Levantarnos para predicar el evangeliopor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-8726-2
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Debido a la influencia de John Wesley y George Fox, el movimiento pentecostal surgió rápidamente. Este movimiento tenía como meta principalmente romper con las viejas reglas y utilizar el medio de gritar para ser liberados. Comparado con los primeros días, el movimiento pentecostal actual es más ordenado. En cierta ocasión el hermano Nee y yo fuimos a una reunión pentecostal. Vimos que algunos de ellos saltaban, algunos gritaban, algunos vociferaban, algunos se reían y algunos rodaban. Cada uno de ellos hacía lo que prefería sin importarle los demás. Cuando el pastor estaba por hablar, nadie le prestaba atención. No fue sino hasta que el pastor golpeó un gong varias veces que la congregación se tranquilizó. Después de la reunión, yo caminaba a casa junto con el hermano Nee y le pregunté: “¿Qué manera de reunirse fue ésa, con gritos, saltos y el rodarse en el piso?”. La respuesta del hermano Nee me impactó. Él dijo que el Nuevo Testamento no tiene reglas que nos digan cómo tener una reunión.
Ahora han pasado cincuenta años. Estos movimientos, desde los místicos hasta los pentecostales, fueron originalmente reacciones por parte de Dios. Puesto que la iglesia no prestó atención al Espíritu Santo, estas reacciones surgieron. Sin embargo, estas reacciones se excedieron, lo que con el tiempo produjo el movimiento pentecostal con gritos, lenguas, interpretación de lenguas, predicciones, sanaciones y el echar fuera demonios. He visto todas estas cosas. Debido a que muchas de estas prácticas eran falsas, las personas gradualmente dejaron de creer en ellas. No obstante, ésta fue originalmente la reacción de Dios con la intención de que Sus hijos se levantaran y prestaran atención al poder del Espíritu Santo.
¿Qué es el poder del evangelio? El poder del evangelio es el Espíritu Santo. Me preocupa que incluso los santos que están en el recobro del Señor no hayan prestado suficiente atención al Espíritu Santo. En un sentido doctrinal, el Espíritu Santo es un misterio, así como el Dios Triuno es un misterio. Hablando de forma sencilla, el Espíritu Santo es el tercero de la Trinidad Divina y la máxima expresión del Dios Triuno. No podemos explicar cabalmente al Dios Triuno. Él no es el Padre aparte del Hijo; tampoco es el Hijo aparte del Padre y del Espíritu. Ésta es la errónea doctrina tradicional que se enseña en el cristianismo. Según la Biblia, los tres del Dios Triuno siempre están juntos.
Lo dicho por el Señor en Lucas 24:49 indica que el Hijo había de derramar el Espíritu Santo, quien es la promesa del Padre. Cuando leemos la Biblia, muchas veces aceptamos todo por norma y, debido a esto, no estudiamos para hallar las razones detrás de ello. Este versículo revela que el Padre prometió y que el Hijo derramó. Puesto que el Padre pudo hacer la promesa, ¿acaso no podía Él llevar a cabo el derramamiento también? Puesto que el Hijo pudo hacer el derramamiento, ¿acaso no podía Él hacer también la promesa? Por supuesto, Ellos podían hacerlo. Esto sencillamente nos muestra que Aquel que prometió y Aquel que derramó realmente son la misma persona, pero con una distinción. El Padre prometió, y el Hijo derramó lo que había sido prometido. Según Hechos 1:8, lo que el Hijo derramó fue el Espíritu. Sin embargo, Lucas 24:49 nos dice que lo que había de ser enviado, o derramado, era poder y que los discípulos serían investidos de este poder como manto. Según esa afirmación, parece que hay tres: el Padre que prometió, el Hijo que derramó y el Espíritu que descendió. Realmente, no son meramente tres, sino triuno: Aquel que prometió era Aquel que derramó, y Aquel que derramó era Aquel que descendió. Los tres son uno solo. Por ende, el Espíritu, Aquel que desciende, es el Dios Triuno.
Antes de la encarnación, el Dios Triuno no pasó por proceso alguno. En la eternidad pasada, Él creó el universo sin pasar por un proceso. Él habló, y fue hecho; Él mandó, y subsistió (Sal. 33:9). Él dijo: “Haya luz; y hubo luz” (Gn. 1:3). Él dijo que había de existir los cielos y la tierra, y los cielos y la tierra fueron producidos. No fue sino hasta hace dos mil años, cuando Él se hizo carne, que el Dios Triuno comenzó a pasar por varios procesos. Primero, Él entró en el vientre de la virgen María, donde fue concebido, y luego, Él nació como “lo santo” (Lc. 1:35). En el pasado quizás pensamos que Aquel que se hizo carne era solamente el Hijo. Sin embargo, Isaías 9:6 dice claramente que el niño nacido en el pesebre era el “Dios Fuerte”, el Dios Triuno. Éste es el primer proceso por el cual pasó el Dios Triuno.
Puesto que Dios es todopoderoso, y todo lo que Él dice llega a existir, ¿por qué no se hizo hombre instantáneamente? Más bien, Él vino y permaneció en el vientre de una virgen por nueve meses y luego nació. Después, Él creció pasando de infante a adulto, así como cualquier ser humano normal. Además, el proceso de Su crecimiento no fue sencillo. Por treinta años Él practicó la carpintería en la casa de un carpintero pobre. Los judíos necios pensaban que Dios estaba en el templo, así que iban allí para adorar y servir a Dios al quemar incienso y ofrecer sacrificios. En realidad, Dios no estaba en el templo; Él era un carpintero en Nazaret. El Dios todopoderoso se hizo un humilde carpintero llamado Jesús. Esto era difícil de creer para los judíos y tropezaron por causa de ello.
A la edad de treinta años, mientras el Señor Jesús comenzaba a ministrar, en el sentido económico el Espíritu de Dios descendió sobre Él para ser Su poder. En calidad de Dios Triuno, Él ya tenía el Espíritu Santo en Su interior. Sin embargo, para Su ministerio, Su obra, aún necesitaba que el Espíritu descendiera sobre Él como Su poder. En Sus tres años y medio de ministerio, el Señor Jesús llevó una vida extraordinaria en la cual Dios fue expresado. Luego, fue crucificado en la cruz, entró al sepulcro y descendió al Hades. Él permaneció allí por tres días y logró algo adicional, y luego Él salió en resurrección. La Biblia nos dice que en Su resurrección, el postrer Adán, el carpintero humilde, llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Por ende, en la noche de Su resurrección, cuando Él fue a donde los discípulos, en realidad Él era el Espíritu. En griego Espíritu y aliento son la misma palabra: pnéuma. Cuando el Señor sopló en los discípulos, Él realmente infundía en ellos Su mismo ser como Espíritu de realidad.
Luego, Él pasó cuarenta días para adiestrar a los discípulos a vivir por Aquel que es maravilloso y misterioso, y a poner en práctica Su presencia invisible. Era difícil para los discípulos verle ir y venir, y no saber lo que estaba sucediendo. En realidad, Su ida era Su venida, y Su venida era Su ida. Él estaba con los discípulos de manera escondida. Cuando surgía la necesidad, Él se revelaba a ellos. Esto tenía como meta adiestrarlos para que ellos aprehendieran Su presencia invisible. Después de cuarenta días, les dijo a los discípulos “que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de Mí” (Hch. 1:4). Luego, ascendió a los cielos desde el monte de los Olivos delante de ellos.
Conforme a lo que dijo el Señor, los discípulos esperaron y oraron por diez días, después de los cuales el Espíritu Santo fue derramado sobre ellos. ¿Quién era este Espíritu Santo? Él era la máxima consumación del Dios Triuno. En este punto el Dios Triuno ya no era sencillo. Treinta años antes, Él era solamente Dios; no tenía humanidad. Él no había entrado al vientre de una virgen y no se había hecho carne. Además, no había pasado por el proceso de muerte, resurrección y ascensión. Sin embargo, ahora el Dios Triuno es diferente. Él tiene divinidad con humanidad, y ha pasado por muerte y resurrección, entró en la ascensión y descendió. Él pasó por un proceso completo para llegar a ser la máxima expresión del Dios Triuno.
Lo que recibimos cuando fuimos salvos fue este Espíritu. Él es el Espíritu de vida en nuestro interior con miras a nuestro vivir. Él también es el Espíritu de poder que está sobre nosotros con miras a nuestra obra. Según la verdad, en la noche de la resurrección del Señor, el Espíritu de vida fue soplado en los creyentes como aliento (Jn. 20:22). Cincuenta días después, en el día de Pentecostés, el Espíritu de poder descendió como un gran viento sobre los creyentes. Para aquel entonces ambos asuntos se habían cumplido y llegado a ser historia. Es en esta coyuntura que Pedro habló con referencia a Joel, diciendo que todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo (Hch. 2:21). Por ende, Dios tuvo que pasar por los procesos necesarios a fin de derramar Su mismo ser, de modo que cuando los hombres invoquen el nombre del Señor, puedan ser salvos. Si Dios no hubiese sido procesado a tal grado, sería imposible que el hombre fuese salvo.
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