Vida cristiana normal de la iglesia, Lapor Watchman Nee
ISBN: 978-0-87083-495-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Efectivamente, fue el Espíritu Santo quien llamó a Bernabé y a Saulo, pero El dijo a los otros profetas y maestros lo mismo que a ellos: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado”. El Espíritu Santo habló directamente a los apóstoles, pero también habló indirectamente por medio de los profetas y maestros. Lo que se dijo en privado a los dos fue confirmado públicamente mediante los otros tres. Todos los apóstoles deben tener una revelación personal de la voluntad de Dios, pero hacer que esto sea la única base para su salida no es suficiente. Por un lado, la opinión de otros, por muy espirituales y experimentados que sean, nunca puede ser un sustituto de un llamamiento directo de Dios. Por otro, un llamamiento personal, por muy definido que sea, requiere la confirmación de los miembros representativos del Cuerpo de Cristo en la localidad de la cual salen los obreros.
Observemos que el Espíritu Santo no le dijo a la iglesia en Antioquía: “Apartadme a Bernabé y a Saulo”. Fue a los profetas y maestros a los que habló. Que Dios diera a conocer Su voluntad a toda la asamblea no hubiera sido muy práctico. Algunos de sus miembros eran maduros espiritualmente, pero otros apenas eran niñitos en Cristo. Algunos estaban dedicados de todo corazón al Señor, pero es muy dudoso que todos los miembros buscaran al Señor con tanta unicidad de propósito que pudieran diferenciar claramente entre la voluntad de Dios y las ideas de ellos mismos. Por lo tanto, Dios le habló a un grupo representativo en la iglesia, a hombres de experiencia espiritual que estaban totalmente dedicados a lo que a Dios le interesa.
Y éste fue el resultado: “Habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron” (Hch. 13:3). La separación de los apóstoles por los profetas y maestros siguió al llamamiento que del Espíritu vino a ellos. El llamamiento fue personal, la separación fue corporativa, y la una no estaba completa sin la otra. Un llamamiento directo de parte de Dios, y una confirmación de ese llamamiento por los profetas y maestros al apartar a aquellos llamados, es la previsión de Dios contra obreros independientes en Su servicio.
El llamamiento de un apóstol es el Espíritu Santo hablando directamente al que ha sido llamado. La separación de un apóstol es el Espíritu Santo hablando indirectamente por medio de los colaboradores de aquel que ha sido llamado. Es el Espíritu Santo quien toma la iniciativa tanto en el llamamiento como en la separación de los obreros. Por lo tanto, si los hermanos representantes de cualquier asamblea apartan a hombres para el servicio del Señor, deben preguntarse a sí mismos: “¿Estamos haciendo esto por nuestra propia iniciativa o como representantes del Espíritu de Dios?” Si actúan sin una certeza absoluta de que están actuando de parte del Espíritu Santo, entonces la separación del obrero no tiene valor espiritual. Deben poder decir de cada obrero que envían: “Fue enviado por el Espíritu Santo, no por el hombre”. Ninguna separación de obreros debe hacerse de prisa ni con ligereza. Fue por esta razón que el ayuno y la oración precedieron al envío de Bernabé y Saulo.
Cuando Bernabé y Saulo fueron apartados para la obra, hubo oración y ayuno e imposición de manos. La oración y el ayuno no se hicieron meramente en vista de la necesidad inmediata de un discernimiento claro en cuanto a la voluntad de Dios, sino también en vista de la necesidad que vendría cuando de hecho los apóstoles se hubieran ido. Y la imposición de manos no fue hecha a modo de ordenación, pues Bernabé y Saulo ya habían sido ordenados por el Espíritu Santo. Aquí, como en el Antiguo Testamento, la imposición de manos era una expresión de la unidad perfecta de las dos partes representadas. Era como si los tres que enviaban a los dos enviados les dijeran: “Cuando vosotros dos, miembros del Cuerpo de Cristo, vayáis, todos los otros miembros van con vosotros. La ida de vosotros es la nuestra y la obra de vosotros es la nuestra”. La imposición de manos era un testimonio de la unidad del Cuerpo de Cristo. Significaba que los que se quedaban eran uno con los que se iban, y que estaban en pleno acuerdo con ellos; y que al irse, los que se quedaban en la base se comprometían a seguirlos continuamente con interés lleno de oración y comprensión llena de amor.
En lo que concierne a todos los enviados, deben poner atención a estos dos aspectos de su separación para el servicio de Dios. Por un lado, debe haber un llamamiento directo de parte de Dios y un reconocimiento personal de ese llamamiento. Por otro, debe haber una confirmación de aquel llamamiento por los miembros representantes del Cuerpo de Cristo. Y en cuanto a todos los responsables del envío de otros, por un lado deben estar en posición de recibir la revelación del Espíritu y de discernir la mente del Señor; por otro, deben poder participar solidariamente en la experiencia de aquellos a quienes ellos, como miembros que representan al Cuerpo de Cristo, envían en el Nombre del Señor. El principio que gobernó el envío de los primeros apóstoles todavía gobierna el envío de todos los apóstoles que verdaderamente son designados por el Espíritu para la obra de Dios.
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