Base para la obra edificadora de Dios, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7268-8
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Creo que después de leer estos mensajes todos ustedes pueden ver claramente que con respecto a nosotros los que somos salvos, nuestra morada eterna no está en ninguno de estos lugares del universo: en el cielo, en la tierra o debajo de la tierra. Muchas veces decimos que la tierra es donde nosotros moramos como peregrinos. Incluso la gente del mundo confiesa que la vida humana es un peregrinaje. La tierra es el lugar donde el hombre transita en su viaje como peregrino. Debajo de la tierra está el Hades, y en el Hades está el Paraíso, el lugar del seno de Abraham, donde las almas de los santos que han fallecido son consoladas. Este lugar tampoco es la morada eterna de los que son salvos. Cuando el Señor regrese, las almas de los santos que han muerto se levantarán del Paraíso en el Hades, serán revestidas de un cuerpo resucitado y transfigurado, y luego serán arrebatadas al aire junto con los santos que viven y aún quedan, para ir al encuentro del Señor. Más tarde, la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, descenderá del cielo, y luego Dios morará con nosotros para siempre. De manera que ni siquiera el cielo es la morada eterna de los santos. Nuestra morada eterna es la Nueva Jerusalén, y la Nueva Jerusalén descenderá del cielo para el tiempo del cielo nuevo y la tierra nueva.
Muchos de los himnos del cristianismo dicen que el cielo es nuestro hogar. Éste es un concepto erróneo. Desde el tiempo de nuestra resurrección y arrebatamiento hasta que descienda del cielo la Nueva Jerusalén, transcurrirán, cuando mucho, mil años. El concepto humano es que la intención de Dios es salvar al hombre y llevarlo a cierto lugar. Pero cuando leemos la palabra de Dios, nos damos cuenta de que Dios no tiene como meta llevarnos a un lugar, sino que la meta es Él mismo. La intención de Dios es salvar al hombre para introducirlo en Dios mismo. Dios tiene esto como la meta de Su salvación.
Esto no sólo tiene que ver con la salvación que Dios nos otorga, sino también con el propósito eterno de Dios. El propósito eterno de Dios es que el hombre se mezcle con Él. Es por ello que siempre decimos que Dios está forjándose en el hombre y forjando al hombre en Sí mismo. Esto no tiene que ver con el tiempo o el espacio, sino con personas. Por lo tanto, la Biblia nos muestra repetidas veces que Dios desea mezclarse con el hombre y tomar al hombre como su morada. Dios dice: “El cielo es Mi trono, / y la tierra estrado de Mis pies. / ¿[...] dónde está el lugar de Mi reposo?” (Is. 66:1). Lo que Dios desea en Su corazón y lo que procura obtener es aquel de espíritu contrito y que tiembla a Su palabra (v. 2). Por esta razón, ni el cielo ni la tierra es el lugar de Su reposo; el lugar de Su reposo es el hombre. No obstante, los que conocían a Dios en los tiempos del Antiguo Testamento revelaron sus anhelos por medio de su gemir y sus oraciones. Ellos deseaban morar en la casa de Dios todos los días de su vida (Sal. 23:6; 27:4). Ellos comprendieron que no había ningún lugar en el universo donde pudieran morar. Sólo Dios era su morada.
Todos los versículos anteriores nos revelan que el deseo que Dios tiene es tomar al hombre como Su morada y que el hombre le tome como su morada. Es por ello que en el Nuevo Testamento vemos que se repite tantas veces la preposición en, sobre todo en el Evangelio de Juan: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros” (14:20). Con esto vemos que Dios mora en el hombre para que el hombre more también en Dios. Por lo tanto, cuando llegamos a 1 Juan, leemos lo siguiente: “En esto conocemos que permanecemos en Él, y Él en nosotros, en que nos ha dado de Su Espíritu” (4:13). El hecho de que Él nos dé del Espíritu equivale a que Él derrame aceite sobre nosotros como las piedras que somos (Gn. 28:18-19a). Esto es Bet-el, la casa de Dios. Cuando el Espíritu entra en nosotros, Dios mora en nosotros y nosotros moramos en Él. En esto consiste la casa de Dios.
El primer paso respecto a este asunto fue la encarnación del Señor. Éste fue el primer paso que Dios dio para entrar en el hombre. Juan nos dice muy claramente que cuando el Señor se hizo carne en efecto fijó tabernáculo entre los hombres. Posteriormente, el Señor mismo también dijo que el cuerpo de Su encarnación era el templo de Dios, o dicho de otro modo, la casa de Dios. Los judíos quisieron destruir el cuerpo del Señor, pero Él les dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (2:19). Esto significa que el Señor levantaría este templo en la resurrección. Ya dijimos que el cuerpo que los judíos crucificaron se limitaba a un solo hombre, a Jesús de Nazaret, pero que el Cuerpo que el Señor levantó por medio de la resurrección incluye a millones de Sus creyentes. Cuando un grano de trigo muere, lleva mucho fruto (12:24). Antes que el grano muera, es apenas un solo grano; pero después que muere y resucita, crece convirtiéndose en muchos granos. Por consiguiente, lo dicho por el Señor en Juan 2: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”, es algo extraordinario. No podemos entenderlo simplemente según la letra; tenemos necesidad de un entendimiento espiritual. Dios obtuvo una casa en la tierra al vestirse de humanidad y al morar en la humanidad. Ésta era la casa que Satanás quiso destruir por medio de los hombres. Sin embargo, el Señor dijo que Él la levantaría en resurrección. Esto se cumplirá plenamente cuando seamos arrebatados en el futuro. Entonces veremos que este templo, esta casa, este Cuerpo, que el Señor levantó en resurrección, no es un solo individuo —Jesús el nazareno—, sino que incluye a todos los que fueron regenerados mediante Su muerte y resurrección a través de los siglos.
Por lo tanto, esta casa de Dios no es un lugar, sino una persona corporativa. Esta casa se compone del Dios Triuno y todos los que han sido salvos. Las epístolas apostólicas expresan el mismo pensamiento. Pedro dijo: “Vosotros [...] como piedras vivas, sois edificados como casa espiritual” (1 P. 2:5). Pablo dijo: “En quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu” (Ef. 2:22). Estos versículos nos muestran que este edificio no es un lugar, sino una entidad compuesta de Dios y el hombre.
Creo que los hermanos y hermanas ya tienen este asunto bastante claro. Ahora daremos otro giro. Si sólo consideramos esto basándonos en Hebreos 11, pareciera que la ciudad que Abraham, Isaac y Jacob anhelaban era un lugar. Sin embargo, cuando llegamos a Hebreos 12, nos damos cuenta de que el nombre de la ciudad es Jerusalén la celestial. Por lo tanto, lo que ellos esperaban con anhelo era la ciudad santa de Dios, Jerusalén la celestial. Sin embargo, cuando llegamos a Apocalipsis, vemos que la ciudad santa no es un lugar. Esto se debe a que la ciudad es la novia, la esposa del Cordero. Por un lado, ella es el tabernáculo de Dios, la que Dios edifica para que sea la morada eterna de Dios y el hombre; por otro, ella es también la novia del Cordero, el complemento que Cristo ha obtenido. Por lo tanto, ustedes deben estar de acuerdo en que esto no tiene que ver con un lugar, sino con personas. Esta ciudad es el grupo de personas que Dios ha edificado a través de las generaciones, el cual se compone tanto de los santos del Antiguo Testamento representados por las doce tribus como de los santos del Nuevo Testamento representados por los doce apóstoles.
Ahora volvamos a ver lo que dice Juan 14. El Señor dijo: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay” (v. 2). Ahora sabemos que esto no es lo que la gente comúnmente llama la mansión celestial. Muchos dicen que la casa del Padre en Juan 14 es la ciudad santa mencionada en Hebreos 11. Estamos completamente de acuerdo con esto. Sin embargo, tenemos que preguntar: ¿es la ciudad santa mencionada en Hebreos 11 una mansión celestial, o es algo edificado con el pueblo redimido por Dios? La Biblia no dice que esto es una mansión celestial, pero Apocalipsis 21 claramente nos muestra que esta ciudad santa es una ciudad edificada con los redimidos de Dios. Esta ciudad es la casa del Padre. Así que “la casa de Mi Padre” en Juan 14 no denota el cielo ni una mansión celestial; más bien, denota un edificio, que equivale a que Dios tome al hombre como Su morada e introduzca al hombre en Dios para que éste le tome como su morada.
Por lo tanto, de Juan 14:2 al capítulo 17, todo lo que el Señor dijo consistía en que Él se iría por medio de la muerte y la resurrección para introducir al hombre —que se encontraba fuera de Dios— en Dios mismo. El Señor dijo: “Donde Yo estoy, vosotros también estéis” (14:3). El Señor estaba en el Padre, y mediante Su muerte y resurrección nosotros fuimos introducidos en el Padre así como Él estaba en el Padre. Es por ello que el Señor dijo que en aquel día “porque Yo vivo, vosotros también viviréis” (v. 19). “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros” (v. 20). “El que me ama [...] me manifestaré a él [...] y vendremos a él, y haremos morada con él” (vs. 21-23). La palabra morada aquí es la misma palabra griega traducida moradas en el versículo 2. Por lo tanto, las moradas mencionadas en el versículo 2 claramente se refieren, no a un lugar físico, sino a aquellos a quienes Dios ha ganado como Su morada.
Ahora hemos dado un gran giro. Como resultado de este giro, vemos que la Nueva Jerusalén no es el cielo, sino el pueblo que Dios ha salvado a través de los siglos, el cual es Su morada y Su complemento. Dios no se va casar con un lugar como si ése fuese Su complemento; no, Él va a casarse con Sus redimidos, quienes son Su complemento. En 2 Corintios 11 Pablo dijo: “Os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo” (v. 2). El complemento de Dios y de Cristo no es un lugar, sino un grupo de personas. Este grupo de personas llega a ser la morada de Dios.
Hermanos y hermanas, no es un asunto fácil interpretar la Biblia. Se requiere toda la Biblia para interpretar un solo versículo. Ustedes no pueden tomar una decisión simplemente examinando un solo pasaje de la Palabra. Si leen solamente Hebreos 11, les podría parecer que la ciudad que Abraham, Isaac y Jacob esperaban con anhelo era un lugar; pero si estudian toda la Biblia, verán que la ciudad no es un lugar, sino un grupo de personas.
Nota: Esperamos que muchos se beneficien de estas riquezas espirituales. Sin embargo, para evitar cualquier tipo de confusión, les pedimos que ninguno de estos materiales sean descargados o copiados y publicados en otro lugar, sea por medio electrónico o por cualquier otro medio. Living Stream Ministry mantiene todos los derechos de autor en estos materiales, y esperamos que ustedes los que nos visiten respeten esto.