto a la manera en que debemos reunirnos.
Al leer en este capítulo el relato de lo que el Señor dijo e hizo, no podemos encontrar ni una pizca de religión. Si comparamos el relato de este capítulo con los del Antiguo Testamento, descubriremos que son muy diferentes entre sí. Existe un gran contraste, porque lo que el Señor dijo e hizo aquí, no se parece en nada a lo que se practicaba en el Antiguo Testamento. Todo es diferente; todo es nuevo. Debemos darnos cuenta de que en nuestros conceptos todavía nos aferramos a muchos principios religiosos. Si nosotros hubiéramos estado allí, le habríamos dicho al Señor Jesús: “Quédate con nosotros cuatro semanas más, por favor. Tenemos muchas preguntas y muchos asuntos que requieren solución. No sabemos cómo seguir adelante. Nos has pedido que vayamos y hagamos discípulos a las naciones, pero no nos dijiste: ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Quién? ¿Cómo? ni ¿Qué?; Oh, Señor Jesús, ¡quédate con nosotros, por favor! Acláranos todas las cosas”. Seamos honestos: ¿no es verdad que nosotros habríamos dicho todo esto?
En estos últimos ocho años muchos me han preguntado: ¿Qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Quién? ¿Cómo? Pero yo siempre les he contestado: “No sé. Consulten al Señor. El lo sabe”. ¿No nos dijo el Señor que El estaría con nosotros todos los días? ¿Qué más queremos? No hay razón para que alguien dijera: “¡No te vayas, Señor!”, pues El nunca se fue y nunca se irá: El está con nosotros todos los días.
Hoy los cristianos piensan que Jesús resucitó, ascendió a los cielos y se quedó allá. Incluso algunos parecen decirle: “Señor, quédate allí en el tercer cielo. No bajes a interferir en nuestras vidas. Permanece allí como el Señor exaltado, y déjanos laborar eficazmente por Ti aquí en la tierra”. Muchos actúan así y dejan al Señor en el cielo. Y cuando se enfrentan a algún problema, entonces ayunan y oran pidiendo al Señor que haga algo por ellos. Pero ésta no es la manera correcta de proceder. Más bien, debemos disfrutar continuamente de la presencia del Señor. Cada vez que nos enfrentemos a una dificultad, lo único que debemos hacer es volvernos a El y decirle: “Oh Señor Jesús, esto no es nuestro problema, sino el Tuyo. Tú estás aquí. Si Tú puedes ir a dormir tranquilamente, entonces nosotros también podemos”.
En el Evangelio de Mateo, el cual muestra lo incompatible que es Cristo con la religión, es sorprendente el hecho de que no se menciona la ascensión de Jesús; esto es muy significativo. Este evangelio no incluye ni un solo versículo que nos muestre que El ascendió a los cielos. Este es un libro que habla de Emanuel, Dios con nosotros (Mt. 1:23). ¿Cómo podría El abandonarnos y ascender a los cielos? ¡El está con nosotros! En este evangelio podemos leer también: “Porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt 18:20). Además: “...Y he aquí, Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del siglo”. La iglesia necesita un Cristo presente. Creemos que el Señor ciertamente está en los cielos, pero ¡aleluya!, El también está continuamente con nosotros, con Su iglesia, pues ahora El es el Cristo resucitado y viviente. Su presencia es muy real y maravillosa. Siempre que nos reunimos, efectivamente sentimos que El está presente. Debemos estar conscientes de ello en todas nuestras reuniones. No debemos verlo solamente como el que ascendió, sino como aquel que está siempre presente. ¡Aleluya! ¡El Señor Jesús está aquí!
Cuando escucho hablar de la llamada “Semana Santa” y de que habrá un “servicio de resurrección”, siempre declaro que para mí, cada día es un día de resurrección y cada reunión es una reunión de resurrección. En cada reunión celebramos al Cristo resucitado. ¿Qué día es hoy? Si hoy es martes, entonces debe ser un martes de resurrección. Para nosotros cada día debe ser un día de resurrección. Cada reunión, por la mañana o por la noche, debe ser una reunión de resurrección, de amanecer, nunca de atardecer, ¡pues tenemos la presencia del Cristo resucitado!
Los cristianos, especialmente en este país, siempre preguntan dónde se encuentra nuestra sede. Quiero decirles que si tenemos alguna sede, ésta se encuentra en la cima del monte de Galilea. Nuestra sede se halla con el Cristo resucitado, en la cima del monte. No tenemos nada religioso. Lo único que tenemos es al Cristo resucitado. ¡Cuánto necesitamos ser librados de los conceptos religiosos! ¡Cuánto nos han envenenado estos conceptos, y todavía muchos de ellos permanecen en nuestra sangre! Si oramos-leemos todos estos versículos y presentamos todos estos asuntos al Señor, aplicándolos a nuestra vida de manera práctica, nos daremos cuenta de cuánto necesitamos todavía ser liberados por el Señor.
En conclusión, lo que tenemos ahora no es otra cosa que el Cristo resucitado. Su autoridad es nuestro poder y Su presencia es nuestro todo. Su presencia es nuestra norma, nuestro credo, nuestra enseñanza y nuestra predicación. En tanto tengamos Su presencia, no necesitamos nada más ni queremos nada más. ¡Gloria al Señor por Su presencia! ¡Aleluya!
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