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Estudio-vida de Isaíaspor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6375-4
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Actualmente disponible en: Capítulo 19 de 54 Sección 2 de 2

No era una persona reflexiva y cuidadosa,
sino precipitada

Isaías 39 muestra que en lugar de ser una persona reflexiva y cuidadosa, Ezequías era una persona precipitada. Sus oraciones indican que poseía una mente sensata y que era bastante sabio. Sin embargo, después que fue sanado por Dios, cometió una necedad cuando los visitantes de Babilonia vinieron a él trayéndole un regalo. Al recibir su regalo, Ezequías mostró a los visitantes la casa de su tesoro, todo su arsenal y todo cuanto tenía bajo su dominio (v. 2). En esto él actuó neciamente y cometió un grave error. Tal exhibición de estas riquezas, las cuales habían sido acumuladas por los antepasados de Ezequías desde los tiempos de David y Salomón, se convirtió en una tentación para el rey de Babilonia. Poco más de cien años después, el rey de Babilonia vino y arrebató esas riquezas. Ezequías no consideró cuidadosamente sus acciones ni tampoco oró al respecto. Él debía haber sido más cuidadoso, sabiendo que Babilonia era el enemigo de Judá y que, tarde o temprano, el ejército babilónico vendría a destruirlo. Sin embargo, Ezequías no pensó en lo que el rey de Babilonia podría hacer. Esto muestra que Ezequías se condujo precipitadamente, y no reflexionó lo suficiente ni fue cuidadoso.

Se preocupa únicamente por sí mismo

A primera vista, a algunos lectores les podría parecer que Ezequías era alguien que se preocupaba absolutamente por Dios y no por sí mismo. Pero en realidad, Ezequías era muy egoísta. Esto es demostrado por la manera en que él respondió a lo que Isaías le dijo en Isaías 39:5-7. “Entonces Isaías dijo a Ezequías: Oye la palabra de Jehová de los ejércitos: Vienen los días cuando todo lo que está en tu casa, y todo lo que tus padres han atesorado hasta hoy, será llevado a Babilonia; nada quedará, dice Jehová. Y tomarán algunos de tus hijos, que saldrán de ti, que tú has de engendrar, y los convertirán en eunucos en el palacio del rey de Babilonia”. Cuando Ezequías escuchó esto, él respondió a Isaías: “La palabra de Jehová que has hablado es buena [...] Ciertamente habrá paz y verdad en mis días” (v. 8). Esto indica que Ezequías era egoísta.

Más aún, Ezequías era el rey no de un reino mundano, sino del reino de Dios. El reino de Judá en realidad era el reino de Dios sobre la tierra, y Ezequías no debía haberlo considerado como su propio reino. Que Ezequías perdiera su propio reino no sería significativo, pero que Dios perdiera Su reino ciertamente era de gran trascendencia. La respuesta de Ezequías registrada en el versículo 8 indica que él no pensaba en Dios ni en el reino de Dios, y que a él no le importaban ni siquiera sus propios hijos. Él estaba por completo preocupado consigo mismo.

Si no tenemos la perspectiva apropiada de los capítulos del 36 al 39, podríamos pensar que Ezequías era una persona muy buena. Él se enfrentó a dos grandes problemas —la invasión de Asiria y una enfermedad mortal—, y les hizo frente de una manera aparentemente piadosa. Por tanto, podría parecernos que si nosotros también hacemos frente a los problemas de la manera en que lo hizo Ezequías, podemos ser considerados personas muy buenas. Sin embargo, al darnos este ejemplo en estos capítulos, Isaías nos muestra cómo una persona como Ezequías, que fue designado rey en el reino de Dios, una persona piadosa, uno que oraba y recibía respuestas milagrosas de parte de Dios, a la postre no fue un éxito sino un fracaso. Él fracasó debido a que se gloriaba en sí mismo y buscaba sus propios intereses; su yo prevaleció, y él no fue capaz de restringirlo. Por ser una persona egoísta, él cometió un grave error, llegó a ser un fracaso y, finalmente, fue desechado por Dios.

PREGUNTARNOS
QUÉ CLASE DE PERSONA HEMOS DE SER

A la luz de este ejemplo, debemos pasar algún tiempo a solas con el Señor y preguntarnos qué clase de persona hemos de ser. ¿Seremos como Ezequías, quien era una persona precipitada y se preocupaba mucho por sí mismo? Al considerar este asunto, tenemos que aprender a decir: “Señor, no quiero ser ninguna clase de persona; simplemente he de ser nada. Quiero tomarte como mi persona y mi vida, como Aquel que vive en mí para que yo te viva a Ti. Si he de ser alguien, que sea esta clase de persona”. Si todos hacemos tal clase de oración, el recobro del Señor experimentará un gran avivamiento.


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