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Ser liberados de los ritos religiosos y andar conforme al Espíritupor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-8302-8
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Actualmente disponible en: Capítulo 8 de 17 Sección 2 de 3

EL EJEMPLO DE PEDRO,
EL APÓSTOL A LOS JUDÍOS

Pedro era uno de los apóstoles. El Señor sabía que Pedro estaba arraigado en sus conceptos y sus hábitos, y que no sería fácil hacer que Pedro se desprendiera de la ley. Por esta razón, el Señor le mostró una visión tres veces. El Señor también dispuso el entorno de modo que Cornelio envió hombres a invitar a Pedro. Estos factores redujeron a Pedro de modo que pudiera contactar a los gentiles.

Luego, mientras Pedro estaba en Antioquía, él comía con los creyentes gentiles. Pero cuando algunos creyentes judíos vinieron de Jerusalén, él se retrajo y se apartó de los gentiles. No sólo Pedro se retrajo, sino que también Bernabé se unió a Pedro en esta hipocresía (Gá. 2:11-13). Es difícil creer que Pedro haría tal cosa. Él era un apóstol con experiencia y recibió una dirección especial de parte del Señor por medio de una visión celestial, mas él se separó de los creyentes gentiles.

En nuestro interior existe una tendencia a guardar la ley. Esto no se refiere a las leyes morales. En la era del Nuevo Testamento, Dios no tiene intención alguna de que nosotros guardemos las leyes ceremoniales. Dios no desea que guardemos las ordenanzas de la ley.

EL EJEMPLO DE PABLO,
EL APÓSTOL A LOS GENTILES

El hecho de que Pedro fuese influenciado por los creyentes judíos indica que él no había sido librado por completo de la ley y sus ordenanzas. Por esta razón, Pablo le resistió cara a cara (v. 11). Quizás nosotros pensemos que, puesto que Pablo resistió a Pedro, escribió el libro de Gálatas y conoció la gracia conforme al Nuevo Testamento, él debía haber sido librado completamente de la esclavitud de la ley y sus ordenanzas. Sin embargo, Pablo también se volvió débil. En su último viaje a Jerusalén, él cayó bajo la influencia de los creyentes judíos. Pablo fue a ver a Jacobo y a los ancianos en Jerusalén. Él los saludó y les contó las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por medio de su ministerio. Después que escucharon el informe de Pablo, ellos glorificaron a Dios y le dijeron que millares de judíos habían creído y eran celosos por la ley (Hch. 21:18-20). Los creyentes judíos en Jerusalén no sólo guardaban la ley, sino que eran celosos por la ley. Los ancianos sintieron que Pablo no tenía una buena reputación entre los judíos, pues él enseñaba a los judíos a abandonar los rituales de la ley (v. 21). Por tanto, aconsejaron a Pablo, diciendo: “Tenemos aquí cuatro hombres que tienen obligación de cumplir voto. Tómalos contigo, purifícate con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza; y todos comprenderán que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti, sino que tú también andas ordenadamente, guardando la ley” (vs. 23-24).

¿Debió Pablo haber seguido su consejo? Era cierto que Pablo actuaba contrario a la ley al contactar a los gentiles. Les dijo a los gentiles y a los judíos que ellos no necesitaban ser circuncidados ni guardar las ordenanzas. Puesto que ésta era la enseñanza de Pablo, ¿acaso no sería una hipocresía seguir la propuesta hecha por los ancianos? ¿No estaría él mintiendo? Pablo no debió haber aceptado.

Para este tiempo Pablo ya había escrito Gálatas y Romanos. En estos libros sus palabras son muy fuertes. En Gálatas 3:1-2 él dice: “¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó a vosotros, ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente como crucificado? Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?”. Estas palabras son indudablemente fuertes. Con base en estas palabras, supondríamos que Pablo no escucharía a los ancianos en Jerusalén. Sin embargo, Pablo se volvió débil. Esto muestra el poder que tiene la ley. Nunca deberíamos pensar que hemos sido librados por completo de la ley. Cuando entramos a cierto ambiente, nosotros también podríamos volvernos débiles y sucumbir a la ley.

Pablo no sólo participó en el rito de purificación y pagó los gastos de los otros hermanos, sino que él incluso hizo que los sacerdotes presentaran ofrendas por cada uno de ellos. Esto es difícil de creer. En Hebreos Pablo dice que las ofrendas antiguotestamentarias habían terminado (10:5-9). En Gálatas él dice: “Habéis sido reducidos a nada, separados de Cristo, los que buscáis ser justificados por la ley; de la gracia habéis caído” (5:4). Al seguir lo propuesto por los ancianos en Jerusalén, Pablo reedificaba lo que él había derrumbado. Cuando Pablo estaba por concluir el rito de purificación, Dios despertó una tormenta de modo que Pablo fue arrestado por los judíos y subsiguientemente enviado a Roma para ser encarcelado. Él nunca regresó a Jerusalén. Luego, en el año 70 d. C., Dios envió al príncipe romano Tito junto con el ejército romano para destruir a Jerusalén. Ellos derrumbaron el templo santo y destruyeron la ciudad santa; no dejaron una piedra sobre otra. Dios destruyó a Jerusalén, el centro del judaísmo, y esparció a los israelitas entre las naciones. Eso ocurrió hace dos mil años. Desde ese día, Jerusalén ha estado bajo la devastación de los gentiles. El Señor hizo esto a fin de destruir el centro del judaísmo.


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