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Cristo es todas las cosas y los asuntos espiritualespor Watchman Nee

ISBN: 978-0-7363-0698-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 1 de 5 Sección 3 de 3

CRISTO ES LA VIDA

El Señor dijo que El es el camino y la verdad, y añadió que El es la vida. Ya dijimos brevemente a qué se refieren los hechos de que Cristo sea el camino y la verdad. Hablemos ahora de Cristo como nuestra vida. Donde está la vida, espontáneamente surgen las obras, aunque éstas no reemplazan a aquélla. Debemos tener muy presente que las obras no son la vida, puesto que la vida es Cristo y, por ende, no requiere esfuerzo alguno de nuestra parte. Muchas personas se esfuerzan mucho y usan todas sus energías tratando de vivir como cristianos. Día tras día emplean todos sus esfuerzos procurando alcanzar esta meta y quedan exhaustos. Son bastante estrictos en las doctrinas: uno tiene que ser humilde y manso, y debe amar, perdonar y soportar a los demás. Puesto que es verdaderamente agotador tratar de cumplir dichas enseñanzas, piensan que es muy difícil ser un creyente. Esto se da con mayor frecuencia entre los creyentes más jóvenes, pues cuanto más se esfuerzan, más difícil les parece vivir como cristianos. Si Cristo no fuera vida, nosotros tendríamos que hacerlo todo, pero puesto que sí lo es, no nos toca hacer nada. Permítame repetir que Cristo mismo es la vida, y ésta no puede ser reemplazada por las obras.

Entre los hijos de Dios el error más común es pensar que el esfuerzo propio es la vida y que si uno no se esfuerza diligentemente, deja en evidencia que carece de vida. Debemos comprender que si la vida está presente, no hay labor alguna, pues los órganos llevan a cabo espontáneamente su función. Pensemos en la forma en que vemos u oímos: nuestros ojos ven y nuestros oídos oyen sin esfuerzo de nuestra parte. La vida es espontánea; por eso debemos recordar que donde hay vida, allí hay obras, pero éstas no pueden reemplazar a aquélla. Por otro lado, algunas obras demuestran la ausencia de la vida o indican que la vida es débil. Si la vida está presente, sin duda ella producirá un buen comportamiento, pero éste no toma el lugar de la vida. Supongamos que un hermano es muy amable y equilibrado. Algunos podrían pensar que ese hermano tiene una vida elevada. Pero eso no es cierto, ya que el Señor dijo que El es la vida. Aunque este hermano sea muy amable y gentil, ese comportamiento no es vida, a menos que venga de Cristo. Uno puede decir que ese hermano tiene un carácter agradable, que no pone problema, que es muy cortés, que no alega ni discute, pero no que tiene una vida elevada. Si esas son cualidades naturales de esa persona, no podemos decir que provienen de Cristo, y por consiguiente, no son Cristo.

Algunas personas tienen otra idea. Piensan que la vida está llena de poder y que el Señor, por ser su vida interior, les dará poder para ser rectos, portarse bien y ser buenos cristianos. Creen que la vida es una cosa. Pero Dios nos mostró que el poder no es una cosa. Nuestro poder es Cristo, es una persona; no es una fuerza que nos ayuda a realizar actividades. Nuestra vida no es un poder, sino una persona, la cual es Cristo manifestado en nosotros. No usamos a Cristo para expresar la bondad que deseamos tener. Estas son dos perspectivas completamente diferentes, y debemos distinguirlas claramente.

Un hermano iba a cierta ciudad a reunirse, y un hermano ya de edad le preguntó por qué iba a ese lugar a reunirse. “Porque allí hay vida”, contestó el primero. El anciano añadió: “¿No es nuestra reunión tan estrepitosa como la de esa ciudad?” El hermano replicó: “No, allí no se hace nada de ruido”. El anciano le preguntó: “¿Cómo puede ser? Si no hay ruido, ¿cómo puede haber vida?” El hermano le contestó: “La reunión no tiene mucho estrépito, pero sí tiene vida. La vida no es entusiasmo, ni un estímulo emotivo; tampoco es una atmósfera cálida ni un gran alboroto”. El anciano le dijo: “Tal vez a los jóvenes les guste mucho la algarabía, pero yo prefiero oír un mensaje profundo, pues así puedo tocar la vida”. El hermano joven respondió: “Yo también he oído sermones bien elaborados y coherentes como los que usted describe, pero en ellos no toqué la vida”. Esta conversación muestra que la vida no es un estímulo emocional, ni ideas lógicas y bien elaboradas, ni palabras sabias ni intelectualmente convincentes. Estas cosas no son necesariamente la vida.

Algunos podrían argüir diciendo: “¡Qué extraño! Si la vida no es una emoción ni un mensaje bien elaborado, ¿entonces, qué es? ¿Qué es la vida para ustedes?” Reconocemos que no tenemos mejores palabras para explicar lo que es la vida. Lo único que podemos decir es que la vida es mas profunda que los sentimientos y los pensamientos. Cuando entramos en contacto con ella, algo nos vivifica; ese algo es la vida. Puesto que la vida es más profunda que los pensamientos y que los sentimientos, no podemos compararla con el intelecto ni con las emociones. Tanto éstas como aquéllos son superficiales. Entonces, ¿qué es la vida? El Señor dijo: “Yo soy la vida”. Uno no toca necesariamente la vida cuando entra en un lugar donde reina una atmósfera cálida o donde hay mucha espiritualidad. Nos debemos preguntar qué produce esa atmósfera. Por experiencia sabemos que muchas personas que pueden producir gran alboroto y hacer ruido saben poco acerca del Señor. Muchas personas entusiastas saben poco acerca del Señor. Solamente Cristo es vida, y nada más lo es.

Debemos aprender a reconocer la vida, pues ésta no es ni un gran entusiasmo ni una exposición intelectual notable. La vida es la expresión del Señor mismo. Por eso necesitamos conocerle a El; nada se puede comparar con conocerlo a El. Cuando le conocemos a El, tenemos contacto con la vida. Aquellos que se emocionan fácilmente o que son muy intelectuales no son necesariamente los que conocen al Señor, pero cuando varias personas llegan a conocer al Señor de una forma personal y saben quién es El, este conocimiento y discernimiento espiritual de lo que es el Señor les dirá que Cristo es vida. Si tenemos tal discernimiento y tal conocimiento, cambiaremos. Si comprendemos que el Señor es vida, estaremos conscientes de que en la esfera espiritual la energía humana es inútil. Si conocemos al Señor como vida, acudiremos sólo a El. Cuando recién fuimos salvos, no sabíamos lo que era acudir a El, pero después de aprender algunas lecciones, empezamos a acudir más a El, pues descubrimos que todo depende de Cristo y no de nosotros. Cuando recibimos al Señor, buscábamos virtudes aisladas, y no dependíamos de El, pero después de aprender algunas lecciones, empezamos a comprender que debemos confiar en que el Señor puede hacer lo que nosotros no podemos. Pensábamos que teníamos que hacer algo y que si no lo hacíamos, todo se derrumbaría. Tratábamos de hacer muchas cosas por nuestra cuenta, pero más tarde descubrimos que todo depende de Cristo y no de nuestras obras. Entonces aprendimos a descansar y a acudir solamente a El.

Debemos tener presente que Dios no nos da virtudes aisladas ni separadamente. El nos dio a Su Hijo; por eso siempre debemos levantar la cabeza y decir: “Señor, Tú eres mi camino, mi verdad y mi vida. Sólo tengo que acudir a Ti y sólo a Ti, no a cosas que se relacionan contigo”. Que el Señor nos conceda Su gracia y nos muestre que los asuntos espirituales no son otra cosa que El mismo. Cada día debemos recordar que es un error tener un camino o una verdad o una vida que esté separada de Cristo. Aún así, es extremadamente fácil seguir un camino, tomar una verdad o recibir una vida que no sean Cristo. En muchas ocasiones llamamos vida a un ambiente acogedor, a un argumento lógico, a unas emociones placenteras, o a un buen comportamiento. De hecho, nada de eso es la vida. Necesitamos comprender que el Señor es vida. Cristo es nuestra vida. La vida es el Señor expresado en nosotros. Que el Señor nos libre de tantos fragmentos aislados y nos permita conocerle a El. Que le veamos a El en todo; que veamos que nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida consisten en conocerle a El. Que El abra nuestros ojos, y que muchos puedan ser librados de tantas virtudes externas para que vean al Hijo de Dios. Nuestro anhelo es que vivamos en El y que El viva en nosotros. Amén.


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