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Experimentamos a Cristo como las ofrendas para presentarlo en las reuniones de la iglesiapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1188-5
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LA ADORACION QUE DIOS DESEA

Luego en el año 1959, como ya dije, volví a estudiar el Pentateuco. Después de haber observado las diferentes clases de adoración que las religiones inventaron, el Señor me mostró la única adoración que El desea.

Después de crear a Adán y Eva, Dios no les mandó que lo adorasen. En Génesis 2 vemos el mismo principio que en Exodo y en Levítico. Después de crear al hombre, Dios no le habló de adoración, sino de comida. Dios no los exhortó a adorarlo, sino a comer. Debían comer de cierto árbol; de ese modo tendrían vida. Pero si comían lo que no debían, morirían. Después de caer, el hombre vio su propia desnudez y trató de cubrirse. Entonces Dios intervino e hizo túnicas de pieles. En Génesis 3, el tema principal es la comida.

EL SERVICIO SACERDOTAL PARA DIOS

Abel fue la segunda generación de la humanidad. ¿Qué hizo él? ¿Adoraba a Dios? ¿Cantaba himnos? ¿Alababa a Dios? No se menciona nada de eso. El ofreció los primogénitos de sus ovejas para satisfacer a Dios. Abel fue el primer sacerdote porque ofreció el debido sacrificio que satisface a Dios. Dios lo aprobó por este sacrificio, pues le fue grato, y aceptó a Abel.

No se imagine que el sacerdocio empezó con Aarón y sus hijos. Noé también era sacerdote. En Génesis hallamos otro sacerdote, que se llamaba Melquisedec. ¿Qué es o quién es un sacerdote? Es aquel que ofrece comida a Dios, que sirve a Dios, no con cánticos, ni alabanzas, ni tampoco inclinándose, sino ofreciendo comida a Dios para Su satisfacción. Cantar, alabar e inclinarse son invenciones religiosas que proceden del hombre natural.

¿Qué revela la Palabra santa acerca de la adoración? Adorar a Dios consiste en ofrecer algo que lo complazca y lo satisfaga. Según lo revelado en toda la Biblia, debemos ofrecer al propio Cristo. La ofrenda que presentó Abel a Dios tipifica a Cristo.

El pueblo de Dios, los hijos de Israel, cayó en Egipto. Entonces Dios intervino, los redimió y los liberó de la opresión para llevarlos a un lugar en donde congregarlos. ¿Para qué? Para cumplir un servicio sacerdotal para Dios, y traer solamente lo que Dios desea, lo que le agrada y la comida que lo satisface. Entonces debían comer juntamente con Dios y regocijarse al comer con El. Hermanos, ésta es la manera en que nos debemos reunir. La redención y la salvación tienen esta meta. Dios nos redimió y nos salvó para que nos reuniésemos. Nos libró de la tiranía de Satanás y de la cautividad del pecado para llevarnos a un lugar de reunión.

EL NOMBRE DE DIOS Y SU MORADA

Dios nos conduce a reunirnos en el lugar que El mismo designó y escogió, y que incluye dos aspectos cruciales: Allí debe estar establecido Su nombre, y allí estará Su morada. El lugar que Dios escogió para que nos reuniésemos debe tener Su nombre y Su morada. Tanto Su nombre como Su morada preservan la unidad de Su pueblo. Existe un solo nombre en el cual debemos reunirnos (Mt. 18:20), y un solo centro donde debemos congregarnos: la morada de Dios. Sin estos dos aspectos cruciales, el pueblo de Dios estaría dividido, y nos reuniríamos según nuestros gustos, según nuestro capricho y según nuestra preferencia. Pero Dios dice: “No deben tener preferencias. No os toca a vosotros escoger. La elección me pertenece únicamente a Mí. Yo soy el único que puede escoger. Escogeré un lugar, y allí pondré Mi nombre y allí habitaré” (Dt. 12:11-18). Sabemos que este lugar era el monte de Sion. Dios puso Su santo nombre allí, y allí fijó Su morada. Este se convirtió en el centro único e indivisible del pueblo de Dios, el lugar donde ellos se reunían.

UNA VIDA DE REUNIONES

Podemos ver que la reunión no es insignificante. La vida del pueblo de Dios aun en el Antiguo Testamento, era una vida de reuniones. Al leer el Antiguo Testamento con detenimiento, descubrimos que todos los varones de Israel debían reunirse tres veces al año: en la fiesta de la Pascua, en la fiesta de las semanas o Pentecostés, y en la fiesta de los Tabernáculos (Dt. 16:16). El Antiguo Testamento nos muestra que esto era tan serio que todo varón que no acudiera a dicha reunión era cortado de entre el pueblo (Nm. 9:13), porque la vida apropiada de los redimidos de Dios era una vida de reuniones. Para ellos, reunirse significaba congregarse en el nombre de Dios y en la morada de El para ofrecerle y servirle alimento. No se trataba de cantar, de alabar, de inclinarse ni de postrarse. En este servicio, los que sirven, es decir, los sacerdotes, comen delante de Dios, con Dios y también entre ellos.


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