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Vencedores que Dios busca, Lospor Watchman Nee

ISBN: 978-0-7363-0651-5
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Actualmente disponible en: Capítulo 3 de 8 Sección 4 de 8

IV. ¿QUE OBRA DEBEN REALIZAR LOS VENCEDORES?

Lectura bíblica: Jos. 3:6, 8, 13, 15-17; 4:10-11, 15-18; 2 Co. 4:10-12

La obra que efectúan los vencedores

Cuando pensamos en los vencedores, debemos poner atención a dos cosas: (1) Dios escogió a unas pocas personas como representantes de todo el pueblo que fracasó; (2) El hace que primero esas pocas personas lleven a cabo las órdenes que El da, y luego produce lo mismo en el resto de Su pueblo.

Dios escogió a los israelitas para que fueran un reino de sacerdotes sobre todos los pueblos (Ex. 19:5-6). Pero ellos adoraron el becerro de oro junto al monte Sinaí. Entonces Dios escogió a los hijos de Leví para que hicieran lo que El había ordenado, para que fueran vencedores y para que reemplazaran a los israelitas en el sacerdocio (Ex. 32:15-29).

Dios originalmente quería que todas las tribus de Israel fueran sacerdotes. Pero debido a que adoraron aquel ídolo, hizo que sólo los levitas se encargaran del sacerdocio en lugar de todos los israelitas.

Dios trabaja primero en unas pocas personas y después, valiéndose de éstas, en todo el pueblo. Antes de libertar a los israelitas, Dios tenía primero que libertar a Moisés. Lo sacó de Egipto, antes de sacar a los israelitas. Dios tuvo que obrar primero en David para ganar su corazón, antes de libertar a los israelitas de la mano de los filisteos para hacer de ellos una nación. Todas las metas espirituales se deben alcanzar por medios espirituales. Dios tuvo que hacer una obra en Moisés y en David hasta tal punto que ellos no trataran de cumplir la voluntad de Dios ni tratar de ayudarle por medio de la carne.

El Señor primero llamó a doce personas, luego a ciento veinte, y finalmente estableció la iglesia. Dios permite que pocas personas tomen la responsabilidad que debería tomar la mayoría. El principio aplicado a los vencedores consiste en que Dios permite que unas cuantas hagan algo que traerá bendición para la mayoría. El hace que pocas personas permanezcan en la muerte para que el resto de Su pueblo reciba vida. Dios erige la cruz en sus corazones para que ellos experimenten la operación que ésta lleva a cabo en sus familias y en sus circunstancias. Como resultado, la vida es derramada en otros. Dios necesita canales de vida para verter Su vida en otros.

Permanecen en la muerte
para que otros puedan recibir vida

Dios condujo a los sacerdotes a estar firmes en la muerte para que los israelitas pudieran entrar a la tierra de la vida. Los sacerdotes fueron los primeros en entrar al agua y los últimos en salir. Ellos fueron los vencedores. Hoy Dios busca un grupo de personas que como los sacerdotes de entonces pongan sus pies en el agua, es decir, que tomen la iniciativa de entrar en la muerte. Ellos están dispuestos a ser clavados en la cruz primero, y permanecer firmes en la muerte para que la iglesia encuentre el camino de la vida. Dios tiene que ponernos primero a nosotros en el lugar de la muerte para que los demás reciban la vida. Los vencedores de Dios son los pioneros de Dios.

Los sacerdotes no podían hacer gran cosa solos; sencillamente descendieron hasta la mitad de las aguas llevando en hombros el arca del pacto. Debemos permitir que Cristo sea el centro, vestirnos de El y bajar a las aguas. Los pies de los sacerdotes permanecían en el lecho del río mientras en sus hombros sostenían el arca. Estaban de pie en la muerte, mientras levantaban a Cristo.

El lugar de la muerte es el fondo del río; no es un lugar cómodo, atractivo ni de descanso. Los sacerdotes no estaban allí sentados ni recostados, sino de pie. Si yo me encierro en mi mal genio, Cristo no puede vivir en otros, pero si permanezco en el fondo del río, otros podrán cruzar el Jordán victoriosamente. La muerte opera en mí, pero la vida actúa en los demás. Si yo muero sometiéndome a Dios, la vida actuará en otros y hará que ellos también se sometan a Dios. La muerte de Cristo forja Su vida en nosotros; por consiguiente, sin la muerte no hay vida.

Sostener en hombros el arca del pacto, de pie en el fondo del río, constituye un gran sufrimiento. Los sacerdotes tenían que ser muy cuidadosos. Si se descuidaban, el Espíritu de Dios los podía destruir. Ellos permanecieron en medio del río observando a los israelitas cruzar uno por uno y ellos pasaron después. El apóstol dijo: “Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros”; “hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todas las cosas” (1 Co. 4:9, 13). Pablo deseaba que todos creyeran en el evangelio, pero no como él, pues estaba encadenado (Hch. 26:29). ¿Queremos que hablen bien de nosotros, llevar una vida fácil o ser comprendidos? o ¿deseamos que la iglesia de Dios reciba vida? Ojalá que todos podamos orar: “Señor, permíteme morir para que otros puedan recibir vida”. Dios dijo explícitamente que esto no es fácil. Sin embargo, sólo así El cumplirá Su plan eterno.

Antes de salir del río, los sacerdotes esperaron en el fondo hasta que todo el pueblo de Dios hubo cruzado. No podemos salir de la muerte hasta que el reino llegue. Finalmente, Josué dio esta orden: “Salid del Jordán” (Jos. 4:17). Nuestro triunfante Josué nos dirá que salgamos de las aguas cuando comience el reino.

Muchas personas no son desobedientes, pero no obedecen lo suficiente. Han pagado cierto precio, pero no el precio total. No es que no gasten el dinero ni que no puedan levantar un ejército, sino que no lo hacen como es debido (Lc. 14:25-35). Sin pasar por la cruz, no podemos decir: “Que se haga Tu voluntad”. A mucha gente le gusta el llamado de Abraham, pero no les halaga la consagración que él tuvo en el monte de Moriah.

¿Ha envidiado usted alguna vez la vida fácil que otros llevan? Dios nos deja en el fondo del río para que seamos vencedores y nos encadena para que otros reciban el evangelio. La muerte opera en mí, pero la vida actúa en los demás. Este es el único canal de la vida. La vida que llegó a nosotros pasó por dos conductos: Pablo y Martín Lutero. La muerte del Señor primero nos llena de vida, y luego esa vida fluye hacia otros (2 Co. 4:10-12).

La obra que los vencedores ejecutan consiste en permanecer en la muerte de Cristo para que otros reciban vida. Nosotros necesitamos entender las palabras de la Biblia para poder predicarlas. La luz de la verdad primero se debe volver vida en nosotros antes de que pueda volverse luz para otros. Dios hace que los vencedores primero vean la verdad y la confirmen a fin de obtener a otros, los cuales, a su vez, obedecerán esta verdad. La verdad debe forjarse primero en nosotros y llegar a ser parte de nuestro ser. Debemos primero experimentar la fe, la oración y la consagración, antes de poder decirles a los demás qué son la fe, la oración y la consagración. De lo contrario, solamente tendremos términos vacíos. Dios desea que pasemos por la muerte que da vida a otros. Debemos pasar por los sufrimientos y el dolor a fin de que otros obtengan vida. Para conocer la verdad de Dios, debemos permanecer en el fondo del río. La razón por la cual la iglesia no obtiene la victoria para cruzar al otro lado, a la buena tierra, es la carencia de sacerdotes que permanezcan en el fondo del Jordán. Los que permanecen en el fondo del Jordán harán que otros tengan un corazón que busque a Dios. Si la verdad se forja en nosotros, atraerá a otros a seguirla. Hoy, muchas de las verdades de Dios deben ser forjadas en el hombre. Cuando permitimos que la verdad nos constituya, permitimos que el Cuerpo de Cristo crezca otro centímetro. Los vencedores reciben vida de lo alto para abastecer al Cuerpo.

(27 de enero, por la tarde)


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