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Impartición divina par ala economía divina, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6586-4
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CAPÍTULO DOS

LA MAYORDOMÍA DEL APÓSTOL
IMPARTE LAS RIQUEZAS DE CRISTO
Y CRISTO HACE SU HOGAR
EN LOS CORAZONES DE LOS SANTOS

Lectura bíblica: Ef. 3:2-5, 7-11, 14-19

LA ELECCIÓN DEL PADRE, LA OBRA REDENTORA
DEL HIJO Y EL SELLAR DEL ESPÍRITU
REDUNDAN EN LA IGLESIA

Según el capítulo 1 de Efesios, la iglesia es constituida y llega a existir por medio de la impartición de la Trinidad Divina. La impartición de la Trinidad Divina procede del Padre como fuente (vs. 3-6), del Hijo como cauce (vs. 7-12) y del Espíritu como fluir (vs. 13-14). La impartición del Padre como fuente incluye la elección (v. 4) y predestinación (v. 5) del Padre. La intención del Padre al escogernos es impartir en nosotros Su naturaleza santa para que seamos santos, y Su intención al predestinarnos es que recibamos Su vida divina. Una vez que recibimos la vida divina del Padre, nacemos de Dios y llegamos a ser hijos Suyos, a fin de disfrutar la filiación.

La iglesia también es constituida por medio de la obra redentora del Hijo. El Padre nos escogió y predestinó. Luego el Hijo vino para redimirnos. La redención efectuada por el Hijo nos puso en una condición tal que podemos llegar a ser la herencia del Padre. Dios el Padre sólo hereda aquello que tiene la naturaleza divina. Su herencia debe conformarse a la norma de Su divinidad. Es por ello que la redención de Cristo debe introducirnos en Dios mismo. Su redención no simplemente nos redime del pecado; más que eso, nos introduce en Dios mismo, en Su elemento divino. Este elemento divino nos constituye un precioso tesoro para herencia de Dios.

La impartición divina de la Trinidad Divina según Efesios 1 tiene su consumación en el sellar del Espíritu (vs. 13-14). Todo el ser del Dios completo llega a nuestro ser por medio del sellar del Espíritu. El sellar del Espíritu satura a los que son sellados. El Espíritu, el sello vivo, es también la tinta que sella, la cual se aplica a nuestro ser interior con la imagen del sello. La tinta que queda estampada en el papel con el tiempo se seca, pero el Espíritu, la tinta que sella, permanecerá “fresco” aun hasta la eternidad. Debido a que el Espíritu como tinta que sella permanece “fresco”, continuamente nos saturará e impregnará hasta que todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— sea sellado. Finalmente, mediante el sellar divino, nosotros los seres humanos llegaremos a ser la expresión, no sólo del Dios que crea, sino también del Dios que regenera, santifica, transforma y glorifica. Llegaremos a ser Su expresión, Su plenitud. Éste es el objetivo y meta principal de la economía divina, el arreglo eterno dispuesto por Dios como Su plan eterno. Dios desea hacer de Sus escogidos Su expresión, Su plenitud, de manera corporativa.

CUMPLIR NUESTRA MAYORDOMÍA
DE IMPARTIR LAS RIQUEZAS DE CRISTO
EN LAS PERSONAS MEDIANTE
LA PREDICACIÓN DEL EVANGELIO

La mayordomía del apóstol consiste en impartir, ministrar, el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo a las naciones (Ef. 3:2, 8). Algunos quizás piensen que solamente el apóstol Pablo recibió esta mayordomía debido a que era el principal apóstol. Muchos creyentes también sostienen que en toda la historia de la iglesia sólo ha habido doce apóstoles. Este concepto se basa en la enseñanza errónea de algunos de los maestros de la Asamblea de los Hermanos, quienes afirmaron que los doce discípulos que el Señor Jesús seleccionó eran los únicos apóstoles. Según esta enseñanza, Pablo reemplazó a Judas como el duodécimo apóstol, en lugar de Matías. Ellos dicen que Matías fue excluido porque fue seleccionado echando suertes y no directamente por Cristo como lo fue Pablo. Sin embargo, esta enseñanza no es según la revelación completa del Nuevo Testamento. Hechos 1:26 dice que después que la suerte cayó sobre Matías, él “fue contado con los once apóstoles”. En el siguiente capítulo, el Espíritu Santo inspiró al escritor de Hechos para que dijera: “Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once” (2:14). Esto muestra que Matías, quien fue escogido en 1:26, fue reconocido como uno de los doce apóstoles.

Por otra parte, además de los primeros doce apóstoles hubo otros. Bernabé era un apóstol (Hch. 14:14). Silas y Timoteo también llegaron a ser apóstoles (1 Ts. 1:1; 2:6). En Apocalipsis 2 el Señor elogió a la iglesia en Éfeso porque ellos discernían cuáles eran los verdaderos apóstoles y cuáles eran los falsos (v. 2). Esto implica que había más apóstoles aparte de los doce; de lo contrario, habría sido fácil identificar a los falsos apóstoles.

La palabra apóstol es una transliteración de la palabra griega que significa “alguien que es enviado”. Todo creyente apropiado es una persona enviada. Tenemos ejemplos de personas que fueron enviadas en el Antiguo Testamento. Isaías fue una de estas personas. Cuando él vio la gloria de Cristo (Jn. 12:38, 41) y oyó la voz del Señor que le decía: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá por Nosotros?”, Isaías respondió: “Heme aquí; envíame a mí” (Is. 6:8). Todo el que es enviado por el Señor es un apóstol. Incluso una hermana joven que esté dispuesta a ser enviada por el Señor para predicar el evangelio a sus padres es un apóstol, una persona enviada.

En la nueva manera que el Señor nos ha mostrado, hemos sido instruidos, alentados y comisionados para salir a predicar el evangelio. Salir a predicar el evangelio equivale a ser enviado. Al salir a predicar el evangelio, usted debe tener la comprensión de que es enviado. Debe poder declararle al Señor: “Que yo salga equivale a que Tú me envías”. Debido a que todos los que salen a predicar el evangelio son enviados, el número de apóstoles es ilimitado. Ser enviado por el Señor es el significado intrínseco de la palabra apóstol. Cada día, si respondiéramos al llamado del Señor, diciendo: “Heme aquí, envíame a mí”, seríamos personas que el Señor envía, seríamos Sus apóstoles.

La mayordomía mencionada en Efesios 3:2 no fue dada a Pablo solamente, sino a todos los creyentes. Pablo era una persona completamente consagrada a Cristo, pues su única preocupación día y noche era Cristo. Los santos que trabajan a tiempo completo se diferencian un poco de Pablo en el sentido de que tienen que ocupar su tiempo procurando ganarse la vida. Además de esto, ellos tienen que atender otros asuntos relacionados con sus familias; de lo contrario, no sobrevivirían. Sin embargo, aun teniendo estas responsabilidades, pueden apartar al menos tres horas durante la semana para el Señor. Usted puede decirle al Señor: “Señor, no puedo ser Tu apóstol a tiempo completo porque tengo que trabajar para mi sustento; pero quiero darte tres horas a la semana. Durante esas tres horas, deseo visitar a los pecadores para llevarles el evangelio, alimentar a los nuevos creyentes o perfeccionar a los santos”. Si usted hace esto, será un apóstol de Cristo durante esas tres horas.

Si deseamos ser fieles con respecto a nuestro tiempo y dedicar tres horas cada semana para el evangelio, al menos seremos verdaderos apóstoles durante esas tres horas. Tal vez usted sea un vendedor que trabaja para una compañía grande durante su horario normal de trabajo, pero cuando salga a predicar el evangelio durante las tres horas que ha dedicado al Señor, ya no será un vendedor, sino un apóstol que cumple su mayordomía de impartir a Cristo en las personas. Al salir a tocar a las puertas, no debe temblar delante de los hombres, pues usted ha recibido la comisión gloriosa de impartir, distribuir y ministrar al glorioso Cristo en las personas. Si alguien le preguntara qué está haciendo, puede responder: “¡Estoy distribuyendo al glorioso Cristo!”.

En el entrenamiento de tiempo completo en Anaheim, yo les enseñé a los entrenantes que no predicaran el evangelio conforme a la manera natural. Les dije que no les hicieran preguntas a quienes predican el evangelio. En lugar de ello, los animé a que hablaran con denuedo. Podemos decir: “He venido a impartirle a Cristo. Él es glorioso. Él me envió aquí para decirle que usted debe creer en Él. Si cree en Él, recibirá vida eterna. Oremos”. Si la persona nos responde, diciendo: “Yo no sé orar”, podemos decirle: “Por favor, ore repitiendo después de mí: ‘Señor Jesús, te amo. Señor Jesús, te recibo. Tú eres mi Salvador y mi vida. ¡Aleluya! Señor Jesús. Amén’”. Después que una persona ha orado para recibir al Señor, debemos entonces decirle que se bautice. Nuevamente, no debemos preguntarle a la persona si quiere ser bautizada; en vez de ello, simplemente debemos guiarla a que se bautice. No es sabio hacer preguntas en el momento en que la persona debe hacer la oración o debe ser bautizada. Aquellos que predican el evangelio con autoridad son personas enviadas apropiadas, es decir, son apóstoles.

Pablo recibió la mayordomía mediante la gracia que le fue dada. Nosotros también hemos recibido gracia para seguir la manera ordenada por Dios. Antes de salir debemos orar: “Señor Jesús, gracias por darnos la comisión de salir con Tu autoridad a ministrarte a los pecadores. Señor, ve con nosotros”. Si ustedes salen de esta manera, irán llenos de poder y autoridad. Podemos comparar esta autoridad a la de un policía. El policía que dirige el tráfico aparentemente es un hombre común y corriente que lleva puesto un uniforme y está de pie en medio de la calle. Sin embargo, un auto, que es más poderoso que dicho policía, debe detenerse cuando dé la orden. El auto tiene poder, pero el policía tiene autoridad. El policía tiene la autoridad porque cuenta con el respaldo del gobierno. Debemos obedecerle o corremos el riesgo de recibir una multa. Cuando salimos a predicar el evangelio, debemos también comprender que tenemos el respaldo de todo el gobierno divino. Salimos en el poderoso nombre del Señor Jesús. Cuando salimos a visitar a las personas en sus hogares y les decimos que hemos venido en el nombre de Jesús, Satanás tiembla. Satanás y los ángeles malignos tienen que retirarse, porque el nombre de Jesús es un nombre lleno de autoridad.

Predicar el evangelio conforme al Nuevo Testamento es distribuir a Cristo en Su autoridad. Usted recibe la autoridad al orar al Señor antes de salir. Al salir, Dios opera distribuyendo en usted la suficiente medida de gracia, la cual es su capital para que pueda realizar la labor de predicar el evangelio. De este modo, usted sale con el poder, autoridad y posición de uno de los apóstoles de Cristo. Usted tiene la mayordomía y la comisión. En Mateo 28:18-19 el Señor dijo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones”. El Señor Jesús ha recibido toda autoridad y nos ha comisionado para que vayamos. Nuestro problema es que muchas veces no actuamos basados en lo que el Señor nos ha dado. El Señor como Cabeza del Cuerpo ha dado a todos los miembros de Su Cuerpo la autoridad para hacer discípulos a las naciones. Por lo tanto, debemos apropiarnos de esta autoridad y salir. Nosotros somos apóstoles para aquellos a quienes bautizamos. Debido a que Pablo fue alguien que inicialmente llevó el evangelio a los corintios, él pudo decir: “Si para otros no soy apóstol, para vosotros ciertamente lo soy; porque el sello de mi apostolado sois vosotros en el Señor” (1 Co. 9:2). Nosotros también somos apóstoles para quienes guiamos a creer y ser bautizados.


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