Vida cristiana, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-0260-9
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Debemos llevar la cruz de Cristo como nuestra cruz al tomar medidas con respecto a la vida del alma, esto es, nuestro yo (Mt. 16:24-26; Lc. 9:23-25). Lo más difícil para nosotros no es tomar medidas con respecto al pecado en nuestro cuerpo, sino al yo en nuestra alma. Los hermanos que han sido ancianos por algún tiempo se han dado cuenta de que lo más difícil en la vida de iglesia es tomar medidas con respecto a la manera de ser de ciertos santos. Del mismo modo, lo más difícil con lo cual una esposa tiene que tratar es con su esposo. Tal parece que una esposa puede tomar medidas con respecto a cualquier cosa, pero no con el carácter ni con la manera de ser de su esposo. Cuanto más vive una esposa con su esposo, más se da cuenta de que su esposo, con su manera de ser, su carácter y su ser, es un problema para ella. Éste es el problema que primero ocasiona una separación y luego un divorcio. La razón de que haya tantas separaciones y divorcios actualmente en los Estados Unidos es que todo estadounidense quiere ser libre; todo estadounidense alega que la libertad es un derecho humano y civil. Esto es un indicio de que en un país como los Estados Unidos, en el cual hay muchos cristianos, muy pocos viven bajo la cruz. Son muy pocos los que mueren continuamente bajo la cruz; en vez de eso, la mayoría de las personas están muy vivas y activas en la carne. Es muy difícil que dos personas que todavía están muy vivas y activas permanezcan juntas. La Biblia enseña no sólo de la obediencia, sino también de la sumisión (He. 13:17; Ef. 5:21-22; Ro. 13:1). Cada uno debe someterse a algún otro. Enseñar que no existe autoridad delegada es un serio error. Bajo la administración divina de Dios, existe una capa tras otra de autoridad delegada. Si no hay sumisión, no hay cruz.
En cierta ocasión el Señor Jesús se volvió a Sus discípulos y les dijo: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. En el universo existe una economía. En conformidad con la economía de Dios, Él primero creó la humanidad (Gn. 1:26-28). Dios creó todos los seres vivientes según su propia especie (vs. 21, 24-25). Luego Él creó al hombre a Su propia imagen y conforme a Su semejanza; es decir, creó al hombre según Su especie. El hombre fue creado según la especie de Dios, pero al crear al hombre, Dios no tenía la intención de usar al hombre natural. Su intención era usarse a Sí mismo dentro de este hombre. Por consiguiente, este hombre tiene que morir para que Dios pueda vivir en este hombre. El hombre creado debe morir para que el Dios creador pueda vivir dentro del hombre creado. Esto se consigue por medio de que el hombre creado muera a fin de que el Dios creador pueda entrar en él para levantarlo de la muerte. Esto es la resurrección, y esto es la regeneración. El hombre regenerado es un ser viviente que posee dos naturalezas, la naturaleza humana y la naturaleza divina, y que posee dos vidas, la vida humana y la vida divina. La naturaleza natural y la vida natural mueren, mientras que la segunda naturaleza del hombre, su segunda vida, vive. Un vivir como éste consiste en que Dios viva en el vivir de la segunda naturaleza y la segunda vida en resurrección. Esto es la economía de Dios. La vida cristiana es una vida en la cual se muere y se vive, una vida en la cual el hombre natural muere y Dios vive en el hombre resucitado.
Si este asunto no está claro para nosotros, podemos cometer muchos errores. Es necesario que veamos el principio básico y el factor básico de la economía de Dios. Tenemos que comprender que cuando fuimos bautizados, todos nosotros fuimos sepultados en el bautisterio. Por lo tanto, debemos permanecer ahí, descansando, durmiendo y muriendo. Ésa no es una muerte rápida. A los ojos del hombre morir es algo casi instantáneo, pero a los ojos de Dios morir lleva mucho tiempo. Todos nosotros fuimos sepultados juntamente con Cristo en Su tumba (Ro. 6:4). Fue ahí donde comenzamos a morir. La muerte que comenzó en la tumba de Cristo ha continuado por los pasados veinte siglos. Hoy en día todavía estamos muriendo. Los que no estén muriendo causarán problemas en la vida de iglesia. Si todos los miembros de la iglesia estuvieran muriendo y durmiendo en su tumba, no habría problemas en la vida de iglesia. Todos los problemas que se suscitan en la iglesia son causados por los que aún viven.
La vida de iglesia nos mantiene continuamente en el bautisterio. Permanecer en el bautisterio para morir es llevar la cruz. Llevar la cruz consiste en tomar medidas con respecto a nosotros, la persona: la persona china, la persona mexicana, la persona estadounidense, la persona alemana. La cruz toma medidas con respecto a nuestro ser; toma medidas con respecto a lo que somos. Esto es tomar medidas con respecto al alma. Sin embargo, muchos creyentes, después de haber sido salvos por diez o por veinte años, nunca han permitido que el Señor toque su ser. Es imposible que tales creyentes experimenten algún crecimiento en vida. Siempre que vivamos sin morir, no podremos crecer. Crecer significa que el Señor se ha añadido en nuestro ser (Col. 2:19). Simplemente creer en el Señor no es adecuado; necesitamos experimentar que el Señor se añada a nosotros. Sin embargo, es difícil para el Señor añadirse en nosotros debido a que somos demasiado fuertes y estamos demasiado llenos. Cada pulgada de espacio en nuestro ser es nuestro, no de Cristo. Así que, el Señor tiene muy poca oportunidad de añadirse a nosotros y, por lo mismo, hay muy poco crecimiento en vida. El crecimiento en vida siempre se efectúa en resurrección, y la resurrección no puede ocurrir sin la crucifixión. La crucifixión es el umbral de la resurrección. Una vez que entramos en la crucifixión, alcanzaremos la resurrección. En resurrección disfrutamos a Cristo viviendo en nosotros. En resurrección Cristo vive no sólo en nosotros, sino también con nosotros, y no sólo vive con nosotros, sino que también es uno con nosotros. Él se hace uno con nosotros.
Según la economía eterna de Dios, nosotros, los seres creados, debemos morir para que Dios pueda levantarnos, a fin de que vivamos con Dios y Dios viva siendo uno con nosotros, es decir, Dios hace que Él y nosotros seamos uno. En 1 Corintios 6:17 dice: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. Tal espíritu mencionado en este versículo es la resurrección. Un solo espíritu significa una sola resurrección, porque en resurrección el Espíritu de Cristo equivale a la resurrección de Cristo. En resurrección estas dos cosas son una sola. Ahora todo esto ha sido infundido en nuestro ser; sin embargo, aún insistimos en permanecer en el viejo hombre. Todavía insistimos en vivir por nuestro yo en el viejo hombre. Así que, nos resulta imposible llevar una vida cristiana. En esta tierra es difícil ver una persona que esté viviendo una vida cristiana. Podemos ver el cristianismo, pero no podemos ver una vida cristiana adecuada y genuina. Una vida cristiana adecuada y genuina es una vida en la cual el hombre creado muere a fin de que Dios, el Creador, viva con este hombre que ha muerto, para vivir con él como uno solo. Esto está totalmente relacionado con la resurrección. Aquí podemos ver realmente la vida cristiana. A esto se debe que en los cuatro Evangelios el Señor haya recalcado mucho el asunto de llevar la cruz. Tenemos que llevar la cruz a fin de permanecer en la muerte que nos ha asignado. En nuestra vida humana, en nuestra vida natural, no servimos para nada (Ro. 7:18). Por tanto, Dios no nos daría nada sino asignarnos una muerte. Tenemos que permanecer en esta muerte. Si permanecemos en esta muerte, seremos introducidos en la resurrección y en resurrección viviremos a Dios, y Él vivirá en nosotros y con nosotros; Él incluso vivirá siendo uno con nosotros. En esto consiste la vida cristiana.
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