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Obra de edificación que Dios realizapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7020-2
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EL EDIFICIO DE DIOS EN EL NUEVO TESTAMENTO
—LA IGLESIA—
TAMBIÉN TIENE COMO SU CENTRO
LA MEZCLA DE DIOS CON EL HOMBRE

Prestemos ahora atención al Nuevo Testamento. El primer asunto al comienzo del Nuevo Testamento es la encarnación, por la cual Dios entra en el hombre. ¡Esto es un asunto maravilloso! El cristianismo de hoy constantemente presta atención a la historia de Belén, diciendo que allí nos nació un Salvador. Ciertamente esto es correcto, pero no es suficiente. La historia de Belén no es solamente acerca de un Salvador, sino también acerca de la mezcla de Dios y el hombre, acerca de Dios que entra en el hombre. El significado de lo ocurrido en Belén es que Dios se hizo carne y entró en el hombre para mezclarse con él y ser uno con él. Es un misterio el que Dios entre en el hombre para ser Dios para el hombre. Anteriormente Dios estaba fuera del hombre, pero ahora Dios ha entrado en él. Esto no tiene que ver simplemente con que Dios descienda del cielo a la tierra. Que Dios descienda del cielo a la tierra es un pensamiento humano, y no un concepto divino. El significado de lo que ocurrió en Belén no es simplemente que Dios viniera del cielo a la tierra, sino que entrara en el hombre. La encarnación trata de que Dios haya entrado en el hombre, de que Dios haya entrado en una unión con el hombre y haya fijado tabernáculo entre los hombres.

Debemos recordar que el hecho de que la Palabra se hiciera carne y fijara tabernáculo entre los hombres está relacionado con la edificación. Cuando la Palabra se hizo carne, comenzó la obra de edificación de manera concreta y sustanciosa. Dios comenzó a edificarse en el hombre. Ahora existía un hombre que podía decir: “Dios está en Mí. Fuera de Mí, ustedes no pueden encontrar a Dios ni tener a Dios. Soy un hombre nacido de María, y soy un nazareno de nombre Jesús; pero Dios está en Mí. Dentro de Mí está el propio Dios. Yo soy el tabernáculo; Yo soy el templo; Yo soy el edificio de Dios. ¿Alguna vez han visto el tabernáculo? Yo soy el tabernáculo. ¿Alguna vez han visto el templo? Yo soy el templo”.

Un día los judíos le preguntaron: “¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto? Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn. 2:18-19). Él no tenía otras señales que mostrarles más que ésta. Los judíos no entendieron lo que Él quería decir. Lo único que ellos veían era el templo delante de sus ojos, que era el templo edificado por el rey Herodes. El templo del Antiguo Testamento había pasado por tres etapas. La primera etapa fue el templo edificado por el rey Salomón y que fue destruido por los babilonios. La segunda etapa fue el templo reedificado por Esdras y sus compañeros después de su retorno de la tierra de cautividad. La escala de aquel templo era muy pequeña. La tercera etapa fue el templo reconstruido por Herodes cuando éste llegó a ser el rey del pueblo judío poco antes del nacimiento del Señor. A fin de agradar a los judíos, Herodes reedificó el templo y lo agrandó, tardándose cuarenta y seis años para terminarlo. Ése fue el templo que los judíos vieron en aquel entonces. Ellos entonces le dijeron al Señor: “En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y Tú en tres días lo levantarás?”. Ellos dijeron esto porque no entendieron que el Señor estaba hablando del templo de Su cuerpo (vs. 20-21). Dios estaba mezclado con Él, y Él era el templo de Dios.

Sin embargo, Satanás aborrecía este templo y quería deshacerse de él y destruirlo. Por eso, cuando el Señor Jesús fue juzgado, los judíos gritaron: “¡Fuera, fuera, crucifícale!” (19:15). Satanás pensó que podía destruir el templo de Dios, el edificio de Dios, al destruir a este hombre. Sin embargo, tres días después, el Señor resucitó. Por medio de la resurrección del Señor, el pequeño templo fue agrandado. Originalmente, el Señor era un solo grano de trigo; pero ahora por medio de la muerte y la resurrección, Él produjo muchos granos. Anteriormente, el Señor en Sí mismo era el templo; pero después que resucitó de los muertos e impartió Su vida en las personas, ellas también llegaron a ser el templo de Dios. Antes de la resurrección del Señor, solamente Jesús de Nazaret era el templo; pero después de Su resurrección, los galileos que pertenecían al Señor y todos los que habían recibido Su vida llegaron a ser parte de este templo. Era a esto que se refería el Señor cuando dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Por lo tanto, después de Su resurrección, el cuerpo físico del Señor llegó a ser Su Cuerpo místico, el cual incluye a Pedro, a Jacobo y a Juan, así como también a todos los que hemos sido salvos. Después de Su resurrección, el Cuerpo del Señor es un Cuerpo inmenso e inconmensurable. Este Cuerpo, el cual Él levantó en Su resurrección, es Su iglesia. La iglesia es Su Cuerpo, Su templo.

Queridos hermanos y hermanas, es preciso que veamos claramente este asunto de la edificación que Dios realiza en la era neotestamentaria. En primer lugar, el Señor, quien era la Palabra, se hizo carne y llegó a ser un tabernáculo, un templo. Dios se mezcló con Él y moraba dentro de Él. Sin embargo, en aquel entonces la escala de ese templo era muy pequeña, pues se limitaba a un solo hombre llamado Jesús el Nazareno. En todo el linaje humano, el edificio de Dios estaba sólo dentro de Él. Solamente Él era el tabernáculo de Dios, el templo de Dios. Dios moraba en Él, y Él moraba en Dios. Luego Dios hizo que Él pasara por la muerte y la resurrección a fin de poder impartir Su vida en Su pueblo. De este modo, lo que ocurrió en Belén en la encarnación también podía suceder en ellos. Así pues, Dios entró en estas personas y se forjó en su constitución. De este modo, ellas también fueron introducidas en Dios y llegaron a ser el templo de Dios. Como resultado, el templo ha sido agrandado, pues ya no se limita a una sola persona, sino que ha sido ensanchado para incluir a miles y miles de personas.

Desde el día que entró en Su pueblo, Dios ha venido edificando este templo. El Señor dijo: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (Mt. 16:18). ¿Cuál es esta roca? Esta roca es una referencia al Cristo resucitado. Inmediatamente después de que Pedro recibió la revelación y supo que el Señor era el Cristo, el Hijo del Dios viviente (v. 16), el Señor dijo: “Sobre esta roca edificaré Mi iglesia”. La iglesia está siendo edificada sobre Cristo, el Hijo del Dios viviente. Desde ese día, la obra de Dios ha consistido en edificar el Cuerpo —la iglesia como templo de Dios— sobre esta roca como fundamento.

En este edificio divino el Señor mismo no solamente es la roca, el fundamento, sino también la piedra angular (Ef. 2:20b; Mt. 21:42). Cada una de las piedras de esta casa está unida a Él. Por eso, 1 Pedro 2:4-5 dice que el Señor es una piedra viva, y que todos los salvos son piedras vivas que están unidas a Él y están siendo edificadas sobre Él como casa espiritual para que moren en ella Dios y Su pueblo.

Por dos mil años, Dios ha venido llevando a cabo esta obra de edificación en la iglesia. El apóstol Pablo nos dijo que después de la resurrección y ascensión del Señor, Él dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas y a otros como pastores y maestros. Todos estos dones son para la edificación de Su Cuerpo, el cual es la iglesia (Ef. 4:8-13). Además, él dijo que en Cristo todos los que hemos sido salvos estamos siendo juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu (2:21-22). Asimismo dijo que nosotros somos el templo de Dios (1 Co. 3:16), y que “el que se une al Señor, es un solo espíritu con Él” (6:17). Por lo tanto, este edificio es producto de la unión de Dios con el hombre en el espíritu; es el hombre y Dios que llegan a ser un solo espíritu. Este único espíritu es un edificio, una casa espiritual, la cual es la iglesia. Tanto Dios como el hombre están en este espíritu y moran en dicho espíritu. Ésta es la obra de edificación que Dios efectúa en la era neotestamentaria.


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