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Experiencia que tienen los creyentes de la transformación, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7157-5
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SER TRANSFORMADOS MEDIANTE
LA MUERTE Y LA RESURRECCIÓN

Las Escrituras nos dicen que el hombre anímico, el hombre regido por el alma, no puede aceptar lo espiritual (1 Co. 2:14). Es imposible que dicho hombre reciba las cosas que son del Espíritu de Dios. Por esta razón, el hombre anímico, junto con su mente, parte emotiva y voluntad naturales, tiene que ser transformado al ser puesto a muerte y ser resucitado (Jn. 12:24-26; Mt. 16:24-25). Ésta es la transformación, que se lleva a cabo por la renovación de la mente (Ef. 4:23). Sólo por medio de la muerte y la resurrección puede ser renovada nuestra mente, junto con el resto de nuestra alma. No es suficiente que seamos regenerados y transformados en nuestro espíritu; tenemos que ser transformados en nuestra alma. Nuestro mayor problema es que no hemos sido transformados en nuestra alma.

La manera de ser librados de nuestro hombre anímico y ser transformados en nuestra alma es poner siempre nuestra vista en el Señor a fin de que nos fortalezca para hacer una sola cosa: detenernos. Cada vez que estemos a punto de pensar en algo, amar algo o tomar una decisión, tenemos que detenernos. Oh, hermanos y hermanas, quiero darles esta pequeña palabra: “¡Detente!”. ¡Debemos detenernos! Cuando vamos a amar algo, tenemos que decir: “¡Detente!”. Cuando vayamos a pensar en algo, tenemos que decir: “¡Detente!”. Detenernos es ponernos a muerte.

A veces sucede que tan pronto terminamos de orar por la mañana, nos acordamos de algo que un hermano nos dijo el día anterior. Mientras considera esto, quizás se ofenda. Cuando surge este tipo de pensamiento, ¿usted lo acepta? Si acepta este pensamiento y le da cabida en su ser, esto comprueba que su mente aún no ha sido transformada. Lo cual indica que su mente, al igual que el dedo vacío de un guante, aún no contiene aquello para lo cual fue creado. Si usted acepta esos pensamientos, puede estar seguro de que en su mente hay muy poco de Cristo. En lugar de aceptar tales pensamientos, debe detenerse. Tiene que darle muerte a su mente. En esos momentos usted debe orar, diciendo: “Señor, fortaléceme para darle muerte a mi mente”. Por favor, recuerde que donde está la muerte de la cruz, allí está la vida de resurrección de Cristo. Cuando usted le da muerte a su mente, tenga por seguro que la vida de la resurrección de Cristo le seguirá. Si nos detenemos y permitimos que nuestra mente sea aniquilada, ésta llegará a ser una mente resucitada. Una mente resucitada es una mente renovada. Si tenemos una mente renovada, habrá un cambio en nuestros pensamientos. Este cambio equivale a la transformación de la mente. Puesto que su mente ha sido transformada mediante la renovación, es decir, al morir y ser resucitada, usted testificará que este hermano representa la gracia y el don que el Señor le ha dado. El hecho de que usted exprese tal pensamiento indica que su mente ha sido transformada. Esta transformación es verdaderamente el Espíritu de Cristo que se ha extendido a su mente y la ha llenado consigo mismo.

Algunos santos son muy sentimentales. Cuando están contentos, se ponen tan contentos que se olvidan de todo lo demás, incluyendo al propio Cristo. Cuando están tristes, también se olvidan del Señor. Las personas emotivas deben aprender a decirle a su hombre natural que se detenga. Cuando estén a punto de reírse, sintiéndose feliz, lo mejor es no reírse demasiado, sino aprender a decir: ¡Detente! Deben aprender a darle muerte a su hombre anímico, al ser fortalecidos por el Espíritu Santo. Algunas personas suelen enojarse rápidamente. Tales personas también son muy emotivas. Cuando usted siente que va a enfadarse, debe decir: “Señor, fortaléceme para poder detener mis emociones”. Si usted da muerte a sus emociones, la resurrección se manifestará. Su parte emotiva será resucitada y será llena del Espíritu Santo. Entonces, cuando usted esté contento, en su alegría se expresará la imagen de Cristo, y cuando ame algo, en su amor se expresará la imagen de Cristo. Con el tiempo, tendremos la imagen de Cristo en nuestra mente, parte emotiva y voluntad, porque en nuestra alma habremos sido transformados a la imagen de Cristo, y Él se habrá extendido a cada parte de nuestro ser.

APRENDER A APLICAR A CRISTO

Todos debemos poner en práctica esta comunión y aprender a aplicar a Cristo. Cuando usted aprendió a conducir un auto, se le dieron muchas instrucciones. Después de aprenderlas, debía poner en práctica lo que había aprendido. Cuando comenzó a practicar, tal vez lo que había aprendido no le sirvió de mucho. Pero a pesar de su fracaso, usted seguía creyendo en las instrucciones y continuaba con sus prácticas de manejo. Después de quizás una semana, usted se acostumbró a conducir. Para aprender a manejar, simplemente tuvo que practicar cómo manejar. Esto mismo sucede con nuestra práctica de detener nuestra alma natural.

Debemos comprender que no es nada insignificante el hecho de que Cristo entrara en nuestro espíritu cuando fuimos regenerados. Dado que Cristo está en nuestro espíritu, todo lo que tenemos que hacer es aplicarlo. Es precisamente en la aplicación donde encontramos un problema. Para seguir con el ejemplo anterior, el auto tiene el tanque lleno de gasolina y funciona bien; pero aun así, tenemos que manejarlo correctamente. Empujarlo no sería la manera correcta de manejar el auto; y hacer tal cosa sería insensato. En lugar de empujarlo, debemos aprender a conducirlo mediante la práctica. Cuando ponemos en práctica detenernos y aplicar a Cristo, temo que muchos de nosotros le pedimos al Señor que nos ayude a “empujar el auto”. Quizás oremos así: “Señor, ayúdame en este asunto. Me enojo con facilidad y me es difícil vencer esta debilidad. Pero, Señor, Tú eres todopoderoso y puedes ayudarme”. Si oramos así, el Señor no nos ayudará. Cuanto más oremos de esa manera, más nos daremos cuenta que el Señor no escucha esta clase de oración. De hecho, cuanto más oremos: “Señor, ayúdame a no enfadarme”, más nos enfadaremos. Orar de esta manera es como “empujar el auto”. Si oramos de esta manera nos indica que nos hemos olvidado que tenemos a Cristo dentro de nosotros y no le estamos aplicando. Tenemos a Cristo en nuestro interior; simplemente debemos ejercitarnos para aplicar a Cristo.

Ejercitarse para aplicar a Cristo es como aprender a aplicar la gasolina de nuestro auto. Eso es muy sencillo. Así como nuestro auto tiene gasolina, nuestro espíritu tiene poder. Sé esto, porque lo he aprendido con la práctica. Durante los primeros diez años después de ser salvo por el Señor, no conocía esto. Luego un día, el Señor abrió mis ojos y me hizo ver que había algo poderoso dentro de mí. Comprendí además, que tenía que usar y aplicar esa fuente de poder. Este poder que está dentro de mí y dentro de todos nosotros, no es otra cosa que Cristo mismo (2 Co. 13:3). Cristo está en nuestro espíritu, y lo único que tenemos que hacer es aplicarle. Ya no debemos clamar: “Señor, ayúdame”. Si lo hacemos, el Señor responderá: “No, no te ayudaré de esa manera. Yo moro en ti. Pon en práctica el aplicarme a Mí”.

Antes de aprender la manera de aplicar a Cristo, debemos darnos cuenta que Cristo está en nosotros. Luego, debemos siempre negarnos a nuestro yo, esto es, a nuestro hombre natural y a nuestro carácter natural. Mateo 16:24 dice: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Esto quiere decir que debemos dar muerte a nuestro yo y ponernos bajo la muerte de cruz. Siempre deben negarse a su mente natural, a su parte emotiva natural y a su voluntad natural. Aprendan siempre a darse muerte; denle cabida al Señor, quien está en su interior. Así sea usted una persona de naturaleza muy rápida o muy lenta, debe ponerse bajo la muerte de cruz. Si hace esto, el Señor le honrará y le resucitará. Después de que experimente la resurrección, su mente, su parte emotiva y su voluntad —la totalidad de su alma— estarán en el espíritu. Entonces usted será transformado a la imagen de Cristo.

Tenemos que darnos muerte en muchas situaciones de nuestra vida diaria. Debemos decirle al Señor: “Señor, en este asunto me niego a mí mismo. En lo que respecta a pensar, amar y escoger, me niego a mí mismo. Me pongo en Tus manos. Deseo que Tu mente sea la mía, que Tu parte emotiva sea la mía y que Tu voluntad sea la mía”. Debemos recordar que tenemos que darnos muerte y permitir que el Señor nos levante en el poder de Su resurrección. Entonces todo nuestro ser será lleno del Espíritu de Cristo.

Estas cosas no son simplemente doctrinas o enseñanzas; son instrucciones que nos indican cómo aplicar a Cristo. Si usted sigue estas instrucciones, esta experiencia será real para usted. Aplicar a Cristo es algo muy sencillo, tan sencillo como manejar un automóvil. Quizás no me crean cuando les digo esto. No obstante, practicar esto es aún más sencillo de lo que he descrito. Usted tiene a Cristo en su interior. Olvídese de su vieja manera de orar al Señor. Ya no ore pidiéndole al Señor que le ayude a hacer algo. El Señor no contestará esa clase de oración. Si tenemos un auto con gasolina, y le pedimos al Señor que nos ayude a empujar el auto, el Señor responderá: “No seas insensato. ¡Detente! Comienza a usar la gasolina, y el auto se moverá fácilmente”. Debemos creerle al Señor. Cuando finalmente nos detengamos y aprendamos a aplicar a Cristo de esta manera, experimentaremos la liberación de parte del Señor.

Cuando yo era joven, debido a que no había muchos autos en mi país, era común usar bicicletas como medio de transporte. Un día, decidí que necesitaba una bicicleta y me compré una. Luego fui donde un hermano para preguntarle cómo montar la bicicleta. Él simplemente me contestó: “Ve y móntala”. Yo protesté, diciéndole: “Por favor, dime cómo manejar la bicicleta”. De nuevo, él dijo: “Ve y móntala”. Acepté sus palabras y salí a practicar. Después de sólo dos o tres horas, estaba montando la bicicleta sin esfuerzo alguno. Aprendí con la práctica.

Debemos aceptar esta palabra tan sencilla. Después de haber servido al Señor y de haber contactado a los hijos del Señor por muchos años, he aprendido algo. Los mensajes y las doctrinas son muy buenas; sin embargo, sólo nos presentan un “edificio” muy hermoso, pero no nos dan una “entrada” a él. Sin una “puerta” nunca podremos entrar en la realidad de estas enseñanzas. Yo no les estoy dando meramente enseñanzas. Es posible que hayan visto que el Señor es vida para ustedes. El problema es que no tienen manera de entrar en lo que han visto. Ahora yo les estoy dando las instrucciones de cómo entrar. Han creído en el Señor Jesús, y le han recibido. Ahora Él está dentro de ustedes.

El problema es que no practicamos la manera de aplicar a Cristo en nuestra vida diaria. Con la práctica, entraremos en la experiencia de la transformación. Cristo es vida, luz y poder, pero ¿es Cristo real para nosotros en todos estos aspectos? Necesitamos aprender a aplicar a Cristo. La manera de aplicarlo consiste primeramente en negarnos a nuestro yo —nuestra mente, parte emotiva y voluntad— y simplemente detenernos. En forma simple debemos acudir al Señor, quien está dentro de nosotros, y contactarlo. Entonces, aprenderemos a aplicarle. Después de muchos años de experiencia puedo testificar que no importa lo que me suceda, me es muy fácil aplicar a Cristo. Es tan fácil como encender una lámpara.

Les pido que sigan estas sencillas instrucciones y practiquen aplicar a Cristo. Si lo hacen, experimentarán a Cristo más y más cada día. Por más que le experimenten, Él jamás se agotará. Se darán cuenta cuán rico Él es. Él será todo lo que necesiten. Todo lo que deben hacer es aprender a negarse a sí mismos. Entonces su alma —mente, parte emotiva y voluntad— serán renovadas. Mediante esta renovación ustedes serán transformados. Si se niegan a su yo, el Espíritu del Señor dentro de ustedes los honrará. Él los fortalecerá y hará que experimenten Su poder y Su vida de resurrección. Entonces, día tras día gustarán y disfrutarán de Él.


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