Autoridad y la sumisión, Lapor Watchman Nee
ISBN: 978-0-7363-3690-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En el Antiguo Testamento David fue el segundo rey que Dios estableció, y el primero fue Saúl, quien también fue puesto por Dios. David era la autoridad que Dios había designado en ese entonces; era el ungido de Dios en ese momento. Así que Dios reemplazó a Saúl, a quien había ungido él anteriormente. Pese a que el Espíritu de Dios se apartó de Saúl, éste seguía en el trono. David había sido escogido como rey, pero Saúl no había cedido el trono. ¿Qué debía hacer David? En este caso, David se sometió a la autoridad y él no estableció su propia autoridad. El fue un hombre conforme al corazón de Dios. El pudo ser una autoridad delegada porque se sometía genuinamente a la autoridad.
En 1 Samuel 24 se relata lo sucedido en el desierto de En-gadi. Saúl perseguía a David. Cuando éste se escondió en una cueva, Saúl entró allí para hacer sus necesidades. David estaba escondido en los rincones de la cueva y cortó una punta del manto de Saúl, pero luego se turbó su corazón (vs. 4-5). Su conciencia era muy sensible. En 1 Samuel 26 se describe otra oportunidad que tuvo David de matar a Saúl. En esta ocasión, sólo tomó la lanza y la vasija de agua que pertenecían a Saúl (v. 12a). David cortó una punta del manto de Saúl y se apoderó de algo. Esto le sirvió de evidencia para jactarse delante de Saúl (vs. 17-20). Este es el comportamiento de un abogado, no de un creyente. Un abogado sólo se preocupa por los razonamientos y las evidencias. Pero un creyente sólo se preocupa por su sentir y por los hechos, no por su razonamiento ni por evidencias. David tuvo el sentir de un creyente, por lo cual se turbó por haber cortado la punta del manto de Saúl. Debemos preocuparnos sólo por los hechos, y no por formalismos. No debemos centrarnos en los procedimientos. Tanto en Shanghai como en Fuchow, he visto hermanos que sólo se preocupan por los procedimientos y las evidencias. Pero en este pasaje vemos a un hombre que se turbó por haber cortado el manto de Saúl. El creyente se preocupa por su sentir interno y no por las pruebas ni las evidencias. A la gente del mundo sólo le interesan las pruebas. Una persona puede cortar el manto de otros, tomar la lanza y la vasija de agua y jactarse de ello sin que su corazón lo censure por ello. David se sometió a la autoridad y esperó a que Dios lo estableciera como autoridad. El pudo esperar y no trató de precipitar la muerte de Saúl. Los representantes de la autoridad de Dios deben aprender a no establecer su propia autoridad y a respaldar la de aquellos que están por encima de ellos.
En 2 Samuel se nos dice que una persona vino a David para informarle que él había dado muerte a Saúl, pensando que sería recompensado, pero, por el contrario, David ordenó su ejecución. Aquel hombre había cometido el error de anular la autoridad de Dios (1:10-15). Aunque él no le hizo nada a David, éste percibía que no estaba bien que el hombre hubiera puesto fin a Saúl, quien era la autoridad. David juzgó toda anulación de la autoridad.
Después de que Saúl murió, David le preguntó a Dios a cuál ciudad debería ir. En aquel tiempo el palacio estaba en Gabaa. ¿Quiénes de entre los israelitas no conocían a David? Tan pronto como David supo de la muerte de Saúl, él pudo haber ido a la capital con sus guerreros. Desde la perspectiva humana, él debió apresurarse a ir a Gabaa con su ejército; ése era el momento oportuno. ¿Cómo podría dejar pasarlo? Por sentido común, debió ir a Gabaa. Ya se había sometido lo suficiente. Todo el pueblo sabía que él era un guerrero. Pero él actuó de manera extraña. Le preguntó a Dios, quien le contestó que fuera a Hebrón (2:1), una ciudad pequeña e insignificante. Algunos vinieron de Judá para ungirle como rey de Judá. Esto nos muestra que David no trató de apoderarse de la autoridad, sino que permitió que estos varones de Dios lo ungieran (v. 4). Cuando Samuel lo ungió, fue una señal de que Dios lo había escogido. Cuando los varones lo ungieron, fue una señal que el pueblo de Dios (un tipo de la iglesia) lo había escogido. David no rechazó la unción de los varones de Judá. No dijo: “Puesto que Dios me ungió ¿qué necesidad tengo de que ellos me unjan?” Hay diferencia entre ser ungido por Dios y ser ungido por el pueblo. La autoridad delegada no debe ser elegida por Dios solamente, sino también por la iglesia. Nadie puede imponer su autoridad sobre otros; si Dios lo escogió debe esperar a que los hijos de Dios hagan su elección.
David no fue a Gabaa, sino que esperó que el pueblo de Dios viniera a él a Hebrón. El esperó siete años y seis meses, lo cual no es un tiempo corto. Pero él no tenía prisa. Jamás he visto una persona llena de su yo y en busca de su propia gloria, que haya sido escogida por Dios como autoridad. Dios ungió a David como rey no sólo de Judá sino de toda la nación de Israel. Sin embargo, mientras el pueblo no lo reconoció como tal, él no dio ningún paso. Cuando sólo la casa de Judá lo ungió, él estuvo satisfecho con ser rey de Judá. El no tenía ninguna prisa; podía esperar.
Después de siete años y medio, todas las tribus de Israel fueron a Hebrón y hablaron con David diciendo: “Henos aquí, hueso tuyo y carne tuya somos. Y aun antes de ahora, cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú quien sacabas a Israel a la guerra, y lo volvías a traer. Además Jehová te ha dicho: Tú apacentarás a mi pueblo Israel, y tú serás príncipe sobre Israel” (5:1-2). La tribu de Judá lo reconoció como rey en Hebrón primero. Después de siete años y medio, los ancianos de las tribus de Israel lo ungieron como rey, y luego él reinó en Jerusalén por treinta y tres años. David no se nombró a sí mismo como autoridad. Tampoco se impuso sobre los demás. La autoridad es delegada por Dios y ungida por el hombre. Un hombre no debe proclamarse a sí mismo como rey, y no es nombrado solamente por Dios para ser rey. Primero, Dios lo escoge, y luego el pueblo lo reconoce. David fue un verdadero rey. En el Nuevo Testamento, cuando se habla de David, se le llama “el rey David” (Mt. 1:6), pero a Salomón no se le llama rey. El Nuevo Testamento da un reconocimiento especial al reinado de David porque él no confió en sí mismo. El tuvo la unción de Dios y esperó la unción del pueblo, es decir, de la iglesia.
No sólo necesitamos la unción del Señor sino también la de la iglesia para asumir alguna autoridad entre los hijos de Dios. David esperó desde sus treinta años hasta los treinta y siete, y no dudó. Tampoco dijo: “¿Qué pasará si los hijos de Israel no me ungen?” El fue humilde al permanecer bajo la mano de Dios. Todo el que conoce a Dios puede esperar y no necesita mover un dedo para ayudarse a sí mismo. Si estamos en la condición apropiada, Dios nos reconocerá como Sus representante, y la iglesia también nos reconocerá como tales. Espero que tengamos la unción de Dios y también la de la iglesia. No debemos pelear ni tratar de defender nuestra autoridad; no debemos dejar lugar alguno para la carne. Nadie debe proclamar: “Yo soy la autoridad delegada por Dios, y ustedes deben obedecerme”. Primero debemos tener un ministerio espiritual delante del Señor y esperar el tiempo de Dios antes de poder servirlo entre Sus hijos.
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