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Definición breve del reino de los cielos, Unapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1035-2
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Actualmente disponible en: Capítulo 4 de 5 Sección 3 de 4

EL SEÑOR REALIZA SU OBRA
EN CUATRO DISPENSACIONES

Debemos saber que existen cuatro dispensaciones, o eras, en las cuales el Señor llevará a cabo Su obra: la era que se extiende desde Adán hasta Moisés (Ro. 5:14); luego, la era que abarca desde Moisés hasta Cristo (Jn. 1:17); posteriormente, la era de la iglesia; y por último, la era del milenio. El milenio será una era de restauración pero no de perfección, lo cual significa que en ella el Señor seguirá juzgando a fin de obtener Su objetivo. En la era del milenio aún habrá maldición, y algunos morirán a causa de ella (Ap. 20:5); además, al final de esos mil años las naciones se rebelarán nuevamente (Ap. 20:8-9). Aunque la humanidad será restaurada durante esos mil años, su naturaleza rebelde aún permanecerá. Esto demuestra que el milenio no será una era de perfección, sino de restauración. El Señor disciplina a los creyentes durante dos dispensaciones: la de la iglesia y la del milenio. Si estamos dispuestos a recibir la disciplina del Señor en esta era, disfrutaremos la recompensa en la era siguiente; pero si no aceptamos ser quebrantados por el Señor hoy, El lo hará a Su regreso. Tarde o temprano hemos de ser disciplinados, ya sea en esta era o en la venidera. No obstante, existe una gran diferencia entre estas dos opciones: si estamos dispuestos a ser disciplinados por el Señor en esta era, seremos recompensados en la era venidera; de lo contrario, seremos castigados. De cualquier forma, el Señor nos disciplinará.

¿Por qué tendría el Señor que disciplinarnos aún en la era siguiente? Porque somos Su cosecha (Ap. 14:15; 1 Co. 3:9), Su mies. Como mies Suya, debemos madurar; de otra forma, el labrador no nos puede poner en el granero. Si no deseamos madurar en esta era, el Señor hará que maduremos en la próxima era. La mies tiene que madurar; éste es un principio establecido. Nosotros, la cosecha del Señor, debemos madurar. Pero si no estamos dispuestos a ser perfeccionados y madurados en esta era, el Señor hará que lo seamos en la era siguiente; no obstante, en ese entonces, sufriremos.

Muchos cristianos piensan, equivocadamente, que una vez hayan muerto, todo estará bien. ¡Pero no será así! Después de la muerte, todos los problemas que tengamos con el Señor seguirán vigentes. Si antes de morir no hemos sido perfeccionados ni estamos maduros, permaneceremos en la misma condición aun después de haber fallecido. Cuando el Señor Jesús regrese y nos resucite, El nos dirá que aún no estamos listos, y tendremos que pagar el precio necesario para ser perfeccionados y madurar. Este principio es coherente y lógico: por una parte, corresponde con el calvinismo, el cual afirma que somos salvos eternamente; y por otra, corrige el arminianismo, pues aunque no pereceremos eternamente, sí podemos sufrir pérdida. Cuando el Señor regrese, los creyentes inmaduros no perecerán ni perderán su salvación, pero sí sufrirán cierto castigo. Si hoy no vivimos en la realidad del reino de los cielos ni nos sometemos al gobierno celestial, no participaremos de la manifestación del reino como recompensa en la era venidera. Si deseamos participar de dicha manifestación, debemos vivir en la realidad del reino hoy; en otras palabras, si deseamos reinar en la era siguiente, debemos ser gobernados en esta era. Tenemos que ejercitarnos hoy en cuanto al reino, a fin de entrar en el reino y gobernar en la era venidera.

El evangelio nos impone el requisito de que nos sometamos al reino, y la vida que recibimos mediante la regeneración nos capacita para cumplir esta exigencia. Ser cristiano no es un asunto frívolo ni trivial, sino algo muy serio. Somos salvos y hemos nacido en la familia celestial; por tanto, tenemos que ejercitarnos en la esfera celestial y ser gobernados por la norma celestial, con el fin de ser reyes celestiales en la próxima era.

LO QUE EL NUEVO TESTAMENTO REVELA EN
CUANTO A LA NECESIDAD DE EJERCITARNOS

Muchos versículos del Nuevo Testamento muestran lo necesario que es ejercitarnos para el reino. Hechos 14:22 dice: “Confirmando las almas de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios”. Podemos notar una gran diferencia al comparar Hechos 14:22 con Juan 3:5. Juan 3:5 simplemente afirma que, al nacer del agua y del Espíritu, entramos en el reino de Dios. Según Juan, se ingresa al reino al nacer de nuevo; pero el capítulo catorce de Hechos dice que debemos padecer muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios. Estos dos versículos muestran dos aspectos del reino: entrar en el reino de Dios por medio del nuevo nacimiento y entrar en él recibiéndolo como herencia. Si hemos de heredar el reino de Dios, debemos padecer tribulación, o sea, debemos ejercitarnos en el reino y ser probados.

Podemos ver el mismo principio en los capítulos cinco y seis de 1 Corintios. El capítulo cinco indica que un hermano todavía será salvo aunque viva en fornicación; incluso un creyente tan derrotado y pecaminoso será salvo. Pero en el capítulo seis se afirma claramente que los fornicarios no heredarán el reino de Dios, lo cual significa que el fornicario [del capítulo cinco] no heredará ni disfrutará el reino de los cielos como recompensa.

Leamos ahora Efesios 5:3-5: “Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni obscenidades, ni palabras necias, o bufonerías maliciosas, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias. Porque entendéis esto, sabiendo que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios”. El reino de Cristo y de Dios es el reino de los cielos, el cual es una sección del reino de Dios. El reino de Dios es la totalidad, y el reino de los cielos es una parte especial del reino de Dios. En el reino de Dios y de Cristo no existe herencia para el pecador. Si usted todavía se encuentra en la inmundicia y en el pecado, aunque sea un santo en el sentido de haber sido salvo, no tendrá herencia en el reino de Dios y de Cristo.

Gálatas 5:19-21 dice: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, contiendas, celos, iras, disensiones, divisiones, sectas, envidias, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas; acerca de las cuales os prevengo, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”. Tres pasajes de la Biblia —1 Corintios 6, Efesios 5 y Gálatas 5— dicen básicamente lo mismo: aunque usted sea una persona salva, si continúa viviendo en pecado e inmundicia, no heredará el reino de Dios. Esto quiere decir que ese creyente no tendrá parte en la manifestación del reino de los cielos, debido a que no es digno de ello.

En 2 Tesalonicenses 1:5 dice: “Esto da muestra evidente del justo juicio de Dios, para que seáis tenidos por dignos del reino de Dios, por el cual asimismo padecéis”. Este versículo indica que sufrir persecución nos hace dignos del reino de Dios; tal padecimiento nos capacita para que heredemos el reino.

Leamos también 2 Timoteo 4:18, 7-8 y 1: “Y el Señor me librará de toda obra mala, y me salvará para Su reino celestial. A El sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén ... He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Y desde ahora me está guardada la corona de justicia, con la cual me recompensará el Señor, Juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman Su manifestación ... Delante de Dios y de Cristo Jesús, que juzgará a los vivos y a los muertos, te encargo solemnemente por Su manifestación y por Su reino”. Estos versículos, escritos cerca del final de la vida de Pablo, muestran que el apóstol tenía la certeza de estar en el reino de los cielos porque había peleado la buena batalla, había corrido debidamente la carrera y había guardado la fe.


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