Economía de Dios, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-87083-536-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Después de haber sido regenerados, ya no debemos vivir, ni andar ni actuar por nosotros mismos. Entretanto que vivamos por nosotros mismos estaremos bajo las ataduras de Satanás. Tal vez usted diga: “No creo que yo viva y actúe por mí mismo”. En esto yace la necesidad de discernir el espíritu del alma; entonces se dará cuenta de cuánto está usted en el alma. Usted dice que no está viviendo ni actuando por usted mismo, pero yo preguntaría: “¿Por medio de qué está usted viviendo? ¿Por la carne?” Probablemente usted contestaría: “¡No, no estoy viviendo por la carne!” Entonces, ¿está usted viviendo por el espíritu? Usted diría: “Bueno, lo dudo”. Si usted no está viviendo por la carne ni por el espíritu, ¿por medio de qué está usted viviendo? La respuesta es que usted simplemente está viviendo por el alma. Usted dice: “No quiero cometer ningún pecado, no quiero ser carnal, no quiero cooperar con Satanás. Amo a Dios. Quiero seguir al Señor y andar en el camino del Señor. Quiero, quiero, quiero...” ¡Usted todavía está en el alma! Dígale al Señor dónde está usted. Usted mismo duda mucho que esté en el espíritu. Si no está usted en la carne ni en el espíritu, entonces está en el alma. Alabado sea el Señor, usted no está en Egipto porque ha experimentado la Pascua. Usted ha sido liberado de Egipto, pero aún no ha entrado en la buena tierra de Canaán. Todavía está usted vagando en el desierto del alma.
Ahora llegamos a este asunto: ¿Cómo podemos discernir entre nuestro espíritu y nuestra alma? ¿Cómo podemos saber cuándo estamos en el espíritu y cuándo estamos en el alma, y cómo podemos separar espíritu y alma? Veamos la Palabra del Señor.
“El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que a ama hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mt. 10:37-39).
En el texto griego esta palabra “vida” es la misma palabra que se traduce “alma”. En estos versículos, tomar la cruz se refiere a nuestro amor humano por nuestros queridos parientes. El amor humano es algo de nuestra alma y debe ser tratado por la cruz. ¿Cuánto amamos a nuestros queridos parientes? Si queremos saber cómo discernir entre el espíritu y el alma debemos examinar nuestro amor. ¿Cómo amamos a nuestros padres, nuestros hijos, nuestra madre o padre? ¿Cómo amamos a nuestro hermano o hermana? Esto no es la palabra de hombre, sino la Palabra del Señor. El discernimiento entre el espíritu y el alma sólo puede alcanzarse cuando hemos examinado nuestro amor humano y natural. Nuestro amor natural tiene que ser tratado por la cruz. En las Epístolas del Nuevo Testamento el Espíritu Santo dice que el marido debe amar a su mujer y que la mujer debe estar sujeta a su marido, que los padres deben cuidar a los hijos y que los hijos deben honrar y respetar a los padres. Sin embargo, todo esto debe estar en la vida de resurrección. El afecto natural, el amor natural y las relaciones naturales deben ser cortadas por la cruz. Después de haber sido tratados por la cruz, estaremos en el espíritu, lo cual significa que estaremos en la vida de resurrección. Viviremos en la vida de resurrección, no en la vida natural, sino en la vida espiritual. Algo que prueba qué tanto nuestra alma ha sido quebrantada es el grado hasta el cual la cruz haya tratado nuestro amor y afecto naturales. Cuando el amor natural haya sido cortado por la cruz, habremos perdido nuestra alma.
Además, si hemos de perder nuestra alma mediante tratar nuestro amor natural, debemos aprender a aborrecer.
“Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:26, 27).
Una vez más, la palabra “vida” aquí usada es la misma palabra para “alma” en el texto griego. Además del amor por nuestros queridos parientes, también tenemos amor propio, es decir, amor por el yo o por nuestra alma. Tomar la cruz tiene mucho que ver con este amor propio. “Si alguno viene a mí, y no aborrece...” ¿Aborrecer a quién? ¿A nuestros enemigos? Debemos amar a nuestros enemigos, pero debemos aprender a aborrecer nuestra alma, nuestro yo. Aborrecernos a nosotros mismos tiene cierta relación con perder nuestra alma. Por medio de aborrecernos a nosotros mismos podemos crucificar el yo de nuestra alma.
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