Manera normal de llevar fruto y de pastorear a fin de edificar la iglesia, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-4643-6
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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A fines del siglo XIX y principios del siglo XX, hubo un buen número de organizaciones misioneras que enviaron misioneros al extranjero. La mayoría de estas organizaciones pusieron a prueba los nuevos candidatos, pero no sólo evaluaron su conocimiento de la Biblia. Hudson Taylor fue el fundador de la Misión al Interior de la China, una de las más grandes obras misioneras. Un día él concertó una cita para entrevistar a un joven que había presentado una solicitud. Cuando llegó el solicitante, el señor Taylor le pidió que esperara veinte minutos. Más tarde, cuando estaban por cumplirse los veinte minutos, le mandó razón de que esperara veinte minutos más. Esto ofendió un poco al joven solicitante, pero como aún tenía deseos de ingresar a la misión, ejercitó su paciencia. Luego por tercera y cuarta vez, el señor Taylor le pidió al joven que esperara veinte minutos más. Pero después de la cuarta espera, el joven no pudo aguantar más y se marchó. Ante esto el señor Taylor dijo que era perfectamente correcto que el joven se fuera, pues si hubiera ido a China, le habría tocado esperar mucho más para que una persona fuera salva.
Misiones como éstas fueron la obra del Señor en aquel tiempo para que Su evangelio fuera propagado hasta los confines de la tierra. De niño, yo fui testigo de la situación de los misioneros. Aquellos queridos santos que fueron a los campos misioneros fueron muy disciplinados por el Señor, a fin de que tuvieran un corazón que se interesara por los pueblos paganos, y fue precisamente por ellos —no por su predicación o enseñanza, sino por lo que eran— que muchos fueron salvos. Es difícil imaginar la clase de paciencia, perseverancia y actitud que ellos mostraron para con aquellos paganos incrédulos. Esto conmovió sus conciencias y abrió las puertas para el evangelio.
El país magnífico y antiguo de China era extremadamente conservador en aquel tiempo. El movimiento de los bóxers de 1900 tenía como fin matar a todos los extranjeros del occidente en China y a todos los cristianos chinos que seguían la “religión occidental”. Sin embargo, las personas respetaban a cierto misionero de avanzada edad llamado el señor Corbett. El señor Corbett no hablaba con elocuencia, pero tenía un corazón de amor hacia las personas. Él los amaba a todos y les daba todo lo que él tuviera. Con el tiempo, todos llegaron a conocerlo como un norteamericano que amaba a todos menos a sí mismo. Por tanto, aun los bóxers llegaron a proclamar este dicho: “Maten a todos los occidentales y sus seguidores, menos al señor Corbett”.
La Misión Presbiteriana Americana llegó a mi provincia en China a mediados de los años 1800. Los líderes de la aldea dieron la orden de que todo el que viera acercarse a un extranjero debía hacer sonar el “gong” como advertencia. Entonces, debían vaciar todas las calles, debían cerrar las puertas y nadie debía salir de su casa. Debido a esto, había un misionero estadounidense que solía esconderse cerca de la puerta de algún hogar. Después de varias horas, cuando los habitantes de aquella casa abrían la puerta para ver qué sucedía afuera, aquel misionero colocaba un palo entre la puerta y después introducía uno de sus pies. Aun cuando los habitantes de aquella casa le oponían resistencia, el misionero lograba entrar en la casa. Según las viejas costumbres chinas, todo hogar tenía un rincón de la casa dedicado a moler granos. En la mayoría de los casos las personas se valían de una mula para mover la piedra del molino, pero cuando no había una mula, tenían que recurrir a la fuerza humana. Cuando el misionero lograba entrar hasta el patio, la familia salía a golpearlo hasta lograr echarlo fuera. Pese a ello, el misionero se asía de la piedra del molino y comenzaba a moler los granos para ellos. Esto hacía que cambiara la atmósfera. La familia se iba a hacer otras cosas y dejaba que el “diablo extranjero” moliese los granos. Después de varias horas, la madre enviaba a uno de sus hijos con un vaso de agua. Era de este modo que el corazón de esa familia era conmovido y la puerta del evangelio les era abierta. ¡Qué carga más intensa llevaba este misionero, y cuán grande era su interés por las personas! Aquellos que eran salvos mediante tal perseverancia jamás podían olvidarse de ello y adoptaban la misma manera al predicar el evangelio a otros. Éste fue el proceder que abrió las puertas de China.
Basándonos en este relato, podemos ver qué es lo que conmueve más el corazón de las personas y la clase de carga que debemos tener. Hoy no nos encontramos en la China antigua conservadora y exclusivista; nos encontramos en los Estados Unidos, un país moderno. No obstante, este país moderno también tiene sus demonios modernos que hacen que la gente se mantenga alejada del Señor. Ciertamente necesitamos orar por las personas, pero también es necesario que cuidemos de sus almas de una manera genuina. Si tenemos un corazón que verdaderamente se preocupa por las personas, tendremos un camino libre por delante. El amor puede hacerlo todo; nada es imposible para el amor (1 Co. 13:7). Si tenemos una carga intensificada y cuidamos de las personas, siempre será posible expresar este cuidado.
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