Lecciones acerca de la oraciónpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-1502-9
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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No importa cuánto nos ejercitemos a fin de tener una conciencia buena y pura, todavía necesitamos limpiar nuestra conciencia diariamente. Esto se debe a que aún estamos en la vieja creación, en la carne y en este siglo maligno y corrupto. Simplemente no sabemos cuántas veces en un solo día somos contaminados y cometemos ofensas. La contaminación y la culpabilidad en nuestra conciencia sólo pueden ser lavadas mediante la sangre de Jesús. Esto es según Hebreos 10:22, que habla de que nuestros corazones sean “purificados [...] de mala conciencia con la aspersión de la sangre”.
Cuanto más uno ora ante Dios, más se da cuenta de la necesidad de la sangre. Nos damos cuenta de la necesidad que tenemos de la sangre sólo con base en que tenemos cierto sentir en nuestra conciencia. Si uno no vive delante de Dios ni ora mucho, no podrá detectar la urgente necesidad que tiene de la sangre. Cuando realmente viva delante de Dios, se cumplirán en él las palabras de 1 Juan 1:7-9. Dios es luz. Cuanto más esté en la luz, más se dará cuenta que ha ofendido a cierta persona, o de que esté equivocado en algún asunto. Además, se dará cuenta de que está contaminado cuando contacta a alguien, y se sentirá culpable acerca de sus motivos y pensamientos. Tendrá toda clase de acusación en su conciencia. Todas éstas son ofensas de la conciencia. En ese momento, a menos que aplique la sangre, su conciencia seguirá contaminada. Cuanto más uno ore, cuanto más se acerque a Dios y viva en oración y en comunión, más percibirá la urgente necesidad que tiene de la sangre. Entonces será una persona que siempre experimenta el lavamiento de la sangre.
Cada vez que alguien se presenta ante Dios, tiene que pasar invariablemente por el altar y por la sangre. Según el tipo del Antiguo Testamento, todo aquel que desea entrar al Lugar Santísimo para acercarse a Dios, debe primero ofrecer el sacrificio y derramar la sangre en el altar. Entonces puede llevar consigo la sangre de la ofrenda por el pecado al Lugar Santísimo y rociarla ante Dios. Esto significa que cada vez que nos acerquemos a Dios para orar, nuestra conciencia tiene que ser lavada por la sangre. Mientras que estemos en esta carne y en esta era, nadie puede ir ante Dios para orar en ningún momento sin aplicar la sangre. Si en vez de aplicar la sangre uno confía en su propia bondad, su conciencia no podrá dar testimonio juntamente con él. Siempre habrá cierta contaminación o culpabilidad dentro de su ser, y se sentirá culpable y no lo suficientemente fiel en ningún asunto. Si tan sólo es un poco negligente, habrá alguna acusación en su conciencia, y tal acusación se convertirá en una ofensa. Por lo tanto, si desea quitar dicha ofensa de su conciencia, debe buscar continuamente el lavamiento de la sangre.
Hebreos 10:22; 2 Timoteo 1:3; y Hechos 23:1 nos muestran que la conciencia está totalmente relacionada con la oración. Una persona cuya conciencia no es lavada, no puede orar, porque existe una separación entre ella y Dios. Una persona cuya conciencia no es lo suficientemente pura, tampoco puede orar ante Dios. Siempre que haya una acusación o una condenación en nuestra conciencia, detectaremos inmediatamente que cae una cortina o un velo sobre nosotros. Dicha cortina crea una distancia, una separación entre nosotros y Dios; mientras que el velo pone una cubierta encima de nosotros, de modo que no podamos ver a Dios. Además, una vez que la conciencia tenga un problema, será difícil tener fe. Siempre que haya un agujero en la conciencia, la fe se escapará. Cuando la conciencia es mala, tiene alguna ofensa, es decir, que no es lo suficientemente pura, o que no está siendo lavada con la preciosa sangre, uno no puede orar ante Dios. Quizás pueda orar rápidamente, pero siempre tendrá la sensación de que está orando a un lado de la cortina, y de que no ha entrado en el Lugar Santísimo. Además, siempre sentirá que hay un velo que cubre su corazón. Así que, no podrá ver la luz del rostro de Dios y no estará en Su presencia. Sus oraciones no conseguirán llegar hasta Dios. Tal pareciera que hay una pared de separación o una capa que impide que sus oraciones lleguen hasta Dios. Por tanto, para tener oraciones buenas y apropiadas que lleguen a Dios, debemos tomar medidas con respecto a nuestra conciencia al grado que llegue a ser buena, sin ofensa y pura, y que sea limpia. Entonces, al no haber condenación en nuestra conciencia, podremos orar. Así que, vemos que existe una verdadera relación entre la conciencia y la oración.
Resumiendo los puntos antes mencionados, podemos ver que una conciencia adecuada para la oración es una buena conciencia, una conciencia sin ofensa ni culpabilidad, una conciencia libre de acusaciones. También es una conciencia limpia y pura, que es siempre lavada por la preciosa sangre. Al tener tal conciencia, cuando uno entre en la presencia de Dios y ore, tendrá la sensación de que está ante Él, ante la luz de Su rostro, y sin ninguna cortina que lo separe ni un velo que lo cubra.
Siempre que nos acerquemos a Dios para orar, debemos tomar medidas con respecto a nuestra conciencia de una manera cabal y detallada. Después de esto, podemos acercarnos con confianza y orar a Dios con una conciencia limpia y pura, esto es, una conciencia sin ofensa, una buena conciencia. Sabremos que hemos cruzado la cortina, y que no hay ninguna separación entre nosotros y Dios. También sabremos que no existe ningún velo, nada que nos cubra en nuestro interior. Estamos en la presencia de Dios, ante la luz de Su rostro, y hay una comunión que fluye libremente entre nosotros y Dios. En ese momento, nuestra conciencia nos permitirá orar con toda confianza, con poder y seguridad. Nuestra conciencia confirmará y apoyará nuestras oraciones. Además, debido a que nos mezclamos con Dios y hay un fluir libre entre nosotros y Dios, Dios puede ungirnos con el deseo de Su corazón. Por consiguiente, el deseo de Dios llega a ser el deseo de nosotros y Sus sentimientos llegan a ser nuestros propios sentimientos. El ora en nosotros, y nosotros oramos juntamente con Él. Por tanto, si deseamos orar, necesitamos una conciencia adecuada que nos permita orar.
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