Iglesia como el Cuerpo de Cristo, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-4182-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En el pasado algunos se pusieron de pie y exhortaron a los hermanos y hermanas con lágrimas en los ojos, diciendo que el requisito para que podamos recibir la bendición es la unanimidad y que si no estamos unánimes, la bendición se irá poco a poco. Pero hemos descubierto que cuantas más exhortaciones las personas reciban, menos unánimes parecen estar los hermanos y hermanas. Las exhortaciones no nos ayudan a obtener la unanimidad. Sólo hay una manera en que podemos ser unánimes: que seamos “derribados” por la cruz. Es preciso que veamos que la cruz ya “derribó” todas las ordenanzas. Ha derribado todo aquello en lo cual nos apoyamos para justificarnos a nosotros mismos y para condenar a otros. Además, ha derribado la base, el fundamento, de las ordenanzas, que era la vieja creación. Ver esto nos ayudará a lograr la verdadera unanimidad.
En la vida de iglesia los que están dispuestos a compartir en las reuniones quizás piensen que ellos no son “gentiles”, y que los que nunca hablan son “gentiles”. Aquellos que siempre abren su boca para “tener comunión” de esta manera, a menudo se justifican secretamente a sí mismos considerándose personas buenas y de peso espiritual. Sin embargo, otros de entre nosotros que no comparten con la misma libertad sencillamente pueden estar tragándose las palabras que tienen en la punta de la lengua. Aun en esto, ellos se justifican a sí mismos y condenan a otros. Hay demasiadas situaciones semejantes a éstas entre los hermanos y hermanas. La razón por la cual no discutimos, argumentamos ni peleamos externamente es que amamos al Señor, le tememos y deseamos Su bendición. Sin embargo, con frecuencia nuestro semblante cambia, y nos conducimos de manera artificial. Simplemente estamos tratando de controlarnos. ¿Qué es esto? Esto muestra que no estamos en armonía y que no somos capaces de coordinar con otros. Cualquier cambio en nuestro semblante y en nuestra conducta es un indicio de discordia que proviene de la vieja creación, de la carne y de las ordenanzas que hacen que nos justifiquemos de forma personal.
Cuando el Espíritu Santo venga y derribe la vieja creación en nosotros, nuestra persona será derribada. Entonces los que no comparten en las reuniones compartirán la palabra, y a los que les encanta compartir cerrarán la boca. Los que nunca compartían en la reunión no condenarán a los que les gusta compartir, y a los que les gusta compartir no condenarán a los que permanecen callados. Por ejemplo, decir que las hermanas deben cubrirse la cabeza y guardar su lugar es una enseñanza muerta promulgada en la carne. Esto es una expresión de la vieja creación y necesita experimentar el quebrantamiento de la cruz. Una vez que las hermanas hayan sido quebrantadas por la cruz, no sentirán más que son hermanas; no en el sentido de que se olviden de que son hermanas, sino en el sentido de que ya no permanecerán más en la esfera de las ordenanzas. De la misma manera, cuando un anciano que ha sido quebrantado por Dios hable con el hermano más joven, no sentirá que él es un anciano y que está dirigiéndose a un hermano común y corriente. No es que a este hermano se le olvide que él es un anciano, sino que simplemente no actuará dándose un aire de “anciano”.
Un anciano puede sentir que los demás deben dirigirse a él de cierta manera, usando un tono y expresión que corresponda a su “posición superior”, porque un “anciano debe ser respetado por todos”. ¿Qué es esto? Esto es la carne; es un mandamiento de la carne que pertenece a la vieja creación. Después de que el Espíritu Santo opere para destronar a este anciano, derribando la vieja creación en él, él seguirá siendo un anciano, pero ya no se dará el “aire” de anciano. Ya no sentirá que es un “anciano”, sino que, en vez de ello, sentirá que Cristo está en él, que Cristo está edificándose en él y que Dios está en él.
En la vida de iglesia los jóvenes de entre nosotros a menudo se quejan, diciendo: “Lo único que los ancianos hacen es pisotearnos y menospreciarnos. ¿Acaso no saben que los jóvenes tienen un potencial muy grande? Es cierto que somos jóvenes, pero ellos también fueron jóvenes como nosotros. ¿Por qué nos tienen en un concepto tan bajo? En lugar de ello deberían ayudarnos, cultivarnos, guiarnos y enseñarnos lo que no sabemos”. De este modo, la ley, los Diez Mandamientos, siguen presentes entre nosotros. Pablo, al hablar sobre los requisitos de un anciano, no estableció tantas leyes como las que tienen estos jóvenes; estos jóvenes parecen crear una ley tras otra. Cuando el Espíritu Santo opere y derribe a estos jóvenes, ellos dirán: “Oh Señor, ten misericordia de mí; lo que necesito no es que los ancianos me estimen o me menosprecien, sino que mi persona sea derribada y que Cristo sea edificado en mí. Oh Señor, lléname”. Cuando esto suceda, se producirá la edificación; la obra de Dios estará presente entre estos jóvenes. Aun cuando ellos sean jóvenes, una porción de la iglesia, una porción del Cuerpo de Cristo y una porción de algo espiritual, se expresará en ellos.
Es probable que los más ancianos a veces digan: “Miren nuestra iglesia; sin duda es una familia que inspira lástima. Los jóvenes no se comportan apropiadamente. Cuando nos ven en la calle, actúan con arrogancia y ni siquiera nos saludan. Cuando nos ven de pie junto a la puerta del salón de reuniones, nos ignoran y simplemente pasan de largo. ¿Es esto acaso apropiado?”. Si hablamos de esta manera, eso significa que hace falta la obra demoledora de la cruz en la vida de iglesia; una vez que la cruz realice su obra de demolición, todas las ordenanzas desaparecerán. Todo indicio de justificarnos a nosotros mismos, de condenar a otros y de aprobarnos a nosotros mismos desaparecerá. Una vez que la cruz opere, la carne será quebrantada y la vieja creación será derribada. La cruz habrá derribado la pared intermedia de separación entre los hermanos y a las hermanas, entre los viejos y los jóvenes, y entre todos aquellos que tienen diferencias en su naturaleza y su modo de ser; todo ha sido derribado por la cruz.
Debemos ver que el primer paso en la obra de edificación de Dios es la obra demoledora de la cruz. Es preciso que sepamos que todas nuestras críticas, opiniones divergentes y todo sentimiento de que estamos en lo correcto y que los demás están equivocados, no son más que la carne. Estas cosas se convierten en la base para establecer leyes similares a las leyes que fueron promulgadas en el monte de Sinaí. Estos sentimientos son leyes que levantan una pared de separación entre nosotros y los demás, y nos llevan a tener un sentir diferente al de los demás y a pensar que ellos están equivocados y que nosotros tenemos la razón. Aunque todos somos creyentes, es posible que haya una pared de separación entre nosotros. Esta pared de separación no proviene de Cristo ni del Cuerpo, sino de la carne y de la vieja creación. La obra demoledora de la cruz debe abolir en nosotros esta pared de separación.
De todo corazón creemos que los santos que sirven juntos no son pecaminosos y que todos ellos han abandonado el mundo. Sin embargo, la vieja creación y la carne siguen presentes, y nuestra persona permanece intacta y entera. Todavía queda una pared de separación entre nosotros que tiene que ser derribada por la cruz. Todo lo que pertenece a la vieja creación no es edificado sobre Cristo ni está unido a Cristo; no tiene a Cristo como fundamento ni como piedra de ángulo. Para determinar si estamos en la vieja creación, lo único que tenemos que hacer es fijarnos si estamos edificados sobre Cristo y estamos unidos a Él. No es necesario que los demás nos digan nada; nosotros debemos tener esto muy claro interiormente. Mientras nuestro corazón no esté endurecido, los sentimientos que ponga el Espíritu Santo en nosotros deben ser muy claros.
En el Espíritu Santo podremos percibir claramente que nos justificamos a nosotros mismos, que nos consideramos justos, y que también criticamos y condenamos a otros. Nos daremos cuenta de que estos sentimientos no provienen de Cristo, que no están en Cristo ni están unidos a Cristo, sino que más bien provienen de nosotros mismos. Es posible que condenemos a otros conforme a nuestros razonamientos, pero el Espíritu Santo en nuestro interior no justificará lo que hacemos como algo que proviene de Cristo y que es hecho en unión con Cristo. Por el contrario, el Espíritu Santo nos mostrará que estos sentimientos son naturales, es decir, que únicamente provienen de nuestro conocimiento, aprendizaje y educación. Éstos son sentimientos que nuestro entorno ha inculcado en nosotros. Por lo tanto, son sentimientos que provienen de nuestras opiniones y modo de ser terrenales. El Espíritu Santo también nos mostrará la gran necesidad que tenemos de ser quebrantados.
Si permitimos que el Espíritu Santo obre dentro de nosotros y nos quebrante, veremos el edificio de Dios en nosotros. Tener el edificio equivale a tener el Cuerpo, la iglesia, la imagen de Dios y la autoridad de Dios expresada por medio del edificio. Al final, cuando la ciudad aparezca, todas las naciones se someterán a la autoridad de la ciudad; ésta es una expresión de autoridad. Además, también veremos la gloria de Dios expresada en la ciudad; ésta es la imagen de Dios. Si un hermano, una hermana o un grupo de santos permiten que Dios los quebrante y los edifique de esta manera, podremos ver en ellos la autoridad de Dios y la imagen de Dios. Esto es lo que Dios desea obtener.
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