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Vencedores que Dios busca, Lospor Watchman Nee

ISBN: 978-0-7363-0651-5
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Actualmente disponible en: Capítulo 3 de 8 Sección 6 de 8

VI. LA SELECCION DE LOS VENCEDORES

Lectura bíblica: Jue. 6:1-6, 11-35; 7:1-8, 19-25; 8:1-4

Llegamos ahora a la descripción de la forma en que fueron seleccionados los vencedores, y cómo fueron separados de los que no lo eran.

En el libro de Números dice que todo varón de los israelitas de veinte años para arriba tenía que dedicarse al servicio militar para ir a la guerra por el Señor. En el tiempo de los Jueces, los israelitas se habían degradado. A fin de librar a toda la nación, Dios tuvo que seleccionar trescientos hombres que fueran a pelear la batalla que todos debían pelear, pero que no lo hicieron. La mayoría no dio la talla y no pudo ir a la batalla por Jehová. Muchas personas pueden guardar la fe y finalizar la carrera, pero no saben cómo pelear la buena batalla.

Cómo ser un vencedor:
el caso de Gedeón

1. Reconoció que era el menor:
se conocía a sí mismo

Es fácil ser humilde delante de Dios, pero es muy difícil serlo delante de los hombres cuando uno se compara con otros. Es fácil decir: “Yo soy el menor”, pero no es fácil decir: “Yo soy el menor en la casa de mi padre”. No es difícil decir: “Mi familia es pobre”, pero sí lo es decir: “Mi familia es pobre en Manasés” (Jue. 6:15). Los vencedores no ven el resplandor de sus propios rostros, pero los demás sí. Quienes ven sus rostros radiantes en el espejo no son vencedores. Aunque David fue ungido, se consideraba un perro. Los vencedores no tienen el nombre de vencedores, sino la realidad.

2. Recibió la visión celestial: vio al Señor

Nadie se entrega a la obra sin haber recibido una visión. Cuando se tiene una visión, aunque se encuentren dificultades, se llega a la meta. Cuando el Señor nos habla, podemos cruzar al otro lado. Cuando tenemos la visión, nuestros pasos serán firmes en la obra.

3. Recibió la visión y no la desobedeció:
respondió al llamado del Señor
y ofreció sacrificios

Aun cuando nos consideremos el menor, debemos ponernos en las manos de Dios. Independientemente de si nos vemos grandes o pequeños, si no nos ponemos en las manos de Dios, no seremos de ninguna utilidad. Todos los sacrificios vivos que se ofrecen según la voluntad de Dios son aceptables a El. Los vencedores fueron llamados por Dios. ¿Ha oído usted y respondido al llamado a los vencedores que se hace en Apocalipsis 2 y 3?

4. Derribó los ídolos:
un testimonio visible

Después de consagrarnos con nuestro corazón, sigue siendo necesario derribar los ídolos como un testimonio visible. Necesitamos estar conscientes de nosotros mismos, de nuestra familia y de aquellos con quienes tenemos contacto. Todo aquello a lo que se le dé un lugar al mismo nivel de Dios, se debe derribar. Solamente aquellos que han visto al Angel de Dios, que es el Señor, saben que todo lo que no sea el Señor es un ídolo. Solo después de haber visto al Angel de Dios, se da cuenta uno de que la imagen de madera no es Dios. El sacrificio sobre el peñasco (Jue. 6:21) es ofrecido por el individuo, pero el sacrificio en el altar (v. 24) se ofrece por la multitud.

Después de haber pasado por estos cuatro pasos, el Espíritu Santo vino sobre Gedeón. El hombre es lleno del Espíritu cuando está en la debida condición, y no como resultado de orar. Así que cuando uno está en la condición adecuada, el Espíritu viene sobre uno espontáneamente.

El sonido de la trompeta (v. 34) es el llamado a que otros se unan a las filas de los vencedores, quienes no actúan independientemente. Debemos separarnos de los derrotados y juntarnos con los vencedores.

Cómo seleccionar a los vencedores:
los trescientos hombres

1. La primera selección

En la primera selección veintidós mil personas quedaron excluidas. Estas no fueron a la batalla por dos razones. En primer lugar, deseaban gloria para sí. Es posible que estemos dispuestos a entregar nuestra vida, mas no nuestra gloria. No solamente tenemos que vencer a Satanás, sino también a nosotros mismos. Dios desea solamente a aquellos que trabajen para El sin jactarse. Después de laborar para el Señor simplemente debemos decir: “Esclavos inútiles somos” (Lc. 17:10). Debemos olvidarnos de cuánto hemos arado o de cuántas ovejas hemos apacentado. Dios no comparte Su gloria con nosotros. Si esperamos algo para nosotros, seremos eliminados. En segundo lugar tenían temor y estremecimiento (Jue. 7:3). A todo aquel que teme y se estremece se le pedirá que no vaya a la guerra. No debemos amarnos a nosotros mismos, sino que debemos soportar los padecimientos. El mayor sufrimiento no es material sino espiritual. Todo aquel que desee gloriarse, que tema o que tiemble será descalificado. La victoria no depende de la cantidad de personas que vayan a la batalla, sino del conocimiento de Dios que tengan.

2. La segunda selección

La segunda prueba se basó en un asunto insignificante: beber agua. Las cosas pequeñas siempre sacan a la luz lo que somos. En aquellos días, tanto los judíos como los árabes, cuando viajaban cargaban sus pertenencias a sus espaldas. Había dos maneras de beber agua en el camino. Una era bajar la carga y arrodillarse, doblándose hasta el suelo para beber con la boca, y la otra era llevar el agua a la boca con la mano manteniendo la carga en la espalda. Esta última forma se empleaba para ahorrar tiempo y para mantenerse alerta en caso de ladrones. Entre los diez mil, nueve mil setecientos se agacharon para beber con la boca directamente en el agua, mientras que trescientos bebieron recogiendo agua en la mano y llevándola a la boca. Todos los que bebieron directamente con la boca fueron eliminados. Los que bebieron llevando el agua a la boca fueron seleccionados por Dios. La persona en quien la cruz ha obrado, aunque tenga la oportunidad de ser indulgente consigo misma, no lo hará. A esta clase de personas las puede usar Dios, pues El sólo puede usar a quienes están dispuestos a ser inmolados en la cruz.

Los tres criterios por los cuales Dios selecciona a los vencedores son: (1) Que se entreguen incondicionalmente a la gloria de Dios (2) que no le teman a nada, y (3) que permitan que la cruz ponga fin a su yo. Uno puede juzgar por sí mismo si es un vencedor. Dios nos someterá a prueba, y pondrá en evidencia si somos vencedores o no. Solamente quienes conocen la victoria de la cruz podrán mantener dicha victoria.

La unidad de los vencedores

Dios le dio a Gedeón trescientos hombres e hizo de ellos un solo cuerpo. La victoria de un solo individuo no tiene valor. Gedeón y aquellos trescientos hombres actuaron juntos y procedieron en unanimidad. La carne fue eliminada de ellos para que pudieran ser uno. Esta es la unidad que se tiene en el Espíritu y la vida que se experimenta en el Cuerpo. El Nuevo Testamento es una narración de reuniones más que de labor.

El resultado

Aunque aquellos trescientos hombres ganaron la batalla, toda la congregación persiguió al enemigo. Los trescientos hombres fueron los que pelearon, pero toda la congregación recogió la cosecha. Cuando vencemos, el Cuerpo en su totalidad es avivado. Cuando permanecemos en el fondo del río, el beneficio no es sólo para nosotros, sino para todo el Cuerpo. “Y de mi parte completo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por Su Cuerpo, que es la iglesia” (Col. 1:24). Para ser vencedores, tenemos que sufrir las murmuraciones de la gente, así como Gedeón sufrió las murmuraciones de los hombres de Efraín. Gedeón no solamente derrotó a los madianitas que vivían lejos del pueblo, sino también a los madianitas que estaban en medio del pueblo. Sólo personas así pueden vencer. Ellos estaban “cansados, más todavía persiguiendo” (Jue. 8:4b).

(29 de enero, por la tarde)


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