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Visión del edificio de Dios, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6775-2
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Actualmente disponible en: Capítulo 5 de 19 Sección 2 de 4

EL ALTAR

El altar es el lugar donde son presentadas todas las ofrendas. Su significado esencial es juicio, redención y consagración. Cuando los israelitas le ofrecían algo al Señor, tenían que traerlo al altar. Todo lo que ellos ofrecían tenía que pasar por el altar; tenía que ser inmolado e incinerado sobre el altar. Esto nos habla de juicio. Es posible que, como cristianos, nos hayamos ofrecido muy apropiadamente al Señor. Es cierto que Dios necesita que nos ofrezcamos a Él, pero lo primero que Él nos exige es que pongamos todo sobre el altar. Él tiene que juzgarnos haciéndonos morir e incinerándonos. Aunque esto nos parezca un panorama aterrador, debemos entender que todo lo natural en nosotros tiene que ser juzgado. Dios jamás podrá aceptar el hombre natural ni su vivir como material para Su edificio. Todo cuanto somos, todo cuanto tenemos y todo cuanto podemos hacer debe ser juzgado por el altar. El altar tipifica la cruz. Debemos ser escudriñados y juzgados por la cruz.

Ésta es la experiencia cristiana apropiada: mientras pasamos tiempo en la presencia del Señor en comunión con él, tendremos la sensación de que Él nos pide que ofrezcamos todo lo que somos, todo lo que tenemos y todo lo que podemos hacer. Así pues, le ofrecemos todo a Él. Pero después de esto tendremos la sensación de que somos personas pecaminosas, caídas, malignas y corruptas y que somos carnales, anímicos y naturales. Tendremos la sensación de que somos completamente inútiles para el edificio de Dios. Por lo tanto, tenemos que ser puestos en la cruz. ¡Alabado sea el Señor, pues ya fuimos puestos en la cruz!

Es preciso que captemos la realidad de la muerte de Cristo: éste es el verdadero juicio. Esto significa que, por un lado, Dios exige que ofrezcamos nuestra vida y todo lo que poseemos. Pero por otro lado, significa que comprendemos que no servimos para otra cosa que morir y que ya fuimos puestos en la cruz. Mediante la consagración comprendemos que ya se nos puso fin, que ya fuimos puestos en la cruz. Ésta es la experiencia de pasar por el altar, la verdadera experiencia de la cruz.

Una vez un hermano se me acercó y me dijo: “Anoche tuve un sueño, y esta mañana acudí al Señor. He visto que el Señor quiere que me ofrezca a Él. Puesto que soy bastante listo en ciertas cosas que podrían ser de mucha utilidad para la edificación de la iglesia, esta mañana sentí la carga de venir a contarle que me he ofrecido al Señor para la edificación de la iglesia”. Le respondí: “Hermano, por un lado, esto es maravilloso, pero, por otro lado, es espantoso. Cuando usted se ofrece de esa manera al Señor para la edificación de la iglesia, esto es algo espantoso”. Sintiéndose profundamente decepcionado, exclamó: “¿Acaso no soy lo suficiente bueno?”. Le contesté: “Hermano, usted no sirve para otra cosa que morir. Olvídese de su propia inteligencia; usted tiene que arrojar eso al océano. El Señor no necesita su inteligencia; eso es algo que debe morir, es algo que tiene que ser juzgado. Su mente inteligente tiene que ser puesta sobre el altar. De hecho, usted tiene que ponerlo todo sobre el altar”.

Ningún israelita podía entrar en el tabernáculo sin antes pasar por el altar. Si intentara hacerlo, perecería al instante. De hecho, todos nosotros debemos morir, ya sea sobre el altar o dentro del tabernáculo. Pero es mejor morir sobre el altar, en la cruz, que morir en el tabernáculo. Sólo el Señor es testigo de cuántas veces me he dicho a mí mismo: “Tienes que morir. Tienes que ser puesto en la cruz. Tienes que comprender que ya fuiste puesto en la cruz”. No debemos pensar que somos muy listos. El edificio de Dios no requiere personas inteligentes ni tontas, sino únicamente aquellas que han sido puestas en la cruz, aquellas que han sido inmoladas e incineradas sobre el altar, y que han sido escudriñadas, juzgadas y desechadas.

El segundo significado del altar es la redención. ¡Alabado sea el Señor! Todo lo que Dios juzga, también lo redime. La redención se logra por medio del juicio y redunda en la resurrección. Todo lo que hagamos morir, Dios lo resucitará en Su redención. Nosotros simplemente nos ponemos en la posición de la muerte. No debemos preocuparnos por saber el paso que sigue. El Espíritu Santo nos introducirá en la vida. Nosotros nos ponemos sobre el altar, y el Espíritu Santo nos introducirá en el tabernáculo. Dios redime lo que juzga. La redención que se logra por medio del juicio es algo que debemos experimentar; esto no es un asunto teológico.

El tercer significado del altar es la consagración. Inmediatamente después de la redención, el Señor nos exigirá consagrarnos nuevamente. Debemos experimentar la consagración continuamente desde el primer paso hasta el último. Paso a paso, antes del juicio y después de la redención, debemos consagrarnos. En cada situación, debemos estar conscientes continuamente de que somos un pueblo consagrado. Éste es el verdadero significado del altar. Todas las cosas que traemos a Dios deben ser puestas sobre el altar, y deben ser juzgadas, redimidas y consagradas. Es únicamente después de pasar por el altar que todo será verdaderamente consagrado a Dios. Nada puede pertenecer a Dios ni ser realmente Suyo, sino hasta que haya pasado por el altar. Es posible que usted se haya ofrecido al Señor, pero ¿ha pasado por la experiencia de la cruz? ¿Ha experimentado la resurrección y la realidad de la consagración? ¿Tiene usted este altar en su vida diaria? El cuadro del tabernáculo nos muestra que no podemos tener el edificio de Dios en realidad si primero no hemos experimentado el altar. La experiencia del altar debe precederlo todo. Todo lo demás se basa en esta experiencia.

Ahora presten atención a las medidas del altar. Es un cuadrado, pues mide cinco codos de ancho por cinco de largo, y su altura es de tres codos. El número cinco representa a la criatura (cuatro) más el Creador (uno), quienes juntos llevan la responsabilidad de cumplir los requisitos de Dios. Los Diez Mandamientos y las diez vírgenes (Mt. 25:1-13) se dividen en dos grupos de cinco. Todos éstos son símbolo de la responsabilidad que hay que asumir para cumplir los requisitos de Dios. Por lo tanto, el hecho de que el altar fuera un cuadrado de cinco por cinco nos comunica la idea de que los requisitos de Dios fuesen cumplidos cabalmente y con plena responsabilidad. El número tres simboliza al Dios Triuno. Esto nos habla de la responsabilidad asumida por el altar y de los requisitos que ha cumplido. La cruz de Cristo asciende a la norma del Dios Triuno. La cruz de Cristo ha satisfecho los requisitos de Dios. Y nosotros también, al experimentar la cruz, satisfacemos los requisitos de Dios.

Por lo tanto, nosotros debemos comprender que es imprescindible que Dios, en el altar y por medio del altar, nos juzgue conforme a Su norma al cumplirse cabalmente y con plena responsabilidad los requisitos de Dios. Esto fue así con respecto al Señor Jesús cuando estuvo en la cruz, y también debe ser igual con respecto a nosotros en nuestra experiencia subjetiva de la cruz. Si hemos de tener parte en el edificio de Dios, debemos ante todo cumplir con los justos requisitos de Dios. Cualquier persona o cosa que sea traída al edificio de Dios debe pasar por el altar de esta manera.


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