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Cristo crucificado, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3691-8
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Actualmente disponible en: Capítulo 11 de 14 Sección 2 de 3

SER SALVOS ES RECIBIR LA VIDA DE DIOS
AÑADIDA A LA VIDA HUMANA

La salvación de Dios no sólo nos otorga el perdón de nuestros pecados y el lavamiento de nuestra inmundicia; la salvación de Dios nos da a Cristo en el momento en que somos salvos. Cuando Cristo entra en nosotros, Él se convierte en nuestra vida. En el momento en que somos salvos, recibimos a Cristo como nuestra vida; es decir, recibimos a Dios como vida dentro de nuestro ser. Esta vida que entra en nosotros es diferente de nuestra vida natural. De manera que, además de la vida natural que ya tenemos, recibimos otra vida. Por lo tanto, a partir del momento en que somos salvos, llegamos a tener en nosotros dos vidas diferentes. Una es la vida que teníamos originalmente, y la otra es la vida de Dios, la cual ha sido añadida a nosotros.

Nunca debemos pensar que necesitamos ser salvos porque nuestra vida es muy deficiente y, por tanto, que Dios quiere que mejoremos nuestra vida. No es así. Cuando Dios nos salva, Él nos da otra vida, Su propia vida, además de nuestra propia vida. Al principio no teníamos la vida de Dios, pero después de creer en el Señor Jesús y de recibirle como nuestro Salvador, la vida de Dios nos fue añadida.

Lo más básico con respecto a un cristiano es que la vida de Dios le ha sido añadida. Una vez que esta vida entra en él, él llega a tener dos vidas. Una es la vida que tenía originalmente, y la otra es la vida de Dios, la vida que le fue añadida. En su propia vida hay toda índole de maldad, como cosas malignas, inmundicia, tinieblas, odio, envidias, engaños y codicias. Ésta es su vida original. Sin embargo, la vida que le fue añadida, puesto que se trata de la vida de Dios, es una vida buena, resplandeciente, mansa, amorosa, justa y santa. Todas las semillas de la bondad de Dios están en esta vida, la cual es Cristo mismo.

Esta vida que se ha añadido a nosotros es Cristo mismo. Antes de ser salvos, vivíamos por nuestra propia vida, la vida que está en nosotros. Andábamos, vivíamos y laborábamos totalmente conforme a la vida que teníamos originalmente. Si bien en esa vida había un poco de bondad, amor, mansedumbre, humildad y otras virtudes, dicha vida no era pura, pues estaba mezclada con tinieblas, maldad, odio, envidias y toda clase de engaño. Por ello, en nuestra vida cotidiana encontrábamos que en nuestro ser había odio y también amor, y envidia y también compasión. Además de esto, nos dimos cuenta de que a unos les hacíamos daño, mientras que a otros los ayudábamos. Éramos muy complicados y contradictorios; a veces éramos malvados y otras veces nos comportábamos como caballeros.

DEBEMOS VIVIR NO POR NUESTRA PROPIA VIDA,
SINO POR LA VIDA DE DIOS

Así pues, hay orgullo en nuestra humildad, odio en nuestro amor, falsedad en nuestra honestidad y aun intenciones malignas en nuestras buenas intenciones. Hay muchas cosas malignas escondidas en todos nuestros buenos elementos. Esto se debe a que la vida del hombre se volvió maligna, corrupta e impura. Por consiguiente, es imposible que la vida del hombre pueda ser aceptada por Dios. No obstante, aun si la vida del hombre no fuese maligna e impura, ésta seguiría siendo la vida del hombre. Por muy buena que sea la vida humana, ella no es la vida de Dios.

Los cristianos son personas que han recibido la vida de Dios. Una vez que una persona es salva, tiene a Cristo, a Dios y la vida de Dios en él. A partir de ese momento, la vida de Dios está en él, pero no para que trate de cambiar su conducta externa; más bien, Dios quiere que él viva en virtud de la vida de Dios. Anteriormente, él vivía por su propia vida, pero ahora Dios quiere que él viva en virtud de la vida de Dios, no por su propia vida.

Podemos usar el siguiente ejemplo. En el pasado encendíamos lámparas de kerosén, pero ahora tenemos lámparas eléctricas. Sin embargo, muchas personas, debido a que se habían acostumbrado a las lámparas de kerosén, preferían sus lámparas de kerosén en lugar de cambiarlas por lámparas eléctricas. Por consiguiente, lo importante no es ver si hay luz o no, sino cuál es la fuente de la luz. No podemos suponer que porque la luz resplandece, todo está bien. También debemos preguntarnos: “¿Esta luz proviene de una lámpara de kerosén o de una lámpara eléctrica?”. En el pasado nuestra vida era una “lámpara de kerosén”, pero después de que fuimos salvos, la vida de Dios entró en nosotros. Es como si se hubiese instalado en nosotros una lámpara eléctrica. Por lo tanto, en lugar de usar la “lámpara de kerosén”, debemos usar la “lámpara eléctrica”.

Todos sabemos que mientras una lámpara de kerosén no esté encendida no echará humo; sin embargo, cuanto más alumbre, más humo echará. Así que, con la lámpara de kerosén tendremos luz y humo al mismo tiempo. De igual manera, en nuestra vida natural está presente el bien y el mal. Cuanto más tratemos de hacer el bien por nosotros mismos, más errores cometeremos; es decir, cuanto más “alumbraremos”, más “humo” echaremos. En nuestro ser está el bien y también el mal. De hecho, nuestra vida natural es simplemente el árbol del conocimiento del bien y del mal. La intención de Dios no es que abandonemos el mal y hagamos el bien por nosotros mismos. Ése es el concepto humano, no la intención de Dios. La intención de Dios es que ya no vivamos por nuestra vida natural sino por Su vida. Si vivimos por la vida divina, “alumbraremos”, pero no echaremos “humo”. Si andamos en virtud de la vida de Dios, de inmediato veremos que en Su vida únicamente se encuentra el bien, no tiene el mal.

Puesto que la vida de Dios es Dios mismo, cuando vivimos por la vida de Dios, vivimos en virtud de Dios. De este modo, lo que expresamos en nuestro vivir no es solamente el bien, sino también a Dios mismo. Lo que se expresa por medio de nosotros es la naturaleza de Dios y Su fragancia. Cuando vivimos por nuestra propia vida, puede ser que hagamos lo bueno o lo malo; ambos son expresados por nuestra propia vida. Así que las personas percibirán el bien en nosotros, pero no tocarán a Dios. Tal vez no noten ninguna maldad en nosotros, pero tampoco verán la naturaleza de Dios en nosotros. ¿Por qué? Porque en el mejor de los casos únicamente hemos logrado mejorar nuestro comportamiento, pero la fuente de nuestra vida aún no ha cambiado. Hablando con propiedad, esto no es ser un cristiano sino un moralista. Los cristianos no son solamente personas éticas, sino que también viven en virtud de Dios. Los cristianos tienen a Cristo como su vida y viven por Él, tomándole como vida. Como resultado, lo que ellos expresan en su vivir no es simplemente algo bueno o ético, sino a Cristo mismo.

Debemos tener muy claro que puesto que somos salvos, ahora tenemos a Cristo en nosotros como nuestra vida. ¿Qué significa esto? Por ejemplo, si nuestro cuerpo no tiene vida, no podremos hablar, pensar, ver, oír, sentarnos ni caminar. No podremos movernos en absoluto. La razón por la cual podemos movernos y pensar es que tenemos vida en nosotros, y todas nuestras acciones se basan en esta vida y se originan en ella. El hecho de que Cristo sea nuestra vida significa que todas nuestras acciones, pensamientos, palabras y hechos son conforme a Cristo y se originan en Él. De manera que cuando actuamos, es Cristo quien actúa en nosotros, cuando hablamos es Cristo quien habla, y cuando pensamos es Cristo quien piensa. Todo nuestro vivir y nuestro andar es conforme al Cristo que mora en nosotros; todo lo hacemos por medio de Él.

No debemos pensar que esto es una simple teoría. Es crucial que todos captemos muy bien este principio básico. ¿Qué significa ser cristiano? Un cristiano es alguien que tiene a Cristo en él como vida. ¿Qué es el bautismo? Es ser sumergido en Cristo. ¿Qué significa partir el pan? Es comer a Cristo, es decir, comer el cuerpo del Señor y beber Su sangre. Es comer y beber del Señor mismo y recibir al Señor mismo. El principio básico de la vida cristiana es estar en Cristo, hacerlo todo por medio de Cristo y tomar a Cristo como nuestra fuente, con el fin de ganar más de Cristo.


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