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Autoridad y la sumisión, Lapor Watchman Nee

ISBN: 978-0-7363-3690-1
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Actualmente disponible en: Capítulo 3 de 20 Sección 3 de 4

La autoridad se basa en la elección de Dios
y no en los logros del hombre

Dios llamó a los tres a salir a la puerta del tabernáculo de reunión (v. 4). Aarón y María salieron osadamente, seguros de que estaban en lo correcto. Ellos pensaron que finalmente Dios los llamaba a servirle. Pensaban para sí: “Tú, Moisés, te has casado con una mujer cusita, lo cual ha traído tristeza a nuestra familia. Tenemos muchas cosas que decirle a Dios de ti”. Pero Dios dijo: “Mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa ... ¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?” La autoridad espiritual no proviene del talento del hombre, sino de la elección de Dios. Los asuntos espirituales son completamente diferentes a los principios terrenales.

La autoridad es Dios mismo, quien no debe ser agraviado. Cualquiera que hable en contra de Moisés estará hablando contra la elección de Dios, la cual no podemos menospreciar.

La manifestación de la rebelión: la lepra

Cuando la ira de Dios se encendió, la nube se alejó de la tienda y la presencia de Dios se apartó. Inmediatamente, María quedó leprosa (v. 10). Esto no fue producto de alguna infección, sino que fue ocasionado por Dios. Tener lepra no es mejor que estar casado con una mujer etíope. Tan pronto como la rebelión interna se manifiesta, viene la lepra. Los leprosos debían ser marginados. No podían acercarse a ellos y quedaban privados de toda comunión.

Cuando Aarón vio que María quedó leprosa, él suplicó a Moisés que intercediera para que Dios la sanara. Dios indicó que María fuera echada del campamento por siete días, después de los cuales sería recibida de nuevo. Ella fue avergonzada por siete días como si su padre hubiera escupido sobre su rostro. Sólo después de siete días la tienda de reunión pudo continuar su viaje. Cada vez que surge la rebelión y la murmuración entre nosotros, la presencia de Dios se va y la tienda se detiene. La columna de nube no regresa hasta que sea juzgada la murmuración. Si el asunto de autoridad no ha sido establecido, todos los demás asuntos permanecerán inestables.

La sujeción a la autoridad directa de Dios
y a Su autoridad delegada

Muchos piensan que están sometidos a Dios, pero no saben que necesitan someterse a la autoridad que El delega. Los que son verdaderamente sumisos ven la autoridad de Dios en sus circunstancias, en su hogar y en las instituciones. Dios dijo: “¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?” (v. 8). Cada vez que surge la murmuración, debemos estar alerta. No podemos ser descuidados pensando que podemos hablar precipitadamente. Cuando surge la murmuración, queda en evidencia que la rebelión está presente, pues es la expresión de ésta. Debemos temer a Dios y nunca hablar precipitadamente. Muchas personas hoy en día, hablan en contra de quienes los preceden, de los hermanos responsables en la iglesia, pero no se dan cuenta de la seriedad de este asunto. Si un día la iglesia recibe gracia de Dios, se separará de los que murmuran contra los siervos de Dios y no hablará con ellos porque son leprosos. Que Dios tenga misericordia de nosotros para que veamos que este asunto no se relaciona con cierto hermano sino con la autoridad que Dios delegó. Si hemos tenido un encuentro con la autoridad, sabremos que existen muchas situaciones en las que pecamos contra Dios. Por eso, nuestro concepto con respecto al pecado cambia, pues veremos el significado del pecado desde el punto de vista de Dios. El pecado que Dios condena es la rebelión del hombre.

LA REBELION DE CORE Y SU SEQUITO
JUNTO CON DATAN Y ABIRAM

Una rebelión colectiva

En Números 16 se habla del séquito de Coré, quien pertenecía a la tribu de Leví, y de Datán y Abiram, quienes eran de la tribu de Rubén. Los levitas representaban la tribu de los espirituales, y Datán y Abiram representaban a los líderes. A ellos se unieron doscientos cincuenta hombres de renombre. Todos estos príncipes se reunieron para rebelarse contra Moisés y a Aarón, y atacaron diciendo: “¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos ... ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?” (v. 3). Ellos no respetaron a Moisés ni a Aarón. Tal vez dijeron estas palabras con toda sinceridad. Al reprender a Moisés, no mencionaron nada de su relación con Dios ni de lo ordenado por Dios. Cuando Moisés escuchó acusaciones tan graves, no se enojó ni se molestó. En vez de esto, se postró delante de Jehová y no trató de defenderse; tampoco trató de ejercer la autoridad porque ésta era de Dios. El les dijo a Coré y a todo su séquito que esperaran hasta la mañana. En la mañana Jehová mostraría quién era suyo y quién era santo. El respondió a un espíritu de rebelión con un espíritu de sumisión.

Las palabras de Coré y su séquito estaban basadas exclusivamente en razonamientos; no eran más que suposiciones. Pero Moisés dijo que el Señor aclararía todas las cosas. Todo el asunto se basaba en la elección y el mandato de Dios; por eso el problema no era de Moisés, sino de Jehová. Ellos pensaron que se oponían solamente a Moisés y Aarón, y no se percataron de que se estaban oponiendo a Dios. Ellos no tenían la intención de rebelarse contra Dios; al contrario, deseaban continuar sirviéndolo. Solamente menospreciaron a Moisés y a Aarón. Pero Dios no está separado de la autoridad que El delega. Uno no puede tomar una actitud hacia Dios y otra hacia Moisés y Aarón. Nadie puede rechazar la autoridad delegada y al mismo tiempo aceptar a Dios. Si ellos se hubieran sometido a Dios, se habrían sometido a la autoridad de Moisés y Aarón. Pero Moisés no reaccionó porque la autoridad de Dios estaba sobre él. El se humilló a sí mismo bajo la autoridad de Dios. De una manera gentil les dijo: “Tomaos incensarios ... y poned fuego en ellos, y poned en ellos incienso delante de Jehová mañana; y el varón a quien Jehová escogiere, aquel será el santo” (vs. 6-7). Moisés era un hombre de edad. El sabía las consecuencias de aquel acto, así que suspiró diciendo: “Esto os baste ... ¿os es poco que el Dios de Israel os haya apartado de la congregación de Israel acercándoos a él? ... Por tanto, tú y todo tu séquito sois los que os juntáis contra Jehová” (vs. 7, 9, 11).

En ese momento Datán y Abiram no estaban presentes. Más tarde Moisés envió hombres para mandar a llamarlos. Pero ellos se rehusaron diciendo: “Tampoco nos has metido tú en tierra que fluya leche y miel, ni nos has dado heredades de tierras y viñas. ¿Sacarás los ojos de estos hombres? No subiremos” (v. 14). Esta actitud demuestra claramente que estaban en rebelión. Ellos no creyeron en la promesa de Dios, y su atención estaba puesta en la bendición terrenal. Ellos se olvidaron de su propio error, pues fueron ellos los que se rehusaron a entrar en Canaán. Así que, se rebelaron contra Moisés con palabras hostiles.


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