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Cristo que mora en nosotros seqún se ve en el canon el Nuevo Testamento, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4916-1
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CAPÍTULO SEIS

EL CRISTO QUE MORA
EN LOS CREYENTES
SEGÚN SE VE EN HECHOS

Lectura bíblica: Hch. 1:5, 8; 6:3; 7:55; 9:4-5; 11:24; 13:52; 16:6-7

Ya hemos visto en los cuatro Evangelios un poco acerca del Cristo que mora en nosotros. Ahora debemos avanzar al libro de Hechos. Es posible que pensemos que éste es un libro que trata sobre la predicación de los primeros apóstoles. Sin embargo, es simplemente un relato que nos muestra cómo los primeros discípulos eran aquellos que fueron bautizados en el Dios Triuno y que ellos eran personas en quienes vivía el Dios Triuno. El Evangelio de Mateo nos dice que todos los discípulos deben ser bautizados en el Dios Triuno. Luego, el Evangelio de Juan nos dice que este Dios Triuno hoy en día es el Espíritu vivificante que mora en nosotros. Nosotros permanecemos en Él y Él en nosotros.

Ahora en el libro de Hechos vemos que todos los primeros discípulos eran personas que habían sido puestas en el Dios Triuno. Al comienzo de Hechos, todos ellos fueron bautizados en el Espíritu Santo. Ellos fueron puestos en el Dios Triuno. Después de esto, vemos que el Dios Triuno vivía en ellos. El libro de Hechos nos dice repetidas veces que ellos fueron llenos del Espíritu Santo. Eso simplemente significa que estos discípulos eran personas en quienes vivía el Dios Triuno. El Dios Triuno los llenaba y vivía en ellos. Esto nos permite ver claramente que en el libro de Hechos los primeros discípulos fueron bautizados en el Dios Triuno, y por otro lado, el Dios Triuno vivía en ellos como Espíritu vivificante.

CIERTA CLASE DE PERSONAS

Fue así que ellos llegaron a ser cierta clase de personas. Ellos eran personas que tenían a Dios mismo mezclándose con ellos. Sabemos que debemos predicar el evangelio y alcanzar a los incrédulos. Sin embargo, no debemos hacer esto en nosotros mismos. Debemos ser cierta clase de personas que son puestas en el Dios Triuno y son llenas del Dios Triuno. Por un lado, debemos estar en el Dios Triuno, y por otra, necesitamos que el Espíritu vivificante viva en nosotros. Los primeros discípulos eran esta clase de personas.

Ser llenos del Espíritu Santo significa estar en una condición en la cual continuamente somos llenos del Dios Triuno. Ésta era la situación diaria, el andar diario y la condición diaria de los primeros discípulos. En la actualidad, el Espíritu Santo es la realidad plena del Dios Triuno que podemos experimentar, es la verdadera corporificación del Dios Triuno. Cuando estamos llenos del Espíritu Santo, eso equivale a estar llenos del Dios Triuno. Es por ello que el Señor Jesús no les dijo a los discípulos que ellos debían ser predicadores, sino testigos. “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y seréis Mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch. 1:8). Ellos no eran predicadores, sino testigos, debido a que estaban en el Dios Triuno y el Dios Triuno estaba en ellos. Ellos y el Dios Triuno eran uno. En otras palabras, su vivir diario consistía en la experiencia de tener a Jesús morando en ellos; es en esta condición que ellos eran llenos del Espíritu Santo.

SER LLENOS DEL ESPÍRITU SANTO

Muchos cristianos hoy en día se encuentran confundidos y se complican en cuanto al hecho de ser llenos del Espíritu Santo. Ser llenos del Espíritu Santo, según ellos, es bastante difícil. Pero en realidad no es tan difícil; es tan sencillo como respirar. Una vez me preguntaron: “¿Cómo podemos permanecer en Cristo, y cómo Cristo puede permanecer en nosotros?”. Yo les respondí con el ejemplo del aire. Todo el tiempo nosotros estamos en el aire, es decir, rodeados por el aire, y el aire está en nosotros. De la misma manera, hoy en día el Señor Jesús, quien es el Espíritu vivificante, es exactamente como el aire celestial. Nosotros estamos en Él y Él está en nosotros.

En 1 Corintios 1:30 se nos dice claramente que Dios nos puso en Cristo. “Mas por Él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría: justicia y santificación y redención”. El hecho de que estemos en Cristo es algo que Dios ha logrado. Dios nos puso en Cristo y Dios también hizo que Cristo llegara a ser el Espíritu vivificante. Por lo tanto, no es tan difícil ser llenos del Espíritu. Mientras abramos nuestro ser y confesemos todos nuestros pecados, de tal modo que no haya ninguna ofensa en nuestra conciencia, podremos ser llenos del Espíritu. Si confesamos nuestras faltas y aplicamos la sangre a toda nuestra pecaminosidad, estaremos en Cristo y Cristo estará en nosotros. No debemos complicarnos por tantas clases de enseñanzas que hay acerca de lo que comúnmente llaman el bautismo en el Espíritu Santo. Según el relato de la Biblia, ser llenos del Espíritu en realidad es tan sencillo como respirar. Jesús no está lejos de nosotros. Al contrario, Él está muy cerca de nosotros. Nosotros sabemos que Él mora en nuestro espíritu. Él está esperando que nosotros nos abramos a Él y le demos cabida en nuestro ser. Cuánto más cabida le demos a Él en nosotros, en esa misma medida Él nos llenará. Lo único que necesitamos es abrir nuestro ser a Él y confesar de manera minuciosa todo lo que Él condene o considere pecaminoso. Después debemos aplicar Su sangre, la cual nos redime y limpia. Si hacemos esto, y continuamos invocando Su nombre, espontáneamente estaremos en Él y espontáneamente Él nos llenará. Entonces nuestra situación será como la que se describe en el libro de Hechos, es decir, estaremos llenos del Espíritu Santo.

Supongamos que usted es un cristiano que ama al Señor, pero no está dispuesto a someterse a Su disciplina. Aunque hay algunas cosas pecaminosas en su vida, usted no las confiesa al Señor ni aplica Su preciosa sangre para ser limpiado. En ese caso, usted estará separado de Él. La electricidad es un buen ejemplo de esto. Nosotros aplicamos la energía eléctrica al activar el interruptor apropiado. Sin embargo, si el cable eléctrico se separa del punto de contacto, no habrá ninguna posibilidad de que reciba la energía eléctrica. Lo mismo sucede con el Señor. Aun si se produce un pequeño aislamiento, esto nos impedirá recibir el poder celestial. Si tomamos medidas con respecto a este aislamiento, seremos introducidos en el fluir del poder.


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