Experimentamos a Cristo como las ofrendas para presentarlo en las reuniones de la iglesiapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-1188-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Podemos comparar la ofrenda por las transgresiones con lavarnos las manos durante el día. Usted se baña por la mañana una vez, pero quizás se lave las manos muchas veces durante el día, debido a que se ensucian. Cada vez que uno ve que sus manos están sucias, debe lavárselas nuevamente. De ese modo aplicamos a Cristo como la ofrenda por las transgresiones.
Examinemos más detalladamente la diferencia entre estas dos ofrendas. En Levítico 4 se describe la ofrenda por el pecado, y en Levítico 6 y 7 vemos la ofrenda por las transgresiones. Resulta difícil hacer la diferencia entre el pecado y los pecados o entre el pecado y las transgresiones.
La Biblia lo muestra de una manera bastante comprensible. En ella el pecado parece algo que se hace en ignorancia y no se ve, pues está escondido (Lv. 4:2, 13, 22, 27; 5:15). En Levítico se muestra las transgresiones de una forma muy diferente. Habla del caso en que uno engaña a su vecino o lo perjudica o hiere a alguien (Lv. 6:1-4). No se hace por ignorancia ni está escondido de la vista. Es algo muy evidente y visible. De este modo la Biblia deja ver la diferencia entre el pecado y las transgresiones.
El pecado es un problema escondido e invisible, con el que a menudo uno se tropieza sin darse cuenta, lo cual deja ver que el pecado se halla en nuestra naturaleza y está escondido a los ojos. Supongamos que me comporto como un caballero todo el día y ni mi esposa me encuentra faltas. Esto significa que no cometí ninguna transgresión, pero no quiere decir que yo no sea pecaminoso. Quizás sea perfecto en mi comportamiento, en mis acciones, pero no quiere decir que no tenga pecado en mi naturaleza interna.
Debemos ver la luz. Nuestra naturaleza no solamente es pecaminosa, sino que ella en su totalidad es pecado. Así como una mesa es hecha de madera, nuestra naturaleza está hecha de pecado. Aunque no haya cometido ningún delito en todo el día, no he dejado de ser pecado. Quizás todo el día haya vivido naturalmente, sin utilizar mi espíritu ni tener contacto con el Señor, sin vivir a Cristo ni caminar ni conducirme en el espíritu. Sólo viví en mi ego. Me senté sin Cristo; caminé sin El; comí sin El. No ofendí a nadie, pero estaba sin Cristo. Esto no es visible. La naturaleza pecaminosa está presente, pero no se ve.
Si estoy en tinieblas espirituales, tal vez desconozca lo que es la naturaleza pecaminosa. Por ser humilde, franco, fiel, amable, organizado y cuidadoso con los demás, quizás me considere una excelente persona, pero estaría en la ignorancia. Cuando llegue la luz, comprenderé que eso no es Cristo, sino mi yo; es el producto de Adán, un pecador. Veré que estaba viviendo a Adán, a un pecador. Entonces el pecado invisible quedará expuesto, y yo ofreceré a Cristo como ofrenda por el pecado. Ese es el propósito del pecado. Me preocupa el hecho de que hasta la fecha algunos permanezcan en ignorancia, pensando que están bien, que son perfectos, excelentes, buenos, humildes y amables. Esto se llama ignorancia.
No obstante, creo que muchos santos han sido iluminados durante estos años y ya no ignoran lo que son. Cada día uno toma conciencia de que por naturaleza no es más que pecado. Exteriormente, tal vez uno esté bien y tenga una conducta excelente, pero interiormente ése no es el caso. Interiormente uno es pecado. En nuestro interior no solamente somos pecaminosos, sino que somos pecado. Por lo tanto, cuando empezamos una nueva jornada, lo primero que debemos hacer es ofrecer a Cristo como ofrenda por el pecado. Cada día debemos ofrecer a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado, lo cual nos limpia y nos recuerda que somos pecadores. Al comienzo del día, debemos recordar que somos pecadores, y al hablar con la primera persona que uno vea en el día, seguramente el cónyuge, por estar conscientes de que somos pecadores, no nos atreveremos a hablarle sin primero traer la ofrenda por el pecado. Al presentar a Cristo como la ofrenda por el pecado por la mañana, recordaremos que somos pecadores. Ya no estaremos en la ignorancia, porque sabremos lo que somos y que cada día necesitamos que Cristo nos redima.
Sabemos que Cristo nos redimió hace más de 1900 años, y algunos maestros le dan mucho énfasis a este hecho. Sin embargo, debemos subrayar la importancia de experimentar la redención de la misma manera que recalcamos el hecho histórico. Necesitamos la redención en nuestra experiencia cotidiana. Cada mañana cuando empezamos un nuevo día, lo primero que debemos hacer es ofrecer a Cristo como nuestra ofrenda por el pecado. No pensemos que es demasiado repetitivo. Debemos tomar conciencia de que la vida es un conjunto de repeticiones. Yo me he desayunado 365 días al año durante setenta y siete años, pero no puedo decir que el desayuno me disguste ni me aburre al grado de no comerlo más. La vida humana es una acumulación de acciones reiteradas.
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