Administración de la iglesia y el ministerio de la palabra, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6813-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Juan 13:34-35 dice: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como Yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois Mis discípulos”. La cláusula conocerán todos que sois Mis discípulos puede también ser traducida “conocerán que sois aquellos que Me siguen”. Juan 17:21 dice: “Para que todos sean uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros; para que el mundo crea que Tú me enviaste”. El versículo 23 añade: “Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfeccionados en unidad, para que el mundo conozca que Tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a Mí me has amado”. Cuando las personas del mundo observan la unidad de los servidores, pueden creer que el Señor fue enviado por Dios y que Él es el Cristo de Dios. Ésta es la unidad del Dios Triuno.
Los versículos previos muestran que la armonía en amor es la característica que distingue a aquellos que son edificados por Dios. Cuando la gente percibe esta característica en los creyentes, puede percatarse de que tales personas son seguidoras de Cristo. Dicha característica que consiste en amarse unos a otros, en una armonía en la esfera del amor, no sólo le permite a la gente darse cuenta de que nosotros somos seguidores del Señor, sino que los conduce a creer que el Señor es el Cristo. En Juan del 14 al 17 el Señor habla de amarse unos a otros. Si estudiamos estos capítulos cuidadosamente, podremos saber el significado de amarse unos a otros.
Un creyente que no haya sido edificado por el Señor no poseerá un amor genuino por los demás. Todo nuevo creyente ama a los hermanos y hermanas. Aunque este amor proviene del Señor, es simplemente un amor en la etapa inicial y no dura mucho, debido a que no es el amor que se menciona en el Evangelio de Juan. El amor que se menciona en el Evangelio de Juan es el resultado de permanecer en el Señor, tener comunión con Él y ser uno con aquellos que pertenecen al Señor. Aquellos que han sido edificados por Dios poseen tal clase de amor.
Pablo era una persona que había sufrido los tratos disciplinarios del Señor y que había sido edificado por Dios. Su amor por las iglesias, por los hermanos y por los colaboradores no provenía de su emoción natural ni de su buena intención, ni tampoco de tener el mismo temperamento que los demás. El amor que Pablo poseía brotaba de la experiencia de haber sido edificado en el Señor. Este amor se muestra en sus Epístolas a través de sus palabras, actitudes y acciones, ya fuera hacia las iglesias, los creyentes o los colaboradores, y se expresara o por medio de reprensiones o por medio de alabanzas. Él sentía una profunda preocupación por todas las iglesias. Si algún colaborador, iglesia o santo estaba débil, él también se mostraba débil. Y si a ellos se les hacía tropezar, él se llenaba de tristeza y se indignaba por aquello que causaba tal tropiezo (2 Co. 11:28-29).
Aunque nuestra situación es mejor que la de aquellos que se hallan en el mundo, puede percibirse una carencia de amor y preocupación entre los servidores. Es posible que algunos tengan preferencia por cierto hermano y coordinen muy bien con él, pero eso no es amor. El Señor desea que nos amemos unos a otros tal como Él nos ama. El amor del Señor por nosotros no brota de una emoción. Él no nos ama porque merezcamos Su amor. Nosotros no somos adorables ni tratamos al Señor de una manera digna de Su amor. Si fuéramos dignos de Su amor y lo tratáramos con dulzura, podríamos merecer ser amados, aunque tal amor podría brotar de una emoción. Sin embargo, no hay nada en nosotros que nos haga dignos de ser amados. Así que, el amor del Señor para con nosotros no se basa en una emoción. Él nos ama simplemente porque nosotros necesitamos Su amor.
Debería existir esta clase de amor entre aquellos que sirven juntos y entre todos los hermanos y hermanas. No debemos amar a los santos por el hecho de que sean amables, ni debemos amar a un hermano porque sea cordial con nosotros. Debemos amar a los hermanos simplemente porque son nuestros hermanos y porque hemos pasado por la obra de quebrantamiento del Señor y hemos sido edificados por Él.
No necesitamos exhortar a los santos a que se amen unos a otros. Sin embargo, cuanta más edificación haya entre nosotros, más se expresarán las características del amor y la preocupación de unos por otros. Entonces, la administración de la iglesia y el ministerio de la palabra producirán resultados positivos. Y además, los hermanos y hermanas amarán a los demás. El hecho de que los hermanos y hermanas puedan amar a otros depende de la administración de la iglesia y de la persona de aquellos que ministran la palabra. Dar un mensaje acerca de amarse unos a otros tal vez no sea muy eficaz, pero nuestra administración de la iglesia puede causar que los hermanos y hermanas se amen mutuamente. En ocasiones, cuanto más hablamos de amarnos unos a otros, menos los santos se aman unos a otros.
En algunas iglesias los que ministran la palabra nunca hablan acerca del amor; sin embargo, los santos se aman unos a otros. Tal vez los ancianos no exhorten a los hermanos a que se amen unos a otros, pero bajo su administración los hermanos y hermanas se aman unos a otros de manera espontánea. Esto sucede cuando los hermanos que administran la iglesia han sido edificados juntamente por el Señor. Hay algo en ellos que los lleva a preocuparse por otros, a amarlos y a interesarse por ellos.
Permítanme citar un ejemplo. Un hermano de la casa de los obreros permaneció enfermo por dos días enteros, pero ninguno de los otros hermanos lo visitó. Los cuatro hermanos que normalmente desayunaban con él no parecían notar que él faltaba. Tal vez pensaban: “No soy yo el que falto, así que tomaré mi desayuno y luego me iré a ocuparme de mis asuntos”. ¿Puede una persona así servir al Señor? Alguien que ha sido edificado por el Señor debe aprender a preocuparse por los demás. Si existiera un amor genuino, los cuatro hermanos inmediatamente hubieran indagado sobre la condición del hermano que faltaba. Esto sería lo apropiado.
Si notamos que los calcetines de un hermano están desgastados, deberíamos indagar si son los únicos que tiene. Si no tiene otro par, deberíamos comprarle unos sin que supiera quién se los da. Esto es amarse unos a otros. Si carecemos de este tipo de amor, ciertamente nos hemos degradado. Es inútil que demos muchos mensajes atractivos. Si observamos que cierto hermano siempre usa la misma camisa, deberíamos indagar y ver si tiene otras. Necesitamos esta clase de preocupación por los demás.
Si no tenemos tal preocupación, nos será difícil servir al Señor. Quizás seamos capaces de administrar la iglesia de una manera ordenada, pero en nuestra administración tal vez no haya edificación. O quizás seamos muy capaces para dar mensajes, pero los santos no podrán entrar en la edificación con ello. El conocimiento envanece, pero el amor edifica (1 Co. 8:1). Esto no quiere decir que necesitamos dar mensajes sobre el amor; más bien, lo que necesitamos es ser tratados por el Señor y edificados por Él. Entonces nos preocuparemos por otros y los amaremos.
Cuando compremos un par de zapatos, debiéramos considerar si el hermano que sirve con nosotros tiene otro par de zapatos. Debemos tener esta consideración también cuando compramos ropa. Es triste que no exista tal práctica entre nosotros. No sólo debemos cuidar de nosotros, sino también del hermano que está a nuestro lado. Éste es un asunto muy importante y solemne. En una ocasión alguien me acusó de usar dinero para controlar a otros. Tal palabra era un insulto para mí y para los demás hermanos. El Señor sabe que no tengo la intención de controlar a los hermanos. Mi único deseo es que las necesidades de los hermanos sean suplidas. Ninguno de los hermanos que sirve debe pasar necesidades.
El hecho de darles cosas a otros no necesariamente es una muestra de amor. Ello podría ser simplemente un asunto que proviene de nuestra emoción. Debemos tener un amor que se preocupa genuinamente por otros y cuida de ellos. Si un hermano está enfermo o una hermana tiene un problema, debemos sentir como si nosotros mismos fuésemos los afectados. Debemos siempre tener presentes las necesidades de nuestros hermanos. Cuando compramos un par de zapatos, debemos pensar si nuestro hermano necesita zapatos; cuando compramos un traje, debemos considerar el traje de nuestro hermano. Deberíamos tener tal clase de consideración.
No debemos pensar que preocuparnos por aquellos que sirven con nosotros implica una pérdida para nosotros. Aun si lo fuera, ciertamente es una gloria. Alguien que sólo se preocupa por sí mismo es muy pobre. Quien tiene la condición más pobre es aquel que ante todo se preocupa por sí mismo. En cambio, alguien que aprende a cuidar de los demás es rico. Si nos preocupamos por los demás y llevamos sus cargas, somos ricos. No debemos llevar solamente nuestras propias cargas. Debemos aprender a llevar también las cargas de otros. Por la misericordia del Señor debemos ser capaces de testificar que, cuanto más llevamos las cargas de otros, más el Señor llevará las nuestras y nos fortalecerá. No podemos servir al Señor sin cuidar de aquellos que sirven con nosotros. Si cuidamos de aquellos que sirven con nosotros, seremos capaces de edificar juntos a los santos al ministrar la palabra y administrar la iglesia.
Si un anciano desea que su administración de la iglesia produzca edificación, debe aprender a amar y cuidar a los demás. En una ocasión durante una conferencia hubo un brote de gripe, y muchos hermanos se enfermaron. Uno de los hermanos que servía en la limpieza del salón también tenía gripe. No lo vi durante varios días. Cuando me enteré de que había enfermado, fui a visitarlo. Al verlo, me di cuenta de que nadie había cuidado de él, ni siquiera aquellos que vivían con él. Estaba en la cama con mucha fiebre y no tenía ni siquiera un vaso de agua junto a él. Me sentí muy triste al ver dicha situación. Si todos actuamos de esa manera, no es necesario compartir ni volver a escuchar mensajes, pues éstos son infructuosos. Este hermano estaba tirado en la cama con fiebre y a todos les era indiferente su situación. Si alguien que es indiferente llega a ser un anciano o a ministrar la palabra, tal vez pueda edificar a los santos en su crecimiento espiritual y personal; pero no será capaz de edificar corporativamente a los hermanos. La edificación personal beneficia a un individuo, pero la edificación corporativa causa que los santos sean edificados juntamente. Dios no desea obtener individuos; antes bien, lo que Él desea es obtener un edificio. Dios nunca estará satisfecho con una obra que produce resultados individuales. A fin de que la voluntad de Dios sea cumplida, nuestra obra debe producir un resultado corporativo.
Tal vez un hermano no sea capaz de dar mensajes muy dinámicos; pero cuando él administra la iglesia, los santos son compenetrados y edificados los unos con los otros. Esto es la iglesia, pues la iglesia no es otra cosa que la edificación de una entidad corporativa. La iglesia no es la reunión de varios miles de personas que viven de manera independiente sin ser edificados corporativamente. El edificio de Dios no se halla en medio de ellos.
Dios necesita Su edificio, un edificio corporativo. Cuando los hermanos y hermanas sirven juntos y se congregan en amor, su predicación del evangelio será prevaleciente y muchos serán conducidos a la salvación por medio de ellos. En cambio, hay algunas reuniones en que los hermanos y hermanas carecen de poder cuando predican el evangelio. Con ellos no hay ninguna edificación; sólo se percibe desolación y dispersión. Una iglesia en la cual los hermanos se interesan unos por otros es una iglesia que tiene futuro. Cuando nuestra preocupación proviene de la obra de edificación que el Señor efectúa en nosotros, y no es el resultado de alguna exhortación, tenemos la verdadera edificación. Pero si los servidores no se interesan unos por otros, no debemos esperar que nuestra obra redunde en la edificación.
Nuestro amor los unos por los otros no es una simple reacción emocional, ni una costumbre de comportarnos amablemente con los demás. Cuando usted no esté enfermo ni tenga problemas, tal vez no lo visite durante un par de meses, ya que usted no lo necesita tanto. Sin embargo, cuando se encuentre enfermo y en necesidad, definitivamente estaré a su lado para apoyarlo. Si nos amamos genuinamente, nos preocuparemos por los hermanos sin importar la clase de problemas que puedan tener. El hecho de que nos preocupemos por otros es un indicio de que nuestro amor es genuino. Tal preocupación es el resultado de que el Señor ha estado forjándose en nosotros. Cuanto más una persona ha experimentado los tratos del Señor y ha sido edificada por Él, más se preocupará por otros, los cuidará y tendrá amor por ellos.
Las cosas inanimadas que carecen de vida no necesitan amor. En una casa la madera no necesita amar a los ladrillos ni los ladrillos amar a los mosaicos, porque dichos materiales carecen de vida. Sin embargo, los seres vivos deben amarse unos a otros a fin de permanecer juntos. En algunas localidades, aunque los hermanos estén juntos, existen discordias entre ellos y hay carencia de amor. No existe ninguna edificación entre ellos. Algunos compañeros de cuarto que viven en la misma habitación y no discuten pueden albergar discordias entre ellos debido a que no han sido edificados. Ésta es una situación lamentable.
Es penoso cuando sólo podemos notar que un hermano trae calcetines nuevos, pero no cuando trae sus calcetines muy gastados. La condición normal debería ser que no notáramos cuando un hermano trae calcetines nuevos, pero que nos percatáramos cuando alguien trae calcetines muy gastados. Si éste es nuestro caso, entonces podremos llevar a cabo una obra sólida. Tenemos que amar a los hermanos y hermanas y cuidar de ellos, pero tal amor debe estar basado en sus necesidades y no en nuestros sentimientos. Cuando ellos tengan una necesidad, somos nosotros quienes la tenemos. Debemos aprender a llevar las cargas de los hermanos (Gá. 6:2). Entonces la administración de la iglesia y el ministerio de la palabra traerán mucha edificación a la iglesia.
No es una tarea fácil edificar la iglesia. Conducir personas a la salvación y edificarlas individualmente es algo sencillo, pero edificar la iglesia no es tan simple. No necesitamos aprender tantas lecciones para conducir personas a la salvación y edificarlas individualmente. Sin embargo, a fin de edificar la iglesia, es decir, de edificar corporativamente a un grupo de creyentes, es necesario aprender una serie de lecciones. A fin de que la administración ejercida por los ancianos edifique la iglesia y a fin de que el ministerio de la palabra redunde en la edificación de la iglesia, tenemos que prestar atención a los puntos antes mencionados. Si no aprendemos todos estos puntos, no cabe esperar que la administración de la iglesia y el ministerio de la palabra realizados por nosotros logre edificar la iglesia.
Algunos piensan que los ancianos necesitan ser humildes y cuidadosos y que aquellos que ministran la palabra deben ser muy cautelosos con sus palabras. Tal vez esto sea correcto, pero el hecho de que sean humildes, cuidadosos y cautelosos no es lo más importante. Dichas cualidades por sí mismas no pueden lograr que los hermanos tengan un gran aprecio por los ancianos, ni mucho menos lograr que sean edificados corporativamente. En lugar de ello, el hecho de que ellos sean edificados corporativamente depende de si se ponen en práctica los puntos que consideramos anteriormente. Es preciso que aprendamos dichos puntos y seamos equipados con ellos.
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