Impartición divina de la Trinidad Divina, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6710-3
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Ahora queremos llegar al Nuevo Testamento y ver la visión central con respecto a la impartición de Dios a nuestro ser. En el Nuevo Testamento el primer paso de la impartición de Dios en nosotros es que Él se encarnó (Jn. 1:14a). La encarnación significa que Dios nació en el hombre. Antes de la encarnación, Dios estaba fuera del hombre e incluso muy lejos del hombre. Pero en la encarnación, Dios vino a impartirse en la humanidad. Cuando Jesús nació en Belén, Dios se impartió en la humanidad. Jesús era un verdadero hombre de sangre y carne y piel y huesos. Cuando cumplió treinta años de edad, salió a ministrar por tres años y medio. Si bien Él era un verdadero hombre, en Su interior estaba Dios. Dios se impartió en aquel Hombre. Éste es Jesús nuestro Salvador.
La encarnación introduce a Dios en la humanidad con el fin de hacer que ésta sea santa e incluso divina. Sin duda alguna el Señor Jesús es divino y santo. Conforme al mismo principio, incluso nosotros mismos que somos Sus creyentes también somos santos y divinos. Nosotros somos divinos, pero no somos Dios. Esto es como los hijos de un rey. Ellos son de la realeza, pero no son el rey. Ellos son de la realeza porque tienen la vida del rey. Nosotros somos divinos porque tenemos un Padre divino. Nacimos de Dios (Jn. 1:12-13) y, como tales, poseemos Su vida (Jn. 3:15) y participamos de Su naturaleza (2 P. 1:4). Aunque no somos Dios, somos divinos, porque la vida y la naturaleza divinas de Dios han sido impartidas a nuestro ser. Cuando un niño es concebido y nace, esto significa que el padre ha impartido su vida y naturaleza en ese niño. Nacer de Dios significa que Dios imparte en nuestro ser Su vida y Su naturaleza. ¡Debido a que nacimos de Dios nosotros no sólo somos santos sino también divinos! La palabra santo quizás se refiera solamente a la apariencia externa, pero la palabra divino denota la naturaleza interna. Cuando usted vaya de compras a la tienda, no se olvide de que es un hijo de Dios. Usted tiene un estatus real; es divino porque Dios se ha impartido en su ser. Hoy en día, todos tenemos a Cristo, y Cristo ha forjado a Dios en nuestro ser.
Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, Él era el tabernáculo de Dios entre los hombres (Jn. 1:14b). ¡Cuán maravilloso es esto! El Dios inaccesible, invisible, escondido, misterioso y abstracto llegó a ser concreto, visible y palpable, e incluso un Dios en quien podemos entrar. Este tabernáculo es simplemente Dios en la humanidad (Mt. 1:23).
Cuando el Señor Jesús estuvo entre los discípulos, antes de Su muerte y Su resurrección, todos ellos estaban con Él. Podían verlo y tocarlo, pero en ese entonces no podían entrar en Él, porque el camino aún no había sido preparado ni la entrada había sido abierta. Después de la muerte y la resurrección del Señor Jesús, el camino fue preparado y la puerta fue abierta para que todos los discípulos entraran en Él. El Señor Jesús les había prometido que en aquel día, el día de la resurrección, ellos conocerían que Él estaba en Su Padre, y que ellos estaban en Él y Él en ellos (Jn. 14:20). Esto es Dios impartido en seres humanos. Cuando el Señor Jesús estuvo entre los discípulos antes de Su muerte y resurrección, solamente Él, y nadie más, era divino. En ese entonces ni Pedro, ni Juan ni Jacobo eran personas divinas. Pero cuando el Señor Jesús sopló en ellos el día de la resurrección (Jn. 20:22), Él entró en su interior. De este modo, llegaron a ser personas divinas porque Dios había sido impartido en su ser.
El Señor Jesús en Su ministerio trajo al hombre la gracia y la realidad divinas (Jn. 1:14c, 17). La gracia es una palabra muy importante en el Nuevo Testamento. Juan 1:17 dice que la ley fue dada por medio de Moisés, pero que la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo. La gracia vino cuando el Señor Jesús vino. ¿Qué es la gracia? La gracia es un don gratuito. La verdadera gracia en todo el universo es simplemente Dios que se da a nosotros gratuitamente. No es una buena casa ni un buen auto ni tampoco un buen trabajo que recibimos gratuitamente. Pablo estimó todas estas cosas como basura (Fil. 3:8). En todo el universo sólo existe una persona que es la verdadera gracia; esa persona es nuestro Dios. Y Dios se dio a nosotros gratuitamente. Antes que el Señor Jesús viniera, Dios nunca había sido traído al hombre. Pero cuando el Señor Jesús vino, Él nos trajo a Dios como un don gratuito. Ésta es la gracia para nuestro disfrute. Cuando usted tiene a Cristo, tiene a Dios.
Las personas judías hoy en día han rechazado a Cristo; sin embargo, afirman que adoran a Dios. En realidad, ellas tienen a Dios únicamente en nombre y como un término más; no tienen a un Dios personal que vive en su interior. Sucede lo mismo con los musulmanes. Ellos únicamente tienen a Dios en nombre, como un término más; Dios no mora en ellos.
En cambio nosotros tenemos a la persona de Dios, quien vive dentro de nosotros como nuestro disfrute diario. Él es nuestro suministro, nuestro apoyo, nuestro alimento y nuestro consuelo. Diariamente le disfrutamos como gracia. Aparte del Señor Jesús, usted no puede tener a Dios. Si usted quiere conocer a Dios, tiene que acudir al Señor Jesús. Dios está aquí en la persona de Jesús. El Señor Jesús nos ha traído a Dios como un don gratuito. Una vez que Dios se imparte en usted y llega a ser su disfrute, ésta es la verdadera gracia.
Cuando el Señor Jesús vino, la realidad vino también. La realidad es más fácil de explicar con ejemplos. Usted debe comprender que sin Dios el universo entero sería un cascarón vacío. Si usted no tiene a Dios como la realidad en su familia, su familia carecerá de contenido. Si usted no tiene a Dios, usted será una persona vacía. Es por ello que el rey Salomón dijo que todo es vanidad (Ec. 1:14). Solamente Dios es realidad. Cuando tenemos a Dios no sólo tenemos el disfrute, sino también la realidad. Todas las demás cosas que disfrutamos se desvanecerán. Una buena casa se desvanecerá; un buen auto desaparecerá; y el dinero también se esfumará. Sólo existe una persona que jamás se desvanecerá. Él permanecerá para siempre; Él existirá para siempre y Él es la realidad. Él es el verdadero disfrute, y este disfrute es la realidad. El Señor Jesús vino a nosotros trayendo el disfrute y la realidad; nos trajo la gracia y la realidad. Tanto la gracia como la realidad son Dios mismo impartido a nuestro ser.
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