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Sacerdocio, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-0324-8
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Actualmente disponible en: Capítulo 19 de 18 Sección 2 de 3

LA SANGRE ROCIADA SOBRE EL PROPICIATORIO

El contenido de la iglesia es Cristo, y El está lleno de todo lo que es Dios. Sobre El, está la manifestación de Dios como la gloria, la cual continuamente testifica, observa y encuentra nuestras fallas según el testimonio interno. Los dos querubines están encima del arca velando conforme al testimonio, o la ley, que está dentro del arca. Cuando venimos al Señor para contactarlo, estos dos querubines nos miran y examinan según los diez mandamientos e inmediatamente nos encontramos cortos. No podemos estar delante de los diez mandamientos bajo los ojos de los dos querubines que nos escudriñan. Pero damos gracias al Señor porque la sangre que fue rociada está a la vista de los querubines que velan sobre el propiciatorio, y esta sangre rociada cubre los diez mandamientos. Cuando clamamos a la sangre, ella habla por nosotros.

Debemos comprender que en la vida de iglesia la norma no es, ni jamás será, la moralidad del hombre, ni la bondad, ni el comportamiento ni la conducta. La única norma es la gloria de Dios. No importa cuán buenos seamos, nunca podremos comparar nuestra bondad con la gloria de Dios. Esto significa que tenemos que renunciar a todo lo que somos. Nunca podremos jactarnos de lo que somos. Aun nuestro amor es vil, comparado a la gloria de Dios, y tiene que ser perdonado. Creo que le hemos pedido al Señor que nos perdone por nuestro odio, pero ¿le hemos pedido alguna vez al Señor que nos perdone por nuestro amor? Debemos pedirle perdón aun por lo bueno que tengamos.

El contenido de la vida de iglesia no es conforme a la norma de la conducta humana sino en todo conforme a la gloria de Dios, la cual es Cristo como el arca. Ningún ser humano podría estar ante el propiciatorio si no fuese por la sangre. Los ojos escudriñadores de los querubines están sobre la sangre, y debajo de ella está el testimonio (la ley) de Dios. La única manera de poder estar ante el testimonio de Dios y ante los ojos escudriñadores de los querubines de la gloria de Dios es la sangre preciosa.

EL MANA ESCONDIDO
Y LA VARA QUE REVERDECIO

Esto no es suficiente. De acuerdo al Antiguo Testamento, en el arca sólo está la ley, pero según el libro de Hebreos, en el Nuevo Testamento, hay dos cosas más: el maná escondido y la vara que reverdeció. Uno, que es el maná, representa la suministración, y la otra, la vara, la fuerza y el poder de resurrección. Ahora en Cristo no sólo está el testimonio de Cristo que exige y testifica sino que también está el maná que abastece y el poder de resurrección que fortalece.

Cuando nosotros, como miembros de la iglesia, venimos al Señor para tocarlo, inmediatamente nuestra conciencia siente los ojos de los querubines que nos miran y examinan, conforme a la gloria de Dios, y nos condenan por el testimonio (la ley) de Dios. Así que, le agradecemos al Señor por la sangre rociada sobre el propiciatorio. Pero hay otras cosas dentro del arca que también debemos ver, a saber, el maná escondido y la vara que reverdeció, o sea, la suministración abundante y el poder de la resurrección. Así que tenemos que decir: “¡Aleluya. Tengo la sangre que cubre mi escasez y además, el maná escondido que me nutre, me abastece y me imparte todas las riquezas de Cristo; y el poder de resurrección interiormente que florece, brota y fortalece”.

Esto no es algo externo, sino que muchas veces está escondido. El tabernáculo está escondido en el atrio; el Lugar Santísimo, detrás del Lugar Santo; el arca, en el Lugar Santísimo; la vasija de oro, en el arca; y el maná escondido en la vasija. Este escondite está ahora en nuestro espíritu humano, en lo más recóndito de nosotros. Cristo, nuestro rico y abundante suministro, no es el maná público como el que recibían en el desierto. El maná escondido no está al aire libre ni es público, sino que está profundamente escondido en la vasija de oro. Y ya que el oro representa la naturaleza divina, el maná es entonces algo que está escondido en la naturaleza de Dios. Todos debemos experimentar a Cristo hasta que estemos sumergidos en el espíritu y en la naturaleza de Dios. Al disfrutar de este maná también participamos de la vara que florece como nuestro poder de resurrección.

El contenido de la vida de iglesia es Cristo, pero no es un Cristo muy superficial o externo. Es un Cristo profundo e interno, un Cristo lleno de todo lo que Dios es, quien es el suministro escondido y el poder de resurrección en nosotros. Este Cristo es el contenido de la vida de iglesia. No es simplemente Cristo como la ofrenda por las transgresiones, la expiación, la oblación, la ofrenda de paz ni el holocausto. Ni siquiera es Cristo como vida, el suministro de vida, la luz de vida o el dulce incienso para Dios. Es mucho más: es la corporificación de Dios mismo, y en El está todo lo que Dios es. El es la corporificación de Dios y el contenido de la vida de iglesia. El es la corporificación de Dios tanto como nuestro disfrute más profundo, interno, escondido y nuestro poder de resurrección. Este es el contenido de la vida de iglesia y el testimonio de Dios.

La vida de iglesia que Dios busca hoy es semejante al tabernáculo que era la morada del sacerdocio. No es algo externo, sino profundamente interno. Si vivimos en lo profundo de nuestro espíritu, al final tendremos una clase de vida que corresponde a la gloria de Dios. Nuestro andar será entonces el testimonio de Dios. Esta es la vida de iglesia que Dios busca hoy. No busca una organización ni una sociedad religiosa o humana, sino un cuerpo de sacerdotes que estén llenos y empapados de El para ser Su testimonio y el contenido de la vida de iglesia.

La posición sacerdotal
Es santa, porque ofrece a Dios
Los sacrificios y el incienso,
    Quema en oración.

    CORO:
    El incienso: quemad
    En oración a Dios.
    Y el candelero: alumbrad.
        Constante alabad.

Allí no hay luz natural;
El candelero, su luz da.
El sacerdote lo encenderá, al
    Quemar incienso.

Exaltemos de corazón,
A Dios con dulce adoración.
Los sacerdotes siempre dan
    Alabanzas a Dios.

Quemando el incienso
Ofrezco a Dios mi oración,
Para que en Su resurrección,
    Se regocije El.

En Su Palabra está la luz,
Tal como el candelero da,
Me alumbra y llena de santidad
    Que es para los demás.

Le cantaré y alabaré
Lleno de gracia y de Su amor,
Tal como un sacerdote fiel
    Alabo a Mi Señor.

A Dios le ofrezcas a Su Cristo en mí.
Por Su Palabra luz tendré.
Y por Su gracia le cantaré;
    Qué fluya El de mí.

(Himno #791 en Hymns)


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