Estudio-vida de Lucaspor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-1203-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Al revisar retrospectivamente esta genealogía, descubrimos que, de Jesús (Lc. 3:23) a Dios, hay setenta y siete generaciones, en las cuales se ven la historia de la obra creadora de Dios, la caída del hombre, la promesa de Dios y la salvación del hombre: el hombre fue creado por Dios (v. 38; Gn. 1:26-27; 2:7); en Adán el hombre cayó (v. 38; Gn. 3); por medio de Abraham el hombre recibió la promesa de Dios (v. 34; Gn. 12:1-3); y en Jesús, quien es Cristo, el hombre es salvo (v. 23; 2:10-11).
Nos debe impresionar mucho el hecho de que la genealogía del Señor Jesús presentada en Mateo comienza con Abraham y llega hasta Cristo, mientras que la genealogía de Lucas remonta desde Jesús hasta Dios. En la genealogía de Lucas hay cuatro nombres que son especialmente notables: Dios, Adán, Abraham, y Jesús. Fuimos creados por Dios, caímos en Adán, recibimos la promesa de Dios en Abraham, y fuimos salvos en Jesús, quien es Cristo. Por lo tanto, fuimos creados, caímos, recibimos la promesa y fuimos salvos. Podemos alabar al Señor por Dios, Abraham y Jesús. Después de que fuimos creados por Dios y caímos en Adán, recibimos la promesa de la salvación de Dios en Abraham. Luego en Jesús, quien es Cristo, fuimos salvos. Este es un resumen de la genealogía de nuestro Salvador-Hombre.
Nuestro Salvador-Hombre no vino simplemente a salvarnos de una manera objetiva. Más bien, vino a salvarnos al unirse a nosotros. En El tenemos a Dios que se une al hombre. Esta genealogía comienza con un hombre y termina con Dios. ¡Qué maravilla! Debido a que la genealogía del Señor comienza con un hombre y termina con Dios, la cual incluye a Abraham y Adán, ella es verdaderamente única.
Podemos decir que la genealogía del Señor y Su persona son nuestras también. Fuimos creados por Dios, caímos en Adán, recibimos la promesa en Abraham y fuimos salvos en Jesús, quien es Cristo. El Señor estaba en Dios, en Adán y en Abraham. Nosotros también estuvimos en Dios, en Adán y en Abraham, y ahora estamos en Jesús, nuestro Salvador-Hombre.
En 4:1-13 tenemos la prueba del Salvador-Hombre. Lucas 4:1 dice: “Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y era conducido por el Espíritu en el desierto, donde fue tentado por el diablo cuarenta días”. Mateo 4:1 nos dice que el Señor Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado. Después de ser bautizado en agua y ungido con el Espíritu de Dios, Jesús, como hombre, actuaba conforme a la dirección del Espíritu. Ante todo, el Salvador-Hombre ungido fue conducido por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Esta tentación fue una prueba que demostraba que El estaba capacitado para ser el Salvador-Hombre.
La palabra griega traducida diablo es diábolos, lo cual significa acusador, calumniador (Ap. 12:9-10). El diablo, quien es Satanás, nos acusa delante de Dios y nos calumnia delante de los hombres.
En Mateo 6:13 el Señor Jesús enseñó a los discípulos a orar: “No nos metas en tentación”. Sin embargo, el Señor fue conducido por el Espíritu Santo al desierto con el fin de ser tentado por el diablo. El Señor Jesús era fuerte y pudo resistir la tentación. Nosotros, al contrario, no podemos resistir del todo la tentación. No debemos ser orgullosos, pensando que ya que tenemos el Espíritu esencial y el Espíritu económico, ahora somos capaces de resistir la tentación. Tal pensamiento indica que no nos conocemos a nosotros mismos.
El Señor Jesús es el único que puede resistir la tentación del enemigo de Dios. Cuando El estaba en la tierra, era perfecto y fuerte. Por lo tanto, el Espíritu Santo, quien es Dios que llega al hombre, condujo a este hombre perfecto a entrar en tentación para derrotar el enemigo de Dios. Mediante la prueba del Salvador-Hombre, Dios pudo demostrar a Su enemigo, Satanás, el diablo, que hay un hombre que puede resistir la tentación.
El Espíritu Santo nunca nos conducirá a ser tentados por el diablo, porque no somos capaces de resistir la tentación de Satanás. Aunque hemos sido regenerados y hasta cierto punto santificados y transformados, no podemos, sin embargo, resistir la tentación del maligno. Por lo tanto, debemos orar: “Oh Padre, no me induzcas a entrar en tentación”. No importa cuán fuerte nos sintamos, en realidad somos débiles y no podemos resistir la tentación de Satanás. En este universo el único que tiene la humanidad que puede resistir la tentación del enemigo de Dios es el Señor Jesús, nuestro Salvador-Hombre.
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