Ley y gracia de Dios en Su economía, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-1936-2
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El Cuerpo orgánico de Cristo no tiene, en absoluto, nada del elemento natural humano ni de la obra que el hombre realiza por su propio esfuerzo. En un principio, nosotros éramos hombres de barro; sin embargo, en la Nueva Jerusalén no hay nada de barro, sino únicamente oro puro, perlas y piedras preciosas. Ya que el oro representa la naturaleza divina de Dios, el hecho de que la Nueva Jerusalén sea de oro puro implica que dicha ciudad está constituida por completo de la naturaleza divina de Dios y toma dicha naturaleza como su elemento. Las perlas son producidas por las ostras en las aguas de muerte; esto significa que Cristo entró a las aguas de muerte, fue herido por nosotros y secretó Su vida sobre nosotros para convertirnos en perlas preciosas. Las perlas preciosas no son creadas, sino que son producidas de materiales que fueron transformados. Nosotros fuimos creados de barro, pero después de haber pasado por el intenso calor y la presión ejercida por la obra del Espíritu Santo en nosotros y en nuestras circunstancias, somos transformados en piedras preciosas útiles para el edificio eterno de Dios.
Todos necesitamos pasar por la regeneración y la transformación, y así podemos llegar a ser parte de la Nueva Jerusalén. En Su economía, Dios dispone las personas, cosas y eventos que nos rodean, ordenándolos de una manera maravillosa a fin de que podamos aprender las lecciones de ser quemados y presionados, de modo que seamos transformados en vida. Ya sea en la vida de iglesia o en la vida familiar, todos hemos experimentado tal fuego y presión. Si no hemos sido presionados y quemados, ciertamente seguiremos siendo madera natural, heno y hojarasca, y no podremos ser piedras preciosas para la edificación. A fin de convertirnos en piedras preciosas, necesitamos ser transformados. Apenas argumentamos, ya sea en el hogar o en las reuniones de la iglesia, el fuego se extingue y la presión desaparece; si esto ocurre, seguiremos siendo materiales naturales, y no seremos materiales transformados que sirvan para la edificación.
Si no estamos dispuestos a ser transformados por medio del fuego y la presión hoy, no podremos entrar en la Nueva Jerusalén. En Su economía, Dios ha preparado el reino milenario como una recompensa para los creyentes transformados que hayan vencido. Si somos transformados en vida, al recibir hoy la obra del Espíritu y la disciplina de Dios, seremos recompensados por el Señor a Su regreso, es decir, recibiremos la recompensa del reino y entraremos en su gloria. Los creyentes que no estén dispuestos a ser transformados en vida recibiendo la obra del Espíritu y la disciplina de Dios, serán echados a las tinieblas de afuera cuando el Señor regrese, donde se arrepentirán con llanto y crujir de dientes. El fuego y la presión de hoy, a lo más, durará cien años; pero en el futuro, el fuego y la presión serán diez veces mayor, pues durarán mil años. Esto es lo que la Biblia revela claramente. El cielo y la tierra pasarán, pero ni una jota ni una tilde de las Escrituras pasará (Mt. 5:18). Los vencedores reinarán con Cristo en el reino milenario y recibirán la filiación. Además, ellos servirán a Dios y a Cristo como sacerdotes reales, en la gloria de la manifestación de Cristo. Los vencedores ya serán piedras preciosas en el milenio, mientras que aquellos que han sido derrotados, los materiales naturales que no han sido transformados, estarán en las tinieblas llorando y crujiendo los dientes. Después del milenio, todos los salvos finalmente estarán en la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva. Sin embargo, durante el milenio únicamente los vencedores estarán en la Nueva Jerusalén, pues aquellos que sean derrotados no estarán allí.
El organismo de la Trinidad Divina toma el atributo de unidad de la Trinidad Divina como su propio atributo. Las palabras que el Señor dijo en Juan 17 muestran claramente que el atributo único o singular de la Trinidad Divina es la unidad. Ya que el atributo singular de la Trinidad Divina es la unidad, el atributo singular del organismo de la Trinidad Divina debe también ser la unidad. Si estamos en discordia con los miembros del Cuerpo de Cristo, no estamos en la unidad y contradecimos el atributo único o singular de dicho organismo.
El atributo único o singular de la Trinidad Divina es la unidad (Jn. 17:11, 21b, 22b). En tal atributo de la Trinidad Divina, el organismo de la Trinidad Divina también posee el mismo atributo único (v. 21a, 22b-23). Esta unidad, como atributo de la Trinidad Divina, es llamada la unidad del Espíritu en el Cuerpo orgánico de Cristo (Ef. 4:3-4a). Producir cualquier división en el Cuerpo orgánico de Cristo es insultar y menospreciar al Dios Triuno, cuyo atributo es la unidad (cfr. 1 Co. 1:13a). Crear divisiones es blasfemar contra Dios. Por lo tanto, en Romanos 16:16-17 Pablo era intransigente y firme al decir que debemos fijarnos en aquellos que disienten, que causan divisiones y tropiezos, y que debemos apartarnos de ellos. En este organismo no puede haber divisiones. El atributo esencial de dicho organismo es la unidad.
El producto de la gracia en la economía de Dios es un poema (Ef. 2:10a). Los cielos, la tierra y el hombre, quienes fueron creados por Dios, no son el poema de Dios. En cambio, la iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, es el poema de Dios.
El fruto de la gracia, en la economía de Dios, es un poema que exhibe las superabundantes riquezas de la gracia en la economía de Dios (Ef. 2:7). Estas riquezas, en sus variados aspectos, se mencionan una y otra vez en el Nuevo Testamento, especialmente en las epístolas escritas por Pablo. Dicha gracia es rica, abundante, se multiplica y aumenta.
Nosotros hemos sido salvos por la superabundante y rica gracia, a fin de que llevemos a cabo las buenas obras que Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas (Ef. 2:10b). Las buenas obras para las cuales Dios nos creó no son las que se consideran buenas según nuestro concepto humano, sino que se refieren a las buenas acciones específicas que Dios planeó y ordenó de antemano para que anduviésemos en ellas mientras vivimos en Su organismo. Por una parte, hemos de exhibir la rica gracia de Dios, y por otra, hemos de llevar a cabo lo que Dios predeterminó. Estas buenas obras deben de referirse a hacer Su voluntad para llevar la vida de iglesia y ser el testimonio de Jesucristo.
Ahora que hemos visto las cosas presentadas en estos cuatro mensajes, les pediría que examinemos y consideremos nuestra situación actual. Que el Señor tenga misericordia de nosotros. ¿En qué situación nos encontramos? ¿Qué es la gracia para nosotros? Para el apóstol Pablo todas las cosas eran como basura, y la gracia era Dios en Cristo. Fue por gracia, o sea, por el Señor a quien él experimentaba, que Pablo laboró para el Señor mucho más que todos los apóstoles. Al igual que Pablo, debemos tomar al Dios Triuno procesado y consumado como la gracia en nuestro vivir y en nuestra labor. Nuestro vivir, en su totalidad, debiera ser así; no debiera consistir simplemente en hacer cosas apropiadas o cosas buenas. Tal vivir completo no tiene en absoluto nada que ver con que hagamos lo que es correcto o errado, ni con que hagamos el bien o el mal, sino que es un vivir que se halla por completo en la esfera del Dios Triuno procesado. En tal vivir, tomamos únicamente la vida divina como el principio que nos rige. Todo cuanto procede de la vida divina, es lo que Dios desea; y todo lo que no procede de la vida divina, es rechazado por Dios. Esta vida es la rica gracia que tiene a Dios el Padre como su sustancia, a Dios el Hijo como su elemento y a Dios el Espíritu como su esencia; esta vida es Dios mismo que viene a nosotros para ser nuestra gracia. Este es el vivir que debemos llevar. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos bendiga para que podamos llevar tal vida, a fin de que podamos experimentar la consumación de la gracia de Dios en Su economía.
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