Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 079-098)por Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7011-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En 2 Corintios 3:3 la tinta es un símbolo del Espíritu: “Siendo manifiesto que sois carta de Cristo redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo”. El Espíritu del Dios vivo, que es el propio Dios viviente, no es el instrumento para escribir, la pluma, sino el mismo elemento, la tinta, con el cual los apóstoles ministran a Cristo como contenido para escribir cartas vivas que transmiten a Cristo. El escritor de estas cartas no es el Espíritu de Dios; el escritor es los apóstoles. El Espíritu del Dios vivo es la “tinta”, el elemento, la esencia de tal escritura. Esto significa que el Espíritu del Dios vivo es el elemento con el cual son escritas las cartas.
El ministerio de los apóstoles consistía en escribir cartas con el Espíritu vivificante como esencia. Cuanto más los apóstoles le ministraban a uno, más inscribían dentro de uno el elemento del Espíritu vivificante.
En 2 Corintios 3:3 Pablo dice: “Escrita no con tinta”; él no dice: “Escrita no por tinta”. El uso de la preposición con indica que la tinta espiritual, el Espíritu del Dios vivo, es una esencia, un elemento, usado por aquel que inscribe o escribe. El Espíritu no es el escritor ni el instrumento para escribir; más bien, el Espíritu es la esencia, el elemento, la sustancia, usada al escribir. El Espíritu del Dios vivo es la tinta celestial usada por los apóstoles al escribir cartas vivas que transmiten a Cristo. Por tanto, aquí la perspectiva de Pablo respecto al Espíritu es que dicho Espíritu es una esencia usada para escribir las cartas de Cristo.
En Apocalipsis 4:5 el Espíritu está simbolizado por las siete lámparas de fuego que arden delante del trono de Dios, las cuales son los siete Espíritus de Dios. Las siete lámparas de fuego, las cuales son los siete Espíritus de Dios, representan la iluminación y el escrutinio que efectúa el Espíritu de Dios siete veces intensificado. Dios juzgará la tierra por medio de las siete lámparas, es decir, por medio de Sus siete Espíritus, los cuales arden, resplandecen, observan, escudriñan y juzgan. Las siete lámparas aquí se refieren a las siete lámparas del candelero mencionado en Éxodo 25:37 y Zacarías 4:2. En Éxodo 25 y Zacarías 4 las siete lámparas, que representan la iluminación del Espíritu de Dios en el mover de Dios, tienen por finalidad el edificio de Dios. En Apocalipsis 4:5 las siete lámparas tienen por finalidad el juicio de Dios, que resultará en la edificación de la Nueva Jerusalén. Mientras Dios ejecute Su juicio, Su Espíritu siete veces intensificado llevará a cabo Su eterna edificación al escudriñar, iluminar y juzgar.
Las siete lámparas de fuego que arden delante del trono de Dios sirven al propósito de iluminar, escudriñar, poner al descubierto, juzgar e incinerar. Todo esto tiene por finalidad que la administración de Dios sea ejercida. En la actualidad Dios administra Su gobierno al iluminar, escudriñar, poner al descubierto, juzgar e incinerar. Todo lo que no corresponda con la naturaleza de Dios será incinerado por Su fuego. Aunque hemos sido salvos y hemos experimentado cierto grado de transformación, nuestra obra será incinerada si ella es madera, hierba u hojarasca en lugar de oro, plata y piedras preciosas (1 Co. 3:15). Cualquier obra carnal, obra hecha en el nombre del Señor pero que en realidad no tenga nada que ver con Él, será consumida por el fuego. Todo lo que no sea de Dios ni sea según Dios será considerado por Dios como madera, hierba y hojarasca, lo cual será consumido por el fuego. Esta incineración equivale al ejercicio de la administración de Dios. La Biblia revela que Dios es Aquel que incinera (Dt. 4:24; He. 12:29). Todas las cosas que estén fuera de Él o que no correspondan con Su naturaleza, serán incineradas.
Si bien las siete lámparas que iluminan, escudriñan, ponen al descubierto, juzgan y arden han de incinerar todo lo que no corresponda con Dios mismo, ellas también habrán de refinar aquellas cosas que verdaderamente son acordes con la naturaleza de Dios. La escoria se irá al lago de fuego, pero el oro refinado irá a la Nueva Jerusalén. Incluso ahora los siete Espíritu como siete lámparas de fuego que arden delante del trono de Dios están ardiendo, refinando y purificando a fin de que la administración universal de Dios, Su administración gubernamental, sea ejercida.
En Apocalipsis 5:6 tenemos otro símbolo del Espíritu, a saber, los siete ojos del Cordero: “Vi en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, un Cordero en pie, como recién inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete Espíritus de Dios enviados por toda la tierra”. Las siete lámparas son simultáneamente los siete ojos del Cordero. Las lámparas son para iluminar e incinerar; los ojos son tanto para examinar y observar como también para infundir y transfundir. Como Cordero redentor, Cristo tiene siete ojos que examinan y observan a fin de que la administración de Dios sea ejercida. Además, estos siete ojos transfunden en nuestro ser todo lo que el Cordero es, de modo que podamos llegar a ser iguales a Él. Somos transformados al acudir a Él y al ser vistos por Él. A medida que el Señor nos ilumina y nos juzga, Él nos mira, y Sus siete ojos transfunden Su propio ser al nuestro.
Es significativo que en Apocalipsis 5:6 los siete Espíritus sean los siete ojos de Cristo, el Cordero. Los ojos de una persona no pueden ser separados de la persona misma, pues los ojos de una persona son su expresión. Nuestro ser interno es expresado principalmente por medio de nuestros ojos. Asimismo, los siete Espíritus son los siete ojos de Cristo por medio de los cuales Cristo se expresa. Así como una persona es uno con sus ojos, Cristo y el Espíritu son uno. Por tanto, es un error afirmar que el Espíritu está separado de Cristo. Puesto que los siete Espíritus son el Espíritu Santo y también son los siete ojos de Cristo, entonces el Espíritu Santo, quien es los siete Espíritus, no está separado de Cristo. El Hijo es la corporificación del Padre, y el Espíritu es la expresión del Hijo. Los siete ojos de Cristo, los cuales son los siete Espíritus de Dios, son la expresión de Cristo en el mover de Dios para el edificio de Dios. En la actualidad, los ojos de Cristo están sobre nosotros a fin de que podamos ser transformados y conformados a Su imagen con miras al edificio de Dios.
El último símbolo del Espíritu en el Nuevo Testamento es el río de agua de vida: “Me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, en medio de la calle” (Ap. 22:1). Este río de agua de vida es un símbolo de Dios en Cristo como Espíritu, quien fluye en Su pueblo redimido para ser su vida y su suministro de vida. Este río es tipificado por el agua que brotó de la roca hendida (Éx. 17:6; Nm. 20:11) y está simbolizado por el agua que salió del costado traspasado del Señor Jesús (Jn. 19:34). En Apocalipsis 22:1 el agua de vida se convierte en un río que procede del trono de Dios y del Cordero para abastecer y saturar toda la Nueva Jerusalén. Por tanto, como máxima consumación del Dios Triuno procesado, el Espíritu —en calidad de río de agua de vida— es el fluir del Dios Triuno procesado como agua de vida que satisface a Su pueblo escogido a fin de que Él obtenga una manifestación eterna que lo exprese por la eternidad.
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