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Vida cristiana normal de la iglesia, Lapor Watchman Nee

ISBN: 978-0-87083-495-0
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SUS MOVIMIENTOS

Después que los apóstoles fueron llamados por el Espíritu y fueron apartados para la obra por los miembros representantes del Cuerpo, ¿qué hicieron ellos? Necesitamos recordar que aquellos que los separaron, solamente expresaron identificación y acuerdo por medio de la imposición de manos; no tenían autoridad para controlar a los apóstoles. Aquellos profetas y maestros en la base de la obra no asumieron ninguna responsabilidad oficial en relación con sus movimientos, sus métodos de trabajo, ni el suministro de sus necesidades financieras. En ninguna parte de las Escrituras encontramos que los apóstoles estén bajo el control de algún individuo o de algún grupo organizado. Ellos no tenían reglamentos a los cuales tenían que ceñirse ni superior alguno que obedecer. El Espíritu Santo los llamó y ellos siguieron Su dirección y guía; sólo El era su director.

En los capítulos trece y catorce de Hechos encontramos el primer registro bíblico de los movimientos misioneros. Aunque hoy en día los lugares que visitamos y las condiciones que encontramos sean sumamente diferentes de aquéllos del relato en las Escrituras, sin embargo, en principio la experiencia de los primeros apóstoles bien puede servir como ejemplo para nosotros. Veamos por un momento estos dos capítulos.

“Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo, descendieron a Seleucia, y de allí navegaron a Chipre. Y llegados a Salamina, anunciaban la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Tenían también a Juan de ayudante. Y habiendo atravesado toda la isla hasta Pafos, hallaron a cierto mago” (13:4-6). Desde el mismo comienzo, un movimiento constante caracterizó a esos enviados. Un verdadero apóstol es uno que viaja, no uno que se establece en un solo lugar.

“Habiendo zarpado de Pafos, Pablo y sus compañeros arribaron a Perge de Panfilia; pero Juan, apartándose de ellos, volvió a Jerusalén. Ellos, pasando de Perge, llegaron a Antioquía de Pisidia; y entraron en la sinagoga un día de reposo y se sentaron” (13:13-14). (La Antioquía mencionada aquí no es la misma Antioquía de la cual salieron Bernabé y Saulo en su primer viaje misionero). Los apóstoles estaban constantemente de jira, proclamando la Palabra de Dios por dondequiera que iban, pero nada se nos dice del resultado de su trabajo hasta que llegaron a Antioquía de Pisidia. De aquí en adelante hay un desarrollo definido de la obra.

“Y despedida la congregación, muchos de los judíos y de los prosélitos piadosos siguieron a Pablo y a Bernabé, quienes hablándoles, les persuadían a que perseverasen en la gracia de Dios” (13:43). Este es el resultado de un corto período de testimonio en Antioquía de Pisidia: muchos de los judíos y religiosos prosélitos creyeron. Una semana más tarde casi toda la ciudad se reunió para oír la Palabra (v. 44), pero esta respuesta entusiasta por parte del pueblo provocó a celo a los judíos, y ellos se opusieron a los apóstoles (v. 45). En este punto los apóstoles se volvieron a los gentiles (v. 46), “y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna” (v. 48). El sábado anterior cierta cantidad de judíos había recibido la Palabra de vida. Este sábado cierta cantidad de gentiles creyó en el Señor. Así que no mucho después de la llegada de los apóstoles a Antioquía de Pisidia encontramos allí una iglesia.

Pero los apóstoles no argumentaron: “Ahora tenemos aquí un grupo de creyentes. Debemos quedarnos un tiempo para pastorearlos”. Ellos fundaron una iglesia local en Antioquía de Pisidia, pero no se quedaron para edificarla. Continuaron su viaje, predicando la palabra del Señor “por toda aquella provincia” (v. 49). El objetivo de ellos no era una ciudad, sino “toda aquella provincia”. La costumbre moderna de establecerse en un lugar a pastorear un rebaño especial no tiene precedente en la Escritura.

Vino después la persecución (v. 50). Los opositores del mensaje del evangelio expulsaron a los apóstoles de sus costas, y ellos contestaron sacudiendo el polvo de sus pies (v. 51). ¡Muchos misioneros actuales no tienen ningún polvo que sacudir de sus pies! Pero aquellos que no se empolvan, carecen de la característica de un apóstol. Los primeros apóstoles nunca se establecían en hogares cómodos, ni se detenían mucho tiempo para pastorear las iglesias que fundaban. Ellos estaban constantemente viajando. Ser un apóstol significa ser un enviado, es decir, estar siempre saliendo. Un apóstol sedentario es una contradicción de términos. Un verdadero apóstol es aquel que en tiempo de persecución siempre tendrá polvo que sacudir de sus pies.

¿Qué efecto tuvo sobre la iglesia naciente esta partida temprana de los apóstoles? Había allí un grupo de nuevos creyentes, apenas niñitos en Cristo, y sus padres en la fe los desamparaban en su infancia. Argumentaron acaso: “¿Por qué se amedrentaron los apóstoles ante la persecución y nos dejaron sólos a hacerle frente a la oposición?” ¿Acaso les rogaron a los apóstoles que se quedaran un tiempo y cuidaran de su bienestar espiritual? ¿Acaso razonaron ellos: “Si vosotros nos dejáis ahora, seremos como ovejas sin pastor. Si ambos no os podéis quedar, con seguridad por lo menos uno puede permanecer y cuidarnos. La persecución es tan intensa que nunca la pasaremos sin vuestra ayuda”. Cuán asombroso es el relato de las Escrituras: “Y los discípulos estaban llenos de gozo, y del Espíritu Santo” (v. 52).

No había lamentación entre los discípulos cuando los apóstoles se fueron, sino gran gozo. Los discípulos estaban alegres porque conocían al Señor; y bien podían regocijarse, porque la partida de los apóstoles significaba una oportunidad para que otros escucharan el evangelio. Lo que fue pérdida para ellos fue ganancia para Iconio. Aquellos creyentes no eran como los creyentes de hoy, esperando que un pastor se radique para instruirlos, resolver sus problemas, y protegerlos de aflicción. Y aquellos apóstoles no eran como los apóstoles de hoy; ellos eran pioneros, no pobladores. Ellos no esperaban hasta que los creyentes alcanzaran madurez antes de dejarlos. Se atrevían a abandonarlos en plena infancia, porque creían en el poder de la vida de Dios dentro de ellos.

Pero aquellos discípulos no estaban llenos únicamente de gozo; estaban llenos del Espíritu Santo. Los apóstoles podían irse, pero el Espíritu permanecía. Si los apóstoles hubieran permanecido para pastorearlos, no hubiera importado si estuvieran llenos del Espíritu o no. Si hubieran tenido un pastor que les proporcionara luz en cuanto a todos sus problemas, hubieran sentido poca necesidad de la instrucción del Espíritu; y hubieran sentido poca necesidad del poder del Espíritu si hubieran tenido en medio de ellos a uno que tuviese toda la responsabilidad del lado espiritual de la obra mientras ellos atendían el lado secular. En las Escrituras no hay el menor indicio de que los apóstoles deben arraigarse para pastorear a aquellos a quienes ellos han conducido al Señor. Hay pastores en las Escrituras, pero ellos sencillamente son hermanos que Dios ha levantado entre los santos locales para cuidar de sus compañeros en la fe. Una de las razones por la cual tantos conversos hoy en día no están llenos del Espíritu, es que los apóstoles se domicilian en el lugar para pastorearlos y toman sobre sí la responsabilidad que pertenece al Espíritu Santo.

Alabemos a Dios porque los apóstoles prosiguieron a Iconio, por cuanto “creyó una gran multitud de judíos, y asimismo de griegos” (14:1). En un corto tiempo “la gente de la ciudad estaba dividida: unos estaban con los judíos, y otros con los apóstoles” (v. 4). Los salvos obviamente eran una gran multitud puesto que su salida de entre los inconversos afectó tan profundamente al lugar que causó una división en la ciudad. Poco después de que los apóstoles salieron de Antioquía de Pisidia, se estableció una iglesia en Iconio, y aquí, como en el lugar anterior, la oposición fue intensa. Los apóstoles bien podrían haber argumentado que el dejar una gran multitud de recién nacidos en Cristo expuestos a una feroz persecución era cruel, y además, una política equivocada. Pero los apóstoles fueron fieles a su llamamiento apostólico, y partieron hacia “Listra y Derbe, ciudades de Licaonia.” (v. 6) ¿Y qué hicieron cuando llegaron a Listra? Como en los demás lugares, aquí también “predicaban el evangelio” (v. 7), y como en los demás sitios, aquí también hubo oposición y persecución (v. 19). Es difícil calcular el número de creyentes en Listra, pero, juzgando por la observación de que los discípulos rodearon a Pablo (v. 20), debe de haber sido por lo menos media docena, y quizás veintenas o hasta centenares. ¡De manera que ahora hay una iglesia en Listra!

¿Acaso se queda Pablo a pastorearlos un tiempo, o los atiende hasta que siquiera se haya apaciguado la ferocidad de la oposición? ¡No! “Al día siguiente, salió con Bernabé para Derbe” (v. 20). Y nuevamente allí la buena nueva es proclamada y se hacen muchos discípulos (v. 21). ¡Así que otra iglesia es formada! Y con la fundación de una iglesia en Derbe se cierra la primera jira misionera de los apóstoles.

Repasando estos dos capítulos, notamos que un principio fundamental gobierna los movimientos de los apóstoles. Ellos viajan de lugar en lugar, de acuerdo con la dirección del Espíritu, predicando el evangelio y fundando iglesias. En ningún lado los encontramos arraigándose en algún sitio para pastorear e instruir a los conversos, o para tomar alguna responsabilidad local en las iglesias que fundan. En los días de paz los apóstoles estaban de viaje, y lo mismo acontecía en los días de persecución. “¡Id!” fue la palabra del Señor, e “¡Ir!” fue la consigna de los apóstoles. La característica sobresaliente de un enviado es que siempre está en camino.


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