Cuatro elementos cruciales de la Biblia: Cristo, el Espíritu, la vida y la iglesia, Lospor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6380-8
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El Antiguo Testamento habla de Cristo por medio de alegorías y de tipos. Aunque esto hace fácil que las personas entiendan, ellas aún no pueden tener fácilmente una comprensión total. Una imagen siempre es mejor que mil palabras. Cuando miramos los cuadros del Antiguo Testamento, de inmediato podemos entender su aspecto aparente, superficial y literal. Sin embargo, a menos que el Señor abra nuestro entendimiento, realmente no podremos entender el significado intrínseco, profundo y esencial que ellos encierran. Como ya hemos visto, el Antiguo Testamento nos habla de Cristo con tipos que corresponden a seis grandes categorías: los seres humanos, los animales, las plantas, los minerales, las ofrendas y los alimentos. El Nuevo Testamento continúa hablándonos de Cristo pero de manera explícita. Al hablar de Cristo, el Nuevo Testamento no usa principalmente tipos, como seres humanos, animales, plantas, minerales, ofrendas y alimentos; más bien, habla de que Cristo es el Espíritu. En el Nuevo Testamento, Cristo es presentado completamente con el Espíritu como centro, elemento y esfera. Por tanto, el Espíritu es la esencia del Nuevo Testamento, o sea el factor del mismo. El Nuevo Testamento empieza con una revelación, mostrándonos que Juan el Bautista fue lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre, y que luego su madre y su padre también fueron llenos del Espíritu Santo. Después de esto muestra que fue enteramente por la entrada del Espíritu Santo en la humanidad que Jesús fue concebido y nació. Él era una persona que tenía humanidad con divinidad y que vivió en la tierra por treinta y tres años y medio, murió en la cruz y resucitó para introducir, por medio de ello, la humanidad en la divinidad. En la resurrección Él llegó a ser una persona maravillosa, Aquel que es la divinidad en la humanidad y la humanidad en la divinidad.
En 1 Corintios 15:45 se nos dice: “El postrer Adán [fue hecho] Espíritu vivificante”. El postrer Adán es Aquel que introdujo la divinidad en la humanidad. Luego, por medio de la muerte y la resurrección, Él introdujo la humanidad en la divinidad y llegó a ser el Espíritu vivificante. La mayoría de los cristianos no se atreve a tocar este versículo porque no encaja con su teología y tradición. En cierto lugar del cristianismo, hay un cuadro donde se muestra al Padre como un anciano que está sentado, al Hijo como un joven de pie junto a Él, y al Espíritu Santo como una paloma volando en el aire. Este cuadro representa la Trinidad del cristianismo actual. Sin embargo, las Escrituras indican que el Padre, el Hijo y el Espíritu no están separados. Cuando el Hijo vino, el Padre vino con Él (Jn. 8:16, 29; 16:32). Además, la concepción del Hijo fue por obra del Espíritu Santo; Él fue engendrado al entrar la divinidad en la humanidad. Cuando el Hijo salió a cumplir Su ministerio, el Espíritu Santo descendió sobre Él como Su poder. Después, por medio de Su muerte y resurrección, el Señor introdujo la humanidad en la divinidad. Él es tal persona misteriosa y maravillosa. Después de pasar por estos procesos misteriosos y maravillosos, Él llegó a ser el Espíritu vivificante. El apóstol Pablo vio esta revelación claramente y declaró con denuedo: “El Señor es el Espíritu” (2 Co. 3:17). Esto significa que Cristo en la resurrección no es solamente el Espíritu vivificante, sino también “el Espíritu”.
En la creación únicamente existía el Espíritu de Dios (Gn. 1:2). En el Antiguo Testamento, en la relación de Dios con el hombre y al tratar con éste, vemos al Espíritu de Jehová (Jue. 3:10). Al comienzo del Nuevo Testamento, el Espíritu Santo vino a llevar a cabo la obra para la predicación del evangelio neotestamentario. En primer lugar, preparó al precursor, a Juan el Bautista, y luego entró en el vientre de una virgen para introducir la divinidad en la humanidad, y así producir un Dios-hombre. Este Dios-hombre llevó una vida humana en Su humanidad mezclada con la divinidad por treinta años. Poco después, cuando salió a llevar a cabo Su ministerio, el Espíritu Santo descendió sobre Él para ungirlo. Sin embargo, en Juan 7 se nos dice que aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado. Esto significa que en ese tiempo el Señor Jesús aún no había muerto y resucitado. Finalmente, Él pasó por la muerte y la resurrección e introdujo la humanidad en la divinidad. Así pues, todo Su ser es la divinidad en la humanidad y la humanidad en la divinidad. Esta persona llegó a ser el Espíritu vivificante. Este Espíritu vivificante es todo-inclusivo, pues posee divinidad, humanidad, el vivir humano con divinidad en la humanidad, la muerte todo-inclusiva, la eficacia de la redención efectuada en la cruz, la resurrección que todo lo vence y el poder de la resurrección. Todos estos elementos se hallan en el Espíritu vivificante. Este Espíritu es todo-inclusivo, aunque Su título es muy sencillo: el Espíritu.
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