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Conocer la vida y la iglesiapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-8903-7
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CAPÍTULO TRES

LOS OBSTÁCULOS QUE LA VIDA DE DIOS
ENCUENTRA EN EL HOMBRE

Lectura bíblica: Fil. 3:6-8

LA VIDA DE DIOS ENCUENTRA
OBSTÁCULOS EN EL HOMBRE

Necesitamos ver los obstáculos que la vida de Dios encuentra en nosotros. Creo que muchos hermanos y hermanas, hasta cierto punto, conocen la vida de Dios y han visto un poco sobre ella. Los hermanos y hermanas también tienen cierto entendimiento en cuanto a la manera de obtener esta vida y lo que sucede al obtenerla. Sin embargo, por experiencia sabemos que la vida de Dios también confronta obstáculos y dificultades en nosotros. Cada parte de nuestro ser, tanto interna como externamente, presenta algunos obstáculos a la vida. Aunque sabemos que la vida de Dios ha entrado en nosotros para ser nuestra vida y para ser expresada en nuestro vivir, esta vida, en realidad, encuentra obstáculos en nosotros. Por eso, es muy difícil que la vida pueda expresarse en nuestro vivir.

Todo nuestro ser constituye un obstáculo para la vida de Dios. La vida de Dios encuentra muchos obstáculos en nosotros. Entre mil cristianos es difícil hallar uno que permite que la vida de Dios tenga una vía libre en él. Es difícil hallar un décimo del uno por ciento, mucho menos uno por ciento, que le dé libre acceso a Dios. Los problemas más difíciles y las restricciones más severas que la vida de Dios encuentra en el universo están relacionados con estos obstáculos que se encuentran en el hombre. Éste es un asunto muy serio y amerita que lo estudiemos a cabalidad.

Es un hecho que fuimos salvos y que la vida de Dios ha entrado en nosotros. Sabemos de la vida de Dios, y también sabemos cómo tocarla y contactarla. No obstante, la vida de Dios aún no tiene manera de avanzar en nosotros, y no puede lograr lo que quiere en nosotros porque a diario encuentra obstáculos en nuestro ser. En nuestro vivir diario no le damos a la vida de Dios la manera de avanzar, ni le cedemos terreno en nuestro ser. Todo lo relativo a nuestro hombre natural restringe la vida de Dios. Aun la exhortación que hacemos a los demás puede ser un problema para la vida de Dios. Todo lo que tenemos, ya sea bueno o malo, aprobado o desaprobado, puede ser un obstáculo para la vida de Dios.

Nunca deberíamos pensar que la tibieza y los retrocesos de algunos hermanos y hermanas constituyen un obstáculo para la vida de Dios, pero que la búsqueda celosa del Señor por parte de otros santos no es un obstáculo. Este concepto es falso. Con frecuencia, nuestro celo y nuestra búsqueda son los mayores obstáculos para la vida de Dios. Asimismo, no deberíamos pensar que la impiedad y mundanalidad de algunos santos son un obstáculo para la vida de Dios, pero que los santos que portan la semejanza de Dios en sus vidas, que no aman el mundo y renuncian al pecado, no presentan obstáculo alguno. Esto no es necesariamente cierto. Podría ser que Dios encuentre obstáculos significativamente más grandes y aún más fuertes en estos santos, que en quienes son impiadosos e injustos.

Por consiguiente, necesitamos dedicar mucho tiempo para ver cuáles son los obstáculos que la vida de Dios encuentra en nosotros. Aunque éstos sean asuntos negativos, el peligro es bastante grave; por lo cual tenemos que estudiarlos. Hemos conocido a muchas personas que aman y buscan al Señor con gran celo y que son muy piadosas, pero raramente conocemos personas que permiten que la vida de Dios halle una vía libre en ellos. Raramente vemos que la vida de Dios fluya libremente de cualquier persona sin encontrar algunas dificultades. Entre los cristianos de hoy, casi no podemos hallar a ninguno que le deje el camino libre a Dios. Si pudiésemos hallar una persona así, sería la mayor bendición del universo y el milagro más excelente. Esto significa que es muy raro y digno de atención encontrarnos con alguien que no ponga restricciones ni obstáculos delante de Dios. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que no sólo conozcamos la vida y el camino de la vida, sino también para que descubramos las cosas que la obstruyen y restringen.

No conocer el camino de la vida
y no tomar a Cristo como vida

El primer problema que la vida de Dios encuentra en el hombre es el problema de la ignorancia. Después que una persona es salva y llega a ser cristiano, aún mantiene sus ideas y conceptos. Después de ser salva, la persona incluso tiene conceptos y nociones sobre lo que significa ser un cristiano apropiado. Es posible que alguien crea en el Señor el primer día, sea bautizado al segundo día y al tercer día considere qué clase de persona debe ser el cristiano. Todos tenemos conceptos. Sin embargo, todos los conceptos del hombre están en tinieblas. No importa si somos sabios o necios, si poseemos una gran educación o ninguna educación, todos nuestros conceptos humanos están en tinieblas y nos impiden conocer la vida y conocer a Cristo. Por muy buenos, encantadores y preciosos que sean nuestros conceptos, todos están en tinieblas y nos impiden conocer a Cristo como vida en nuestro interior.

Después que algunas personas son salvas y se convierten en cristianos, tienen el concepto de que necesitan ser celosos y predicar el evangelio. Ellos no comprenden que incluso este concepto puede estar en tinieblas e impedirles conocer la vida. Otros tienen un concepto diferente. Ellos piensan que ser un cristiano genuino supone renunciar al mundo, a la fama y a las riquezas. Menosprecian todo lo que sea físico y mundano, y procuran abandonar todo lo mundano. Para ellos, esto es lo que significa ser un cristiano modelo. No obstante, debemos recordar que estos conceptos están en tinieblas y que nos impiden conocer la vida. La gente tiene tales conceptos porque no conoce la vida.

Por consiguiente, el primer problema que la vida de Dios encuentra en nosotros es que no percibimos las tinieblas de nuestros conceptos humanos. No comprendemos que nuestros conceptos, aun cuando parezcan ser correctos e íntegros, de hecho están llenos de tinieblas y carecen de vida. Una vez convertidas en cristianas, las personas, en su mayor parte, piensan que deberían ser celosas y abandonar el mundo. Desde la perspectiva del hombre, esto suena muy lógico, pero sin la vida de Dios, no es muy práctico.

Ser cristiano no es cuestión de celo, ni una cuestión de propagar el evangelio, ni es cuestión de abandonar el mundo, ni siquiera es una cuestión de no interesarse por el disfrute material. Ser cristiano no depende de ninguna acción; no depende de nada que se halle bajo el sol. Ser un cristiano depende de cómo nos ocupamos del Cristo que está en nosotros. El día que fuimos salvos, recibimos al Cristo viviente, quien llegó a ser la vida en nuestro ser. Desde ese día en adelante, el hecho de ser cristianos no ha dependido de otra cosa, sino de ocuparnos del Cristo viviente en nosotros. Lo único que importa es cómo nos ocupamos del Cristo viviente que mora en nosotros.

Después de ser salvos, el concepto de querer ser bueno está en todos nosotros. Pensamos que ser un cristiano quiere decir abandonar el mundo, ser celosos y predicar fervientemente el evangelio. Éste es un concepto natural del hombre. Es lo que nosotros pensamos, no el pensamiento de Dios. Tan pronto somos bautizados, es común pensar que deberíamos ser celosos y predicar el evangelio. Sin embargo, cuando oramos y tenemos comunión con Dios en la mañana, el Cristo viviente en nosotros podría tocarnos de una manera diferente según Su operación y mover constante en nosotros. Entonces realmente nos empiezan a suceder cosas. Por ejemplo, a medida que Él opera en nosotros, vemos que algunas cosas que habíamos hecho en el pasado eran inapropiadas, tales como golpear a nuestra esposa, culpar a nuestro esposo o quejarnos de los demás. Incluso tendremos el sentir de que deberíamos pedir perdón. Por lo tanto, necesitamos desprestigiarnos e ir a quienes hemos ofendido y decir: “Lamento de verdad la forma en que te traté en el pasado. También ofendí a Dios. Ahora te pido, por favor, que me perdones”. Esto es lo que Cristo está haciendo en nosotros. Cuando oramos, el Cristo viviente actúa en nosotros y nos motiva a pedir perdón a quienes hemos ofendido.

Sin embargo, después de experimentar esta operación interior, es posible que un hermano no quiera disculparse, sino que comienza a razonar, diciendo: “Soy un hombre, un hombre genuino. Perderé mi prestigio si me disculpo con mi esposa. Iré y predicaré el evangelio y eso será suficiente”. Así que él le pide al Señor: “Concédeme el poder para predicar el evangelio”. Si somos este tipo de cristiano, habremos errado porque nuestra meta ha venido a ser la predicación del evangelio y el celo, en vez de seguir al Cristo viviente que mora en nosotros. He estado en la vida de iglesia por muchos años y he visto que algunos tienen gran celo y son incansables en la predicación del evangelio, pero cuando vamos a sus casas, la esposa nos dice: “Tal vez otros crean en Jesús, pero yo no lo haré. Otros pueden predicar el evangelio, pero yo no creo en lo que mi esposo predica”. Con frecuencia, ésta es nuestra situación.

Podemos predicar el evangelio y tener gran celo, pero esto no significa que el Cristo viviente se exprese en nuestro vivir. Podemos ser celosos y activos al predicar el evangelio e ignorar totalmente el sentir del Cristo viviente en nosotros. El Cristo viviente quiere conquistarnos y quebrantarnos, pero nosotros no queremos permitirlo. Desde el día que fuimos salvos, no hemos dejado que Cristo nos quebrante ni siquiera una vez. Aceptamos lo que coincide con nuestro gusto, tal como el celo y la predicación del evangelio, pero hacemos a un lado por completo todo lo que no coincida con nuestros gustos, tal como pedirle disculpas a nuestra esposa. Ésta es nuestra verdadera situación. Aunque nos esforzamos mucho al considerar lo que debemos hacer antes de ir a predicar el evangelio, nuestra esposa o esposo podrían estar pensando: “¡Vas a ir a predicar el evangelio! Tú no tienes a Cristo ni ninguna realidad”. Esto muestra que nuestro celo y nuestra predicación del evangelio son puras actividades religiosas. El Cristo viviente no está actuando en nosotros ni se expresa en nuestro vivir.

Si verdaderamente conocemos al Señor, cuando oremos a Él en la mañana, Él actuará en nosotros y nos dará el sentir de que debemos disculparnos con nuestra esposa. Después de haber orado, deberíamos humillarnos a nosotros mismos y pedirle disculpas a nuestra esposa por nuestros errores pasados. Después de ello, necesitamos decirle al Señor: “Oh Señor, gracias. He obedecido Tu mover en mí. No tengo otra elección; no quiero mantener mi propio concepto. Tú eres mi única elección y mi único concepto”. Si todos hiciéramos esto, el Cristo viviente tendría más terreno y más oportunidad para hablarnos y para darnos incluso otro sentir más. El resultado de esta operación continua se extendería a la manera en que nos relacionamos con los demás, o podría llegar a abarcar nuestras malas acciones para con ellos. En esos momentos necesitamos preocuparnos solamente por Cristo, y no por nuestro prestigio ni por nuestra autoestima. Necesitamos ir a las personas y disculparnos por nuestros errores pasados. De esta manera, Cristo ciertamente ganará más terreno en nosotros.

Creo que quienes han experimentado esto pueden testificar que después de tener tal experiencia, verdaderamente se sintieron llenos de la presencia de Cristo. Aun cuando estamos aquí en la tierra, sentimos como si estuviésemos en los cielos. No podemos describir este sentir de dulzura, alegría, paz y claridad en nosotros. En este momento podemos preguntarle al Señor: “Oh Señor, ¿cuál es Tu dirección para mí? Me interesa Tu sentir”. Entonces el Señor nos dirigirá a hacer otra cosa y, sin confiar en nuestros propios conceptos y opiniones, simplemente podemos seguirle a Él. Esto es lo que significa ser cristianos, y ésta es la senda de vida del cristiano. Nuestros viejos conceptos sólo nos involucran en una actividad religiosa; no pueden hacernos cristianos normales.

Es difícil cambiar nuestros conceptos, pero no tendremos manera de avanzar a menos que dejemos a un lado nuestros propios conceptos y opiniones. Ser cristianos significa que no tomamos como nuestro objetivo nada que no sea Cristo. Muchas personas tienen dificultades en su vida espiritual después que son salvas, porque ellas no conocen la senda de la vida, ni toman a Cristo como su vida.


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