Experimentamos a Cristo como las ofrendas para presentarlo en las reuniones de la iglesiapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-1188-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Examinemos ahora Deuteronomio 26:9-11. En el versículo 9 dice: “Y nos trajo...” Aunque fueron los hijos de Israel quienes dijeron esto, fue Dios quien los motivó a hacerlo. Dios mandó que todo Israel dijera eso. Pasemos al versículo 10: “Y lo dejarás delante de Jehová tu Dios, y adorarás delante de Jehová tu Dios”. En este versículo, primero viene el comer, luego la adoración. Sin comida, la adoración no sería apropiada. Veamos el versículo 11: “Y te alegrarás en todo el bien que Jehová tu Dios te haya dado a ti y a tu casa, así tú como el levita y el extranjero que está en medio de ti”.
Vayamos a Números 18:12-13: “De aceite, de mosto y de trigo, todo lo más escogido, las primicias de ello, que presentarán a Jehová, para ti las he dado. Las primicias de todas las cosas de la tierra de ellos, las cuales traerán a Jehová, serán suyas; todo limpio en tu casa comerá de ellas”. Las primicias están en aposición al aceite, el vino y el trigo, o sea que las primicias son lo mejor del trigo, del olivo y de la vid. La expresión “serán tuyas” indica que serán de los sacerdotes.
Después de estos pasajes, quisiera presentar un cuadro general de estos alimentos. Primero vemos que los israelitas ofrecían a Dios lo que habían cultivado. Además de cultivarlo, ése era su sustento. Dios les había dado una buena tierra y también la simiente para que la sembraran. Por eso, debían cultivar la buena tierra plantando la simiente que Dios les había dado. La cultivaron, cosecharon los productos, y luego vivieron de ella gracias a los productos que daba. Tenían que apartar la mejor porción de estos productos para Dios. Cuando llegaba el momento de reunirse, es decir, en la fiesta, traían a ella los diezmos que habían apartado para Dios como ofrenda. Así que, ofrecían lo que habían cultivado y lo que los sustentaba. Permítanme añadir algo muy importante. La Biblia enseña que los hijos de Israel no tenían otra actividad. Su único oficio era la agricultura. Labraban la buena tierra que Dios les había dado para extraer de ella el sustento. Podían ofrecer a Dios el diezmo de estos productos para satisfacerlo.
Los productos que cultivaban en la buena tierra provenían de dos reinos: el reino vegetal y el reino animal. Del reino vegetal obtenían tres productos principales: el trigo, del cual hacían harina, los olivos, de los que obtenían aceite, y la vid de la cual sacaban el vino. Del reino animal tenían vacas y ovejas (Dt. 14:22-23). Todos estos artículos tienen mucho significado. La buena tierra es Cristo, y Dios nos la dio. La simiente también es Cristo. Así, Cristo es la tierra y también la simiente. Ahora Dios nos exhorta a cultivar a Cristo plantando a Cristo. Esto es lo que debemos hacer cada día. Entonces obtendremos los productos, los cuales también son Cristo, y de ellos derivamos el sustento. La tierra es Cristo, la simiente es Cristo, y el producto obtenido es Cristo. La tierra es el Cristo que no ha sido labrado todavía; la simiente es el Cristo que aún no ha sido sembrado; y el producto es el Cristo cultivado, sembrado y cosechado. Ese es el único lugar donde debemos comer para sobrevivir. Vivimos por este Cristo que cultivamos, que sembramos en la buena tierra y que llega a ser nuestro producto.
Luego traemos a la reunión la mejor porción, el diezmo, del Cristo que cultivamos, que sembramos, que cosechamos y que disfrutamos, para presentarla a Dios como alimento y para tener un banquete en el que todos los santos coman juntamente con Dios.
Veamos nuevamente las categorías de alimentos. En el mundo animal vemos las vacas y las ovejas. En el reino vegetal, se mencionan el trigo, el aceite y el vino. Tengamos presente que la vida animal constituye la principal fuente de alimentación. Incluso en la actualidad, podemos ver que si uno invita a alguien a comer y le sirve solamente verduras, la persona no estará tan conforme. Antes de que el hombre cayera, Dios le ordenó que comiera verduras, pero después, a partir de Génesis 9, le ordenó que comiese animales inmolados por derramamiento de sangre, porque para entonces el hombre caído necesitaba redención. Sin redención, uno no puede disfrutar nada delante de Dios.
Por lo tanto, Cristo es primeramente el alimento que obtenemos del reino animal con el derramamiento de sangre para eliminar nuestros problemas delante de Dios a fin de que tengamos paz y podamos comer con Dios. En cualquier fiesta, si no hay paz, no se puede comer con alegría. Un banquete alegre se lleva a cabo en un ambiente de paz. El es también el alimento que obtenemos en el reino vegetal. Podemos ver estos dos aspectos en el evangelio de Juan. En el capítulo uno vemos el Cordero de Dios (v. 29), un alimento que forma parte del reino animal. En el capítulo seis el Señor Jesús dijo que El es el pan (vs. 35, 48, 51), y en el capítulo doce afirma que El es el grano de trigo (v. 24). Además, en el capítulo quince El es la vid que produce vino (vs. 1, 5). Así en un solo evangelio vemos alimentos de dos reinos: el Cordero en el reino animal, el trigo y la vid en el reino vegetal. El trigo denota la vida y la suministración de la vida. Los panes y las tortas se hacen con harina de trigo. El sacrificio se compone principalmente de harina de trigo, y se ofrece con relación a la vida y al suministro de vida.
El aceite es producido por el olivo, y denota una especie de vida dirigida por el Espíritu que unge. Además de la vida y del suministro de vida, también existe el Espíritu que nos sustenta. Debemos vivir para Dios por Cristo como nuestro suministro de vida. El aceite, que es el Espíritu de unción, es el poder y el medio por el cual experimentamos esta vida.
El vino que se extrae de la uva alude a lo que es morir para Dios. No sólo estamos destinados a vivir sino también a morir. Esto significa que debemos derramar esta vida que tenemos. Cada día disfrutamos a Cristo como la provisión de vida; vivimos por recibir el aceite de la unción, y al derramar nuestra vida en libación ante Dios.
El incienso es otro producto y representa la vida en resurrección. Por lo tanto, Cristo como trigo es nuestro suministro de vida, y el aceite es el Espíritu que nos unge para sustentarnos. Cada día debemos derramar ante Dios nuestra vida como vino. Entonces tendremos el sabor y la fragancia de la vida de resurrección como incienso. Estos son los artículos con los cuales preparamos nuestro banquete divino. Tenemos a Cristo como el trigo, con el Espíritu de la unción como aceite, y con la vida derramada como vino. Además tenemos la vida de resurrección como incienso. Llevar esta vida significa cimentarnos en Cristo, quien es nuestras vacas y nuestras ovejas. El nos redimió y se convirtió en nuestra comida. Debemos cocinar el banquete divino con todos estos platos.
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