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Tener comunión con el Señor para la mezcla de Dios con el hombrepor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6534-5
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La comunión produce
oro, perlas y piedras preciosas

Nuestra obra debe conducir a los hermanos y hermanas a la comunión divina. Únicamente esta clase de obra producirá oro, perlas y piedras preciosas. Esta clase de obra permanecerá al regreso del Señor. Por buena que parezca una obra, no tendrá ningún valor si no es oro, perlas ni piedras preciosas. El Señor desea el oro, las perlas y las piedras preciosas. Una vez que obtengamos la naturaleza de oro, las perlas y las piedras preciosas tendremos la autoridad del reino de los cielos. De lo contrario, simplemente seremos madera, hierba y hojarasca. Que el Señor tenga misericordia de nosotros a fin de que permanezcamos en la comunión divina y seamos llenos de Su rica y preciosa naturaleza (1 Co. 3:10-17; Ap. 21:18-21).

Conocer el Espíritu y la vida

Dios no sólo es el Espíritu, sino también la vida (Jn. 1:4). La Biblia se refiere a la comunión como la comunión de vida (1 Jn. 1:1-3) así como la comunión del Espíritu Santo (2 Co. 13:14; Fil. 2:1). Por lo tanto, la comunión de vida es la comunión del Espíritu Santo. La vida y el Espíritu no pueden separarse. La vida depende del Espíritu Santo, y el Espíritu Santo contiene la vida. A medida que aprendemos a vivir en comunión, debemos conocer al Espíritu Santo y la vida.

El Espíritu de comunión

Romanos 8 claramente describe al Espíritu y la vida divina en nuestro espíritu. El Espíritu de Dios junto con la vida de Dios moran en nuestro espíritu y están unidos a nuestro espíritu. Es difícil saber si la palabra espíritu en Romanos 8 y en otros pasajes del Nuevo Testamento denota el Espíritu Santo o nuestro espíritu humano regenerado. En algunos versículos, como Romanos 8:9 y 16, la palabra espíritu es claramente designada. Sin embargo, en el versículo 4, se nos habla de andar conforme al espíritu. En este versículo la palabra espíritu denota el espíritu mezclado, es decir, el Espíritu mezclado con nuestro espíritu humano. La comunión es de vida y del Espíritu. Tanto la vida divina como el Espíritu moran en nuestro espíritu. Por lo tanto, la comunión depende enteramente de nuestro espíritu. En otras palabras, el fluir de nuestra vida espiritual ocurre en nuestro espíritu.

El Espíritu y nuestro espíritu se mezclan como un solo espíritu, y el Espíritu contiene la vida de Dios. Por lo tanto, nuestro espíritu mezclado incluye al Espíritu, nuestro espíritu y la vida divina. Por ejemplo, podemos comparar nuestro espíritu a un vaso de agua, al Espíritu a un concentrado de jugo de frutas, y la vida divina al azúcar. Cuando los tres se mezclan, llegan a ser una bebida que contiene fruta, agua y azúcar. El Espíritu contiene la vida divina, y el Espíritu está en nuestro espíritu. Por consiguiente, poner la mente en nuestro espíritu mezclado es vida (v. 6). El fluir de vida está en nuestro espíritu mezclado. La vida divina siempre está fluyendo en el Espíritu, y este fluir está en nuestro espíritu. Por consiguiente, a fin de tener comunión, debemos volvernos a nuestro espíritu.

CONOCER EL ESPÍRITU Y LA MENTE

Poner la mente en el espíritu
y la mente del espíritu

La parte más profunda de nuestro ser es nuestro espíritu, nuestro cuerpo es la parte más externa, y nuestra alma está en medio de nuestro espíritu y nuestro cuerpo. Nuestra alma se compone de tres partes: mente, parte emotiva y voluntad. En el hombre caído la mente es la parte más fuerte del alma, después de la cual vienen la parte emotiva y la voluntad. Por lo tanto, la mente representa el alma. Romanos 12:2 dice que debemos ser transformados “por medio de la renovación de vuestra mente”. Este versículo no dice que la transformación se efectúa mediante la renovación de nuestra parte emotiva ni mediante la renovación de nuestra voluntad. Esto nos muestra que nuestra mente es la parte principal de nuestra alma. Romanos 8:6 habla de “la mente puesta en el espíritu”, pero en el idioma original esto literalmente significa “la mente del espíritu”. Efesios 2:3 dice que nosotros en otro tiempo satisfacíamos “los deseos de nuestra carne [...] y de los pensamientos”. Aquí los pensamientos representan el alma y la carne se refiere a los deseos de nuestro cuerpo físico. Esto significa que antes de ser salvos, cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, nos conducíamos según nuestra carne y nuestra mente. Hebreos dice que Dios impartirá Su ley de vida en nuestra mente (8:10) y que la inscribirá en nuestra mente (10:16). En el momento de nuestra salvación Dios puso Su ley de vida en nuestro espíritu. Ahora esta ley está extendiéndose de nuestro espíritu a nuestra alma, la cual es representada por nuestra mente. En estos versículos la mente representa el alma. Después de la caída, la mente del hombre llegó a ser la parte principal de su persona. La mente es la parte dominante y principal del hombre caído.

La vida divina está en el Espíritu, y el Espíritu está en nuestro espíritu regenerado. Por lo tanto, la comunión de la vida divina está en nuestro espíritu. Como seres humanos que somos, nuestra mente es la parte más fuerte que tenemos. Por consiguiente, si deseamos aprender a tener comunión con Dios, tenemos que volver nuestra mente a nuestro espíritu. Romanos 8:5 habla de poner la mente en las cosas del Espíritu. Esto significa que debemos usar nuestra mente para contactar las cosas del Espíritu, lo cual también equivale a volver nuestra mente a nuestro espíritu a fin de contactar el Espíritu. En otras palabras, poner la mente en las cosas del Espíritu equivale a que la mente contacte al Espíritu. En el versículo 6 la frase la mente puesta en el espíritu significa que la mente es controlada por el espíritu y ha venido a ser la mente del espíritu.

Según los versículos 5 y 6, cuando volvemos nuestra mente a nuestro espíritu, todo nuestro ser es introducido en la comunión divina. A fin de que nuestra mente se mezcle con nuestro espíritu, ella debe ser puesta en el espíritu. Cuando nuestra mente es puesta en el espíritu, ella es controlada por nuestro espíritu y llega a ser la mente de nuestro espíritu. Por esta razón, cuando tengamos tiempo para tener comunión con el Señor a solas, lo mejor es cerrar nuestros ojos para que nuestra mente pueda volverse a nuestro espíritu. Cuando cerramos nuestros ojos y contemplamos en silencio, podemos meditar en el Señor Jesús, en las cosas celestiales y espirituales y en la Palabra. Contemplar de esta manera hará que nuestra mente se vuelva a nuestro espíritu y producirá sentimientos espirituales, los cuales a su vez nos ayudarán a poner nuestra mente aun más en el sentir de nuestro espíritu. Es así como nuestra mente llega a ser la mente de nuestro espíritu.


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