Estudio-vida de los Salmospor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-0265-4
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Los salmos 42—49, 84, 85, 87 y 88 son los escritos santos de los hijos de Coré. Coré fue el líder de la rebelión contra Moisés y contra Dios (Nm. 16:1-3). Después de unos cuatrocientos setenta años, en los tiempos de David, vivieron el profeta Samuel, el cantor Hemán y otros salmistas, descendientes del rebelde Coré (1 Cr. 6:31-39). Aun los descendientes de un líder rebelde fueron piadosos escritores de salmos, y alababan a Dios en sus escritos santos como constancia para las siguientes generaciones. ¡Vaya gracia!
Es maravilloso que los descendientes de Coré escribieran algo que se convirtiera en parte de la Santa Biblia. Sus escritos santos han venido a ser una constancia para las generaciones. Ellos también fueron fieles en decir a la gente que ellos eran los hijos de Coré, aquel que se había rebelado contra Dios. Esto nos demuestra que todos los salmos fueron escritos basados sobre la gracia infinita de Dios. Los hijos de Coré eran los descendientes, los hijos, de aquel gran pecador y rebelde, Coré; sin embargo ellos se convirtieron en gente santa y escribieron salmos para alabar a Dios. Hoy en día nosotros somos como los hijos de Coré. En un sentido, aún somos pobres pecadores y rebeldes, pero podemos ser aquellos que hablan la santa Palabra.
El punto crucial de Salmos 42—44 es que el salmista suspira por Dios.
El salmista suspiraba por Dios en un tiempo cuando él y su pueblo habían sido despojados y vencidos por las naciones vecinas.
El suspiraba por Dios como la cierva anhela las corrientes de aguas (Sal. 42:1-2).
El salmista también estaba bajo el vituperio y la opresión de los adversarios (42: 3, 9b-10). Salmos 42:3 dice: “Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, mientras me dicen todo el día: ¿Dónde está tu Dios?”
Por un lado, el salmista suspiraba por Dios, por otro, él recordaba el pasado glorioso y agradable cuando conducía las multitudes a disfrutar a Dios en Su casa con Su pueblo. Salmos 42:4 dice: “Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; de cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios, con voz de alegría y alabanza, la muchedumbre en fiesta”.
Este es un muy agradable recuerdo del pasado. Pero me gustaría que consideráramos si hacer esto estaba bien o no. En el cautiverio del salmista, él anhelaba a Dios. Pero por lo menos en su pensamiento, en su consideración, él dejó de anhelar a Dios y fue en pos de otra cosa: el recuerdo del pasado. ¡Qué bueno fue eso, cuán glorioso fue aquello y qué agradable era! El recordó lo maravilloso que era cuando conducía a las multitudes a ascender la cima de Sión para disfrutar a Dios con el pueblo de Dios a fin de festejar juntos con El.
Este era un cuadro agradable del pasado, pero ¿debía él recordar su pasado de esta manera mientras anhelaba a Dios? En realidad, esto era alejarse del anhelo de Dios. El debería haber permanecido en el estado de anhelar a Dios. Es posible que tengamos un tiempo con el Señor en el cual suspiramos por Dios, pero luego algún pensamiento en nosotros nos alejara de suspirar por Dios. Tal vez recordemos cuán maravillosa y placentera era la vida de la iglesia hace muchos años. Esta consideración y recuerdo de nuestro pasado nos distrae del disfrute del Señor.
Salmos 42:4 es un buen versículo, pero se ve que allí hay una mezcla en los sentimientos del escritor de este salmo. No debería haber ninguna mezcla. En vez de eso, sólo debería haber suspiros por Dios y cánticos de “¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor!” Nuestras consideraciones y pensamientos no deberían alejarnos de anhelar a Dios. No deberíamos ser distraídos de Dios por valorar nuestro pasado. Por haberse apartado de anhelar a Dios, los pensamientos del salmista que constituían sus sentimientos, fueron expresados.
El versículo 5 dice: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarte, por la salvación de Su rostro”. El salmista estaba animado por la esperanza que tenía en Dios por la salvación de Su rostro. El salmista animaba a su alma, o sea, se animó a sí mismo. Le dijo a su alma que no estuviera decaída sino que esperara en Dios. El dijo que seguiría alabando a Dios por la salvación de Su rostro.
En ese momento el salmista había sido despojado de casi todo. Había perdido su casa y estaba en cautiverio. ¿Qué podría disfrutar? El podría disfrutar el rostro de Dios. El perdió su casa, su tierra y había sido despojado de su disfrute terrenal. Ahora estaba en cautiverio, pero pudo disfrutar la presencia de Dios, el rostro de Dios. El rostro de Dios se convirtió en su disfrute en el cautiverio. Sin embargo, mientras él disfrutaba la presencia de Dios al anhelar a Dios, él se distrajo con pensamientos diversos. Nosotros también somos así. En el tiempo que pasamos con el Señor es posible que estemos suspirando por El, pero que luego seamos alejados de Dios con pensamientos distrayentes.
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