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Predicar el evangelio en el principio de la vidapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3771-7
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Actualmente disponible en: Capítulo 9 de 14 Sección 4 de 4

NUESTRA PREDICACIÓN REQUIERE MUCHA ORACIÓN

Esto verdaderamente pondrá a prueba nuestra vida de oración. No piensen que salvar un alma es una tarea fácil; requiere de cierta clase de oración. Cuando hayamos orado mucho por cierta persona, ella será salva. Podemos comparar esto a una balanza. La persona se encuentra en un extremo de la balanza y nuestra oración en el otro extremo. Cuanto más oremos, más peso añadiremos, y entonces el peso de las oraciones igualará el peso de la persona, y entonces ella será salva. En lo que se refiere a la predicación del evangelio no existe la suerte. No podemos esperar que las cosas ocurran por suerte; más bien, debemos dedicar mucho tiempo para orar, para arrodillarnos delante del Señor por alguna necesidad. Esto es una verdadera prueba.

NUNCA DEBEMOS TRATAR DE DETERMINAR
CUÁLES SERÁN LOS RESULTADOS
DE NUESTRA PREDICACIÓN

Nadie puede determinar cuáles serán los resultados de nuestra predicación del evangelio. Los hermanos y hermanas que a través de los siglos laboraron mucho en la predicación del evangelio con el tiempo aprendieron una lección. Al principio, trataban de determinar, calcular, cuáles serían los resultados de su obra, pero después de avanzar en el Señor durante veinte, treinta o cuarenta años, llegaron al punto en que dejaron de hacer cálculos. Esto se debe a que los resultados de nuestra obra nunca son claros para nosotros. Hablando con propiedad, jamás podremos saber los resultados de nuestra obra. En nuestra obra de predicación del evangelio, puede ser que laboremos diligentemente para ganar a seis incrédulos para el Señor. Pero finalmente, tres son salvos, mientras que los otros tres siguen en su obstinación. Es posible que al ver que no podemos hacer nada con los que siguen obstinados nos sintamos desanimados. Pareciera que los tres primeros son maravillosos, pero ésa es su condición hoy; es posible que quince años más tarde todos ellos se descarríen. Sin embargo, del segundo grupo de tres, uno podría llegar a ser un apóstol, y dos podrían llegar a ser dos ancianos muy útiles. Si les preguntáramos cómo fueron salvos, probablemente dirían: “La primera vez que escuchamos el evangelio fue hace quince años. En esa época hubo algo que me llamó mucho la atención, pero era muy testarudo. Sin embargo, la sensación que tuve en aquella época permaneció conmigo y, después de muchos años, fui salvo”.

De seis personas que son salvas, es posible que dos sean espiritualmente débiles, y cuatro fuertes. Sin embargo, después de sólo unos años, es posible que los cuatro que eran fuertes lleguen a causar muchos problemas en la iglesia, y que los débiles lleguen a ser muy vivientes con un profundo entendimiento en los asuntos espirituales. Si conociéramos estas historias, nunca trataríamos de determinar cuál será el resultado de nuestra obra. Nuestra responsabilidad es simplemente laborar y orar. En cuanto al resultado, debemos dejarlo todo en las manos del Señor y darle tiempo a las cosas. Nunca podré olvidar lo que C. H. Macintosh dijo: “Únicamente el día en que estemos en la presencia del Señor sabremos cuál fue el resultado de nuestra obra”. La verdadera manera de laborar simplemente consiste en cumplir con nuestra responsabilidad. Nunca trate de anticipar cuál será el resultado. Si hace esto, se desanimará o se volverá orgulloso. Por consiguiente, aprendamos la lección de tener comunión con el Señor, de laborar para Él y de laborar en Él. Esto será suficiente.

ESTAR EN UN MISMO ESPÍRITU
Y PERMANECER UNÁNIMES

Debemos siempre aprender a estar en un mismo espíritu y a permanecer unánimes con los hermanos y hermanas. Ser unánimes, estar unidos en el alma, y ser del mismo ánimo son frases que se repiten varias veces en Filipenses (1:27; 2:2, 20). El capítulo 4 habla de dos hermanas, Evodia y Síntique, las cuales aunque eran muy buenas, tenían un problema: no eran uno en espíritu ni tenían un mismo sentir. Fue por esto que Pablo las exhortó a que tuvieran un mismo sentir en el Señor (v. 2).

Filipenses es un libro sobre la experiencia de Cristo, y junto con la experiencia de Cristo está la predicación del evangelio. Este libro nos dice claramente que la predicación del evangelio es un asunto de comunión. En la comunión lo más necesario es estar en armonía. Usted jamás podrá tocar una melodía agradable en el piano si las teclas no están en armonía. A fin de laborar juntos hombro a hombro debemos estar en armonía. Es posible que alguien sea un beisbolista extraordinario; no obstante, será inútil a menos que permanezca en armonía con su equipo; podría incluso perjudicar a su equipo.

De manera que la verdadera armonía es necesaria, especialmente cuando se trata de predicar el evangelio. Cuanto más tierno y delicado sea algo, mayor será la necesidad de estar en armonía. Así que especialmente necesitamos estar en armonía en lo relacionado con el espíritu, ya que el espíritu es muy tierno y delicado. La vida de iglesia, la vida del Cuerpo, es algo en el espíritu. No debemos pensar que predicar el evangelio es simplemente cierta actividad que realizamos de una manera tosca y burda. No podemos predicar el evangelio de esta manera; en vez de ello, debemos entender que predicar el evangelio es algo que depende de que estemos en nuestro espíritu. Por consiguiente, es imprescindible que tengamos una armonía tierna, no sólo estando en un mismo espíritu, sino también teniendo un mismo parecer y permaneciendo unánimes.

Muchas personas han sido traídas al Señor por cierto hermano. Dicho hermano no es elocuente, pero muchas personas han sido salvas por medio de él. La característica especial de este hermano es que siempre guarda la armonía. Él abre su casa e invita a las personas, pero después, en lugar de hablar la palabra él mismo, invita a otros hermanos para que la compartan. ¡Cuánta armonía, mansedumbre y humildad percibimos en su espíritu! Esto prepara el camino para que el Espíritu pueda convencer a las personas. Si entre nosotros no hay armonía, si no hay ternura ni humildad, no debemos esperar que las personas sean salvas. Simplemente apagaremos al Espíritu que salva. Conocí un grupo de hermanos que se reunían juntos. No eran muy hábiles para predicar, pero exhibían una armonía en la que había ternura y humildad. Ellos no predicaban mucho el evangelio, ni siquiera hablaban mucho, pero las personas eran salvas por medio de ellos. La predicación del evangelio es algo que depende absolutamente de nuestro espíritu, no de nuestra capacidad intelectual ni de nuestros buenos argumentos. Por esta razón, necesitamos la armonía.

Todos los asuntos que hemos mencionado anteriormente requieren que verdaderamente los pongamos en práctica. No podemos esperar recibir algo que sólo provenga de nuestra imaginación. No podemos esperar que hoy haremos algo que resultará muy exitoso, y que al día siguiente podremos dejar de hacerlo y olvidarnos de ello. La predicación del evangelio es algo que debemos practicar por el resto de nuestra vida. Lo que el apóstol dijo en su oración es que el que comenzó en nosotros una buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús (1:6). Por consiguiente, tenemos que seguir avanzando. Debemos orar pidiendo que la buena obra que el Señor comenzó y ha establecido entre nosotros pueda seguir avanzando, y que todos podamos aprender las lecciones. No sólo debemos predicar el evangelio para salvar a otros, para ganar almas para el Señor, sino que además nosotros mismos debemos aprender las lecciones. Entonces seremos edificados juntos por medio de la propagación del evangelio.


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