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Puente y canal de Dios, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3840-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 1 de 8 Sección 5 de 5

LA VIDA NATURAL NO TIENE CABIDA ALGUNA

Algunos se jactan diciendo que aman al Señor, pero en su vida diaria no responden al llamado de Dios, sino que, más bien, ignoran Su voz. Dicen que aman al Señor únicamente cuando se sienten emocionados. Por ejemplo, cuando quieren ver una película en el cine, un sentir interior les prohíbe que vayan, pero de todos modos van. Saben que no deben cometer pecados graves, pero no les preocupan en absoluto los pequeños detalles. Cuando oran en las reuniones, incluso testifican que el Espíritu del Señor los ha tocado. Hay muchos cristianos así. Francamente, amar al Señor así, de nada sirve. Hace poco, quedé muy convencido con lo que compartió cierto hermano, quien dijo: “La voz natural es la vida natural, y la vida natural es la vida que no es verdadera”. Puede ser que alguien ore con usted y le diga que verdaderamente desea servir con usted en coordinación, pero inmediatamente después de orar, se enoja con usted.

Cierta hermana puede ser tan ferviente por el Señor que ni diez hermanos juntos puedan igualarla en esto. Y cuando ella habla de su experiencia de amar al Señor, quienes la escuchan se sienten tan conmovidos que no pueden contener las lágrimas. Sin embargo, y aunque parezca imposible, cuando ella se enoja, nadie puede detenerla. La vida natural es la vida que no es verdadera. Algún día, todo lo que proviene de la vida natural tendrá que ser quebrantado. El Señor tiene que tocar verdaderamente nuestro ser para que nos demos cuenta de que nuestro entusiasmo, nuestro fervor, nuestro amor por el Señor y nuestro servicio al Señor son todos naturales y carecen del elemento de Dios. No importa cuántas paredes de bronce y hierro tengamos, o si tenemos puertas de adentro, del medio o de afuera, todas las puertas de nuestro ser deben ser abiertas al Señor, en conformidad con el sentir interior. Entonces comprenderemos que no vemos al Señor mismo en las expresiones de nuestro entusiasmo y nuestro fervor. Únicamente cuando el Señor nos toque al grado en que Él mismo sea liberado desde nuestro interior, llevaremos mucho fruto como se menciona en Juan 15; el fruto que produce el árbol proviene de la vida interior (v. 2).

Amar al Señor no tiene que ver con ser fervientes; más bien, tiene que ver con tocar al Señor desde lo profundo de nuestro ser y someternos a Su amor. De ahora en adelante, no debe preocuparnos cuánto amamos al Señor, sino únicamente si estamos dispuestos a someternos a Dios en respuesta a lo que Él haya tocado en nuestro interior. Debemos prestar atención a nuestra relación con el Señor. Si el Señor nos toca, ¿cómo debemos responder? Si el Señor pone en nosotros cierto sentir, ¿cómo debemos obedecer? Tal vez oremos en la mañana, diciendo: “Señor, no te amo lo suficiente; espero que pueda amarte más hoy y ser más ferviente”. Sin embargo, me temo que este tipo de oración procede de la religión, no de revelación. No debemos preocuparnos por cómo nos comportamos delante de Él, sino más bien, debemos preguntarnos si nos hemos encontrado con Él y si hemos sentido y obedecido el sentir que Él ha puesto en nosotros. Él podría tocar nuestro ser, preguntándonos cómo pudimos tratar a nuestro cónyuge de cierta manera o cómo pudimos ponernos cierta vestimenta. Entonces debemos someternos a Él, respondiendo al sentir interior que Él nos da. No debe preocuparnos qué cosas debemos hacer para Él, sino que simplemente debemos acatar Su mandato y responder a lo que Él desea hacer en nosotros, y luego cooperar con Él y someternos a Él.

POR REVELACIÓN Y NO POR ESFUERZO HUMANO,
Y ES SUBJETIVA, NO OBJETIVA

Según este principio de cooperar y someternos al Señor, si Dios no hace nada, nosotros tampoco debemos hacer nada. Únicamente debemos avanzar cuando Él avance. Esto es lo que significa laborar conforme a una revelación y no conforme a la religión. Preocuparse por lo que uno debe hacer para Dios no es otra cosa que una religión fabricada por el hombre, la cual es el producto de la fuerza y el esfuerzo del hombre. Algunos podrían señalar que el Señor Jesús le preguntó a Pedro: “¿Me amas?”. Sin embargo, lo que vemos aquí es la respuesta de Pedro al mandato de amor que el Señor le hace, y no que fuera Pedro el que tomó la iniciativa de amar al Señor. De hecho, Pedro no amaba al Señor lo suficiente; aquello que él más amaba era irse a pescar. Pero mientras pescaba y le daba la espalda al Señor, el Señor vino y se le apareció. Que el Señor se le apareciera fue una revelación para Pedro. Bajo esta luz el Señor le preguntó a Pedro: “¿Me amas?”. La aparición del Señor hizo que Pedro respondiera a la exigencia que el Señor le hizo (Jn. 21:1-17). Éste es el Dios viviente y que da luz.

El concepto humano es que si Dios desea darnos una revelación, Él nos hablará de forma externa y objetiva. Pero de hecho, sucede todo lo contrario. Cuando Dios desea darnos una revelación, Él lo hace entrando en nosotros, vistiéndose de nosotros, llevándonos consigo y poniendo en nosotros cierto sentir para que nosotros percibamos que la revelación es interior, sin embargo es de Dios. Podríamos decir que cuando Dios nos da una revelación, en realidad Él se mezcla con nosotros. Dios se mezcla con nosotros al grado en que aun si nuestra voluntad quisiera rebelarse contra el Señor, no podríamos hacerlo, pues nos damos cuenta de que nuestra rebeldía proviene de nosotros mismos. Debemos, pues, tener claro que la revelación no es objetiva sino subjetiva. Todos los hostigamientos externos son Satanás disfrazado.

Algo sucedió mientras yo me encontraba en el sur de la provincia de Fukien. Había un hermano que se había ido a los Estados Unidos a estudiar medicina. Cuando regresó, negó que el Señor Jesús había venido en la carne y que era el Hijo de Dios. Ésta fue la obra de los espíritus malignos. La revelación que Dios da al hombre no viene de afuera, sino que es sumamente subjetiva. Si las circunstancias y los sentimientos de una manera obvia contradicen la Biblia, no son otra cosa que manifestaciones de Satanás. Incluso los apóstoles y las iglesias en el pasado tuvieron periodos en los que perdieron la revelación debido a que hubo muchas circunstancias y situaciones que les impidieron conocer a Dios. La revelación es subjetiva, pues es Dios mismo que viene a nosotros y llega a ser uno con nosotros. Él se viste con nosotros, se mezcla con nosotros y se aferra a nosotros desde nuestro interior. Finalmente, todo lo que hacemos, aunque aparentemente es hecho por nosotros, en realidad es hecho por Dios. Si tenemos este entendimiento, no aspiraremos más a conocer a Dios simplemente de una manera objetiva.


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