Revelación básica contenida en las santas Escrituras, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-1-57593-323-8
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Se requiere toda la Biblia para recibir la revelación completa de Dios. Génesis relata la obra creadora de Dios. Luego al final de la Biblia vemos una ciudad santa. Al principio tenemos la creación y al final, una ciudad. Cuando Dios creó, llamó las cosas que no eran, como existentes (Ro. 4:17); sin embargo, una ciudad simboliza algo más avanzado, porque es algo que ha sido edificada. Entonces, en la economía de Dios, primero El creó y luego empezó a edificar.
El pensamiento de la edificación se encuentra en todo el Nuevo Testamento. Jesús le dijo a Pedro, después de que éste había reconocido que El era el Hijo de Dios y el propio Cristo: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (Mt. 16:18). Aquí tenemos el pensamiento de la edificación como se halla en Mateo 16.
En realidad el pensamiento de la edificación comenzó más temprano. Ante los ojos de Dios, aun lo que se llevaba a cabo en los tiempos del Antiguo Testamento era una edificación. En Mateo 21 el Señor usó la parábola de la viña para representar la nación de Israel. Al final de esa parábola el Señor dijo a los líderes judíos que, debido a la infructuosidad de ellos, el señor de la viña daría la viña a otra nación (es decir, a la iglesia) (vs. 33-43). El Señor les dijo: “La piedra que rechazaron los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo” (v. 42). El Señor les decía que ellos eran los edificadores y que El era la cabeza del ángulo, la cual ellos, los líderes judíos, rechazaban. Esta piedra rechazada llegó a ser, bajo la providencia de Dios, la cabeza del ángulo del edificio.
Cristo como cabeza del ángulo es la base del evangelio. Muchos predicadores citan Hechos 4:12, donde dice: “No hay otro nombre ... dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. Sin embargo, debemos darnos cuenta de que Hechos 4:12 se basa en el versículo 11, donde se nos dice que Cristo, la piedra rechazada, llegó a ser la cabeza del ángulo. Esta es el propio Salvador mencionado en el versículo 12. El hecho de que Cristo sea el Salvador se basa en que El sea la cabeza del ángulo, la cual fue rechazada por los edificadores en la economía antiguotestamentaria. Hasta aquel entonces, ante los ojos de Dios los líderes judíos eran los edificadores; el hecho de que la piedra rechazada llegara a ser la cabeza del ángulo es una profecía mencionada en Salmos 118:22. Así que, ante los ojos de Dios, los tiempos del Antiguo Testamento y los del Nuevo han sido el período de Su edificación.
Justamente después de crear, Dios empezó a edificar. Creó con miras a producir materiales para Su edificio. Dios creó el universo y al hombre con el propósito de edificar una ciudad. Crear es llamar las cosas que no son, como existentes. Sin embargo, una ciudad es una edificación de las cosas creadas. Dios tiene dos obras. La primera es la obra de creación, y la segunda es la obra de edificación. La Nueva Jerusalén, una ciudad que es el edificio de Dios, es la conclusión de toda la revelación de Dios.
Dios quiere un edificio, y para obtenerlo, el hombre, quien es el centro de la creación, necesita ser regenerado. El hombre regenerado llega a ser el material para el edificio de Dios. Dios no se impartió en cualquier cosa creada. En la primera creación Dios sopló en el hombre aliento de vida (Gn. 2:7), pero ese aliento no era Su esencia ni Su naturaleza, sólo Su aliento. Ese aliento de vida, neshama (heb.), se convirtió en el espíritu del hombre. Proverbios 20:27 dice: “Lámpara de Jehová es el espíritu (neshama) del hombre”. Nada de la esencia de Dios fue impartido en el hombre sino hasta los tiempos del Nuevo Testamento y el cumplimiento de la obra redentora del Señor Jesucristo. Luego Dios vino a impartir no sólo algo de Sí mismo, sino también El mismo en el hombre para que éste fuera regenerado por El (Jn. 3:5), o sea nacido de El (Jn. 1:12-13).
Cuando nacimos de nuestro padre terrenal, nos fueron impartidas la esencia y la naturaleza de nuestro padre. Ahora somos personas regeneradas, la prole de Dios. Somos hijos nacidos de Dios, y no hijos adoptados por un padre adoptivo. Fuimos engendrados por un Padre engendrador. Todo lo que es el Padre nos ha sido impartido a nosotros Sus hijos.
Lo único que tiene El y que no tenemos nosotros es Su deidad. El es Dios. Aunque nacimos de El, no participamos en Su deidad. Decir que somos deificados en el sentido de poseer Su deidad es pronunciar blasfemia. Le adoramos a El. Nosotros mismos no somos el objeto de la adoración de ningún hombre y nunca podremos serlo. Eso sería blasfemia.
No obstante, debemos decir con denuedo: “¡Aleluya! Tengo la vida de Dios (Col. 3:4; 1 Jn. 5:12) y Su naturaleza (2 P. 1:4). En vida y naturaleza soy semejante a mi Dios, porque nací de El”. Su vida es nuestra vida, y Su naturaleza es nuestra naturaleza. ¡Aleluya! Somos los hijos excelentes de Dios (Ro. 8:16; 1 Jn. 3:1). La última estrofa del Himnos, #287 dice que con respecto a Dios en vida “sin diferir jamás”.
El material natural de la creación no se puede usar para la edificación porque no posee nada de la esencia de Dios. Lo que Dios usa para Su edificio tiene que poseer Su esencia.
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