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Experiencia que tenemos de Cristo, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4619-1
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EL PROCESO DE RESURRECCIÓN

La teología es en gran medida doctrinal y no es aplicable a nuestra experiencia. La teología simplemente nos dice que si un creyente muere antes de que el Señor Jesús regrese, en el futuro será resucitado de la tumba. Esto, desde luego, es correcto, pero no es una enseñanza muy práctica. La Biblia revela que, según la economía de Dios, primeramente somos resucitados en nuestro espíritu. A partir de ese momento, nuestro andar cristiano es un proceso de resurrección. Día a día, Dios nos tiene en el proceso que nos cambia de la vida natural a la vida resucitada. En Filipenses 3:10 Pablo habló de ser configurados a la muerte de Cristo. Éste es un proceso continuo, no una experiencia que se tiene una vez y para siempre. A medida que conocemos a Cristo, el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos, nos encontramos en el proceso de ser configurados a la muerte de Cristo.

Supongamos que cierto hermano, al ser bautizado, entiende claramente que su vida natural está siendo sepultada y que él ha sido vivificado por la vida divina. Desde entonces él comienza a andar hacia la meta en la cual todo su ser será inmerso en la resurrección. Él ama al Señor y ora con la expectativa de que poco a poco cada parte de su ser sea resucitada. Así, él comienza a adquirir la excelencia del conocimiento de Cristo, y una por una empieza a estimar todas las cosas como pérdida para ganar a Cristo y ser hallado en Él, en la condición de no tener su propia justicia, que es por la ley, sino la justicia que es Dios mismo expresado en su vivir. Además, este hermano comienza a conocer por experiencia a Cristo, el poder de Su resurrección y la comunión en Sus padecimientos, y gradualmente también empieza a ser configurado a la muerte de Cristo. Cuanto más busca al Señor y lo experimenta, espontáneamente empieza a darse cuenta de las cosas que están siendo terminadas en su ser una por una. Por ejemplo, un día descubre que su amor por su esposa no debe ser un amor natural. Así que, probablemente ore: “Señor, te confieso que mi amor por mi esposa ha sido natural. Concédeme la gracia para llevar una vida crucificada en mi relación con mi esposa”. Esto es ser configurados a la muerte de Cristo en el asunto particular de amar a nuestra esposa. Unos días después puede darse cuenta de que incluso la manera en que se relaciona con los santos ha sido demasiado natural. A pesar de que ha cuidado de los santos y ha tratado de pastorearlos, su pastoreo ha sido demasiado natural. Por lo tanto, ora y confiesa este asunto al Señor, pidiéndole que le conceda la gracia de no pastorear más a los santos conforme a su vida natural. Es posible que ore de esta manera: “Señor, deseo ser configurado a Tu muerte. Al igual que Tú, quiero llevar una vida crucificada. Cuando estuviste en la tierra, Tú no amaste a la gente ni la cuidaste conforme a la vida natural. Todo lo que Tú hiciste estaba en resurrección. Señor, concédeme la gracia para que de ahora en adelante yo no pastoree más a los santos en mi vida natural, sino en Ti mismo”. A través de esta experiencia, él empieza a ser configurado a la muerte de Cristo también en este asunto. Así, paso a paso, él es configurado a la muerte de Cristo. Cuanto más es configurado a la muerte de Cristo de esta manera, más su ser es resucitado. De este modo, en lo que concierne a su amor por su esposa y su pastoreo de los santos, dicho hermano ha sido resucitado.

Debemos hacer notar que este proceso no tiene nada que ver con el esfuerzo por mejorar nuestro comportamiento. No es algo ético ni religioso, sino algo que está totalmente relacionado con la transformación que la vida divina efectúa, en la cual la vida natural es terminada y nosotros somos introducidos en la vida divina.

LA EXPERIENCIA DE PABLO

Examinemos ahora cuál era la situación de Pablo en el momento en que él escribió la Epístola a los Filipenses. ¿Creen ustedes que él había sido completamente resucitado? Yo no lo creo. Al menos un pequeño porcentaje de su ser seguía siendo natural; dicha parte no era todavía Pablo, el apóstol, sino Saulo de Tarso. Cuando él iba camino a Damasco, una luz lo rodeó y lo derribó a tierra. Ese día él fue salvo y su espíritu fue resucitado. Sin embargo, en esa ocasión todo su ser no fue resucitado. Pero más tarde, cuando escribió Filipenses, una gran parte de su ser —probablemente más de un noventa y cinco por ciento— ya había sido resucitado. Debido a que aún no se hallaba plenamente en resurrección, él aún se esforzaba para llegar a la superresurrección de entre los muertos, es decir, él aún se encontraba en el proceso.


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