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Vida que vence, Lapor Watchman Nee

ISBN: 978-1-57593-909-4
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CAPITULO DOS

LA VIDA CRISTIANA
QUE SE REVELA EN LA BIBLIA

Lectura bíblica: Ef. 1:3

LA EXPERIENCIA DEL FRACASO

Cuando fuimos salvos, la gracia de Dios llenó de gozo nuestros corazones. En ese entonces nuestra vida estaba llena de esperanza; creímos que desde ese momento todos nuestros pecados quedarían bajo nuestros pies. Pensamos que de ahí en adelante podríamos vencerlo todo. En el momento de nuestra salvación creímos que no había ninguna tentación que fuera tan grande que no pudiéramos vencer, ni dificultad que no pudiéramos superar. Nuestro futuro estaba lleno de una esperanza gloriosa. Por primera vez gustamos la paz del perdón y saboreamos el gozo. Era muy agradable y sencillo tener comunión con Dios. Nos sentíamos llenos de gozo y de felicidad. Aun el cielo estaba más cerca. Nada parecía imposible. En ese entonces pensábamos que cada día sería un día de victoria.

Sin embargo, esta maravillosa condición no duró mucho, y nuestra maravillosa esperanza no se hizo realidad. Los pecados que creíamos se habían ido o que habíamos vencido de repente regresaron. Pensábamos que ya los habíamos dejado atrás, pero volvieron. Nuestro antiguo mal genio regresó; el orgullo volvió; y nuestra envidia apareció otra vez. Tal vez tratamos de leer la Biblia pero fue inútil. Quizás orábamos, pero ese dulce sabor ya no estaba allí. El anterior celo por las almas perdidas se había desvanecido. El amor comenzó a menguar. Algunos asuntos sí habían sido solucionados, pero otros no los pudimos resolver. Nuestra canción diaria se volvió una canción de derrota y no de victoria. Llegamos a experimentar más fracasos que victorias en nuestra vida cotidiana. Comenzamos a sentir un gran vacío interior. Al compararnos con Pablo, Juan, Pedro y con los cristianos del primer siglo, pensábamos que había una gran diferencia entre sus experiencias y la nuestra. No podíamos ayudar a otros; sólo les podíamos hablar del lado victorioso de nuestra experiencia. No podíamos hablarles del lado en que habíamos fracasado. Creíamos que los días de victoria eran pocos, y que los días de fracaso eran numerosos. Vivíamos diariamente en miseria. Esta es la experiencia común de muchos cristianos.

Cuando fuimos salvos pensamos que ya que nuestros pecados habían sido perdonados, nunca regresarían. Creímos que la paz y el gozo que experimentamos permanecerían siempre con nosotros. Lamentablemente, los pecados y las tentaciones regresaron. Las experiencias elevadas llegaron a ser pocas y las experiencias bajas se volvieron comunes. Hubo menos momentos de gozo y los momentos tristes se hicieron más frecuentes. En tal situación, experimentamos dos cosas: por una parte, las tentaciones, el orgullo, la envidia y el mal genio regresan; y por otra, nos esforzamos por reprimirnos. En el momento en que estos pecados regresan, nos esforzamos por refrenarlos e impedir que se manifiesten. Aquellos que logran refrenarse creen haber vencido, y aquellos que no lo logran, viven en un círculo vicioso de fracaso, victoria, pecado y remordimiento. Como consecuencia, caen en profundo desánimo. Poco después de ser salvos reprimen sus pecados de manera consciente, o se resignan pensando que la victoria es imposible. Se vuelven negativos y se desalientan. Por una parte, experimentan algo de victoria; pero por otra, experimentan muchos fracasos. Cuando logran refrenarse, sus pecados se detienen temporalmente; pero cuando caen, ceden al inevitable destino de cometer pecados.

Hermanos y hermanas, quisiera hacerles una pregunta delante de Dios: Cuando el Señor Jesús fue a la cruz, ¿esperaba que tuviéramos la experiencia que vivimos hoy? Cuando fue crucificado, sabía El que nuestra vida sería victoriosa un día y derrotada el siguiente? Sabía El que seríamos victoriosos en la mañana y derrotados en la noche? ¿Son Sus logros en la cruz insuficientes para hacer que le sirvamos en santidad y justicia? ¿Derramó El Su sangre en la cruz con el fin de librarnos del castigo del infierno solamente, mas no del dolor del pecado? ¿Es Su sangre derramada en la cruz suficiente sólo para salvarnos del dolor del pecado eterno en el futuro, sin salvarnos del dolor del pecado hoy? Oh, hermanos y hermanas, no puedo evitar decir “¡Aleluya!”. ¡El Señor lo logró todo en la cruz! Cuando estuvo en la cruz no sólo le puso fin al dolor del infierno sino también al dolor del pecado. El no sólo se acordó del dolor del castigo del pecado, sino también del dolor del poder del pecado. El preparó un camino de salvación para nosotros, que nos hace aptos para vivir en la tierra de la misma manera que El vivió. Hermanos y hermanas, Cristo no sólo acabó con el sufrimiento del infierno, sino que también le dio fin al sufrimiento del pecado. En otras palabras, Su obra redentora no nos dio la posición y la base para ser salvos sólo de una manera superficial, sino también para que fuésemos salvos plenamente. No tenemos que vivir de la manera en que vivimos hoy. Tenemos que decir: “¡Aleluya!” porque hay un evangelio para los pecadores y también un evangelio para “los cristianos pecadores”. El evangelio para los cristianos pecadores se predica de la misma forma que la cruz se nos predicó antes. ¡Aleluya! Hay un evangelio hoy para los cristianos pecadores.


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