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Estudio-vida de los Salmospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-0265-4
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Actualmente disponible en: Capítulo 13 de 45 Sección 3 de 5

E. Los ojos de David miraban siempre hacia Dios

David dijo que sus ojos miraban siempre hacia Jehová porque El sacaría de la red los pies de David y se volvería a él, le sería propicio, aliviaría las angustias de su corazón, lo sacaría de sus congojas y vería su aflicción y sus penas (vs. 15-18a). Aquí también hay una mezcla del concepto divino, el cual es conforme al árbol de la vida, y el concepto humano, el cual es conforme al árbol de la ciencia del bien y del mal.

F. Le pide a Dios que mire a sus muchos enemigos, quienes lo aborrecen con odio violento

David le pidió a Dios que mirara a sus muchos enemigos, quienes lo aborrecían con odio violento (v. 19). Esto tiene que ver con el árbol de la ciencia del bien y del mal. No cabe duda que David correspondía con odio al odio de sus enemigos. Esto va totalmente en contra del principio del Nuevo Testamento, el cual nos pide que amemos a nuestros enemigos y que oremos por ellos (Mt. 5:43-44).

David también le pidió a Dios que lo librase guardando su alma y no permitiendo que fuese avergonzado, porque él se había refugiado en Dios (Sal. 25:20). Luego le pidió a Dios que lo preservara, no por causa de la redención y las compasiones de Dios, sino por causa de su integridad y rectitud, porque él había esperado en Dios (v. 21). David dijo que él andaba en integridad, que andaba en rectitud, y que esperaba en Dios. Esto también es una expresión mezclada. Durante la era en que él vivía no había nada incorrecto en esperar en Dios, pero que David le pidiera a Dios que lo guardase por causa de su integridad corresponde al concepto humano. Integridad significa pureza absoluta más perfección absoluta. David seguramente no era absolutamente puro, perfecto ni recto. El no debió haberle pedido a Dios que lo guardase por causa de su integridad y rectitud. Esta clase de pensamiento tiene que ver con el árbol de la ciencia del bien y del mal.

G. Le pide a Dios que redima
a Israel de todas sus angustias

En el versículo 22 David le pide a Dios que redima a Israel de todas sus angustias.

II. AL PEDIR A DIOS QUE LO JUZGUE,
LO ESCUDRIÑE, LO PRUEBE Y LO EXAMINE

El salmo 26 revela las expresiones mezcladas de los sentimientos de David al pedirle a Dios que lo juzgue, lo escudriñe, lo pruebe y lo examine. Pedirle a Dios que lo examine a uno es como pedirle a alguien que examine un cadáver. ¿Qué hay dentro de nosotros que valga la pena de ser examinado por Dios? Somos como un cadáver totalmente putrefacto, corrupto e inmundo. Sin embargo, muchos de los que leen los salmos se deleitan en las expresiones de David al pedirle a Dios que lo juzgue, lo escudriñe, lo pruebe y lo examine. La expresión neotestamentaria es ésta: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20a). Esto quiere decir que hemos sido terminados. En este sentido somos como un cadáver, al cual no vale la pena examinar. ¿Quién se atreve a pedirle a Dios que venga y lo examine? Yo no me atrevo a hacerlo.

Cuando fui encarcelado por el ejército invasor japonés, yo no le pedí a Dios, como David lo hizo, que me juzgara para que viera que yo había andado en integridad, ni que me escudriñara porque había andado en Su verdad (Sal. 26:1-3). En vez de eso, le confesé a El mis pecados, fallas, errores y defectos diarios. Debemos decirle al Señor: “Señor, no sirvo para nada sino para la muerte. Pero agradezco que Tú me has crucificado, y que en el bautismo he sido sepultado. Ahora ya no debo vivir yo, sino Tú en mí”. ¡Qué enorme diferencia existe entre esta expresión conforme a la revelación del Nuevo Testamento y la expresión de David en el salmo 26!

¿Quién se atreve a orar, diciendo: “Dios, ven y júzgame, escudríñame, pruébame y examíname”? ¿Acaso somos dignos de que Dios nos ponga a prueba? En nosotros abundan defectos, faltas, errores, ofensas, transgresiones, abusos, maldades, iniquidad, pecado, pecados y contaminación. Muchas veces no estamos bien en nuestra actitud interna hacia otros. Por esta razón, cada día tengo que confesarme ante el Señor. Aun antes de hablar en las reuniones, a menudo oro así: “Señor, perdónanos y purifícanos con Tu preciosa sangre”. Si no confieso mis pecados y mi contaminación, no puedo tener una conciencia pura y un espíritu fuerte para hablar por el Señor.


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