Visión del edificio de Dios, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6775-2
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Después del arca de Noé, el siguiente edificio de Dios fue el tabernáculo. El arca tenía muchos detalles significativos, pero no tenía tantos detalles como el tabernáculo, el tipo todo-inclusivo del edificio de Dios.
Cuando los israelitas fueron sacados de Egipto, su necesidad primordial era tener contacto con Dios. Por lo tanto, Moisés subió a un monte y moró en la presencia de Dios durante cuarenta días y cuarenta noches. Si somos serios delante del Señor con respecto a Su edificio en nuestros días, tenemos que entrar en Su presencia. Tenemos que aprender a subir para estar con el Señor en el monte; tenemos que escalar. Tenemos que aprender a permanecer en la presencia del Señor, teniendo comunión con Él por cierto tiempo. Entonces comprenderemos el significado de Su edificio eterno; sabremos qué es lo que Dios desea hoy. Comprenderemos que esto definitivamente no es lo que el cristianismo degradado de hoy está haciendo.
Durante el período prolongado en que Moisés estuvo en comunión con el Señor, Dios le ordenó, diciendo: “Di a los hijos de Israel que tomen para Mí una ofrenda elevada. Tomaréis Mi ofrenda elevada de todo varón cuyo corazón le mueva a hacerlo” (25:2). Dios desea nuestra ofrenda, nuestra consagración. La consagración siempre viene después de la comunión. Cuando usted tenga comunión con el Señor, debe decirle: “Señor, todo lo que soy, todo lo que tengo y todo lo que puedo hacer está disponible a Ti. Señor, todo está listo; muéstrame lo que deseas, y yo te lo daré”. Después que usted haya sido liberado de la usurpación de las falsificaciones de Satanás, debe acudir al Señor y pasar mucho tiempo teniendo comunión en Su presencia. Durante este tiempo de comunión, el Señor le revelará que necesita consagrar a Él todo lo que usted es y todo lo que posee. Debe traerle una ofrenda. No debe consagrarse conforme a su propia imaginación, sino conforme Dios lo dirija. Todo lo que Él le muestre, usted debe entregarlo a Él.
Había una madre que aparentemente amaba al Señor. Ella tenía tres hijos varones. Un día su tercer hijo, el más débil y el menos listo de ellos, vino y se ofreció delante de mí para ser “pastor”. Después de hacerle algunas preguntas, descubrí que la madre había decidido que el hijo mayor, quien era el más listo, debía estudiar para médico, que el segundo, quien era menos inteligente, debía hacer una carrera en los negocios y, por último, el tercer muchacho, el menos inteligente, debía ser “ofrecido al Señor”. Según su parecer, él únicamente servía para ser un “predicador”. ¡Pobre madre aquélla! Nosotros no tenemos ninguna base para decidir consagrarnos a Dios. El Señor es quien nos mostrará lo que debemos ofrecer.
El Señor le especificó a Moisés cuáles ofrendas Él deseaba. El Señor siempre quiere lo mejor. Hay tantos queridos cristianos que aman al Señor, pero con cierta reserva. Ellos todavía reservan para sí mismos lo mejor. Pero, en realidad, no tenemos ninguna opción; tenemos que dejar que Dios nos indique lo que Él quiere. Él elegirá todas las cosas que sirven para Su propósito: el oro, la plata, el bronce y, finalmente, las piedras de ónice (vs. 3-7).
Presten atención a la secuencia de los materiales que Dios pidió: oro, plata y, por último, piedras de ónice. Esto significa que desde el primer material hasta el último todos son preciosos. Si es precioso para usted, esto significa que es más precioso aún para el Señor. El Señor jamás desea algo que usted no quiera. Si usted desecha algo, el Señor le dirá: “Olvídese, eso yo tampoco lo quiero. ¡Quiero exactamente lo que usted quiere!”. Si yo fuera un israelita que estaba allí escuchando mientras Moisés daba las instrucciones de Dios, me habría desanimado e incluso habría exclamado temerosamente: “¿Oro, plata y piedras de ónice? ¡Oh, esas cosas son demasiado preciosas para mí!”. He ahí la prueba de nuestra consagración.
No estoy hablando acerca de la doctrina o teología de la consagración. Mi carga es mostrarles por qué después de más de dos mil años aún no tenemos el verdadero edificio para Dios sobre la tierra hoy. La razón es que todavía hay algunos cristianos que están en Babel, otros están en Sodoma, y muchísimos más continúan siendo usurpados por el rey de Egipto. Es cierto que algunos cristianos se han separado de Egipto; sin embargo, no permanecen en la presencia del Señor procurando conocer Su deseo y satisfacerlo. Incluso hay otros que han estado en la presencia del Señor, pero no están dispuestos a cederle lo que Él les pide y exige; rehúsan abrir sus corazones para entregarle todo lo mejor al Señor. Éste es el problema que afrontamos actualmente. Sin esta ofrenda, ¿cómo podría llegar a existir el edificio de Dios? ¿Se da cuenta de que Dios lo necesita a usted, incluyendo todo lo que usted es, todo lo que tiene y todo lo que puede hacer? ¿Por qué no le trae todo ante Su presencia y le dice: “Señor, todo está disponible a Ti; muéstrame lo que quieres y te lo daré”? ¿Ha visto usted que desde el oro hasta las piedras de ónice, incluyendo todos los demás materiales, todo lo que Dios nos pide es precioso y es lo mejor? Si le traemos al Señor hoy estas clases de ofrendas, tendremos Su edificio en términos prácticos.
Dios también le dijo a Moisés: “Que me hagan un santuario, para que habite en medio de ellos. Conforme a todo lo que Yo te muestre, el modelo del tabernáculo [...] así lo haréis” (vs. 8-9). El deseo de Dios es obtener una morada en esta tierra. Esto es conforme a Su plan; para ello, Él tiene un modelo, el cual concuerda con Su beneplácito. Es preciso que sepamos esto; es preciso que nos demos cuenta de que la intención de Dios en el universo es obtener una morada edificada entre Su pueblo y con Su pueblo aquí en la tierra. La edificación de las iglesias locales hoy es lo que Dios desea. Si somos personas conforme a Su corazón, prestaremos toda nuestra atención a este asunto, esto es, a la edificación de las iglesias como morada de Dios hoy sobre la tierra, en conformidad con el modelo de Dios, el cual nos ha sido presentado por la revelación de Dios. Cuando el tabernáculo fue levantado, la gloria de Dios lo cubrió y llenó (40:17, 34). Por medio de este edificio, Dios pudo expresarse en la tierra. Esto es lo que Dios continuamente desea.
Cuando el tabernáculo fue edificado, éste se convirtió en el centro de la historia del peregrinaje de Israel. Durante cuarenta años, la vida de los israelitas giró en torno a este tabernáculo. Finalmente, después de haber deambulado mucho, entraron en Canaán, trayendo consigo el tabernáculo y erigiéndolo allí (Jos. 18:1). Allí, ellos libraron muchas batallas, sojuzgaron a sus enemigos y conquistaron territorios, todo ello con el propósito de edificar una morada para Dios que fuese más grande y más firme. Debemos recordar cuánto David anhelaba edificar el templo para Dios. Sin embargo, a él se le dijo que aún no había llegado el tiempo; aún faltaban otros enemigos por ser sojuzgados. Esto demuestra que todo lo que hicieron para luchar y sojuzgar a los enemigos tenía como finalidad obtener el terreno para que el templo de Dios pudiese ser edificado.
Cuando el templo fue erigido, éste se convirtió en el centro de la historia judía. Más tarde, los babilonios vinieron y destruyeron el templo, llevando cautivos a los judíos (2 R. 25). Pero después de setenta años Dios inició una obra de recobro y trajo a los israelitas de regreso al terreno apropiado para que pudieran reedificar el templo (Esd. 1). Esta situación se repitió hasta el tiempo de la primera venida de Cristo.
A lo largo del relato neotestamentario, Cristo mismo es el tabernáculo y el templo aquí en la tierra (Jn. 1:14; 2:21). El enemigo de Dios vino a destruir a Cristo al hacerlo morir en la cruz. Pero el Señor Jesús les dijo a los judíos, a aquellas personas usadas por Satanás: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn. 2:19). Por medio de la resurrección, Cristo edificó el templo nuevamente; pero esta vez el templo no fue meramente Su cuerpo físico, sino Su Cuerpo místico, la iglesia. Desde entonces, la iglesia es el templo de Dios y, como tal, es el tema del resto del Nuevo Testamento. Cristo es el tema de la primera parte del Nuevo Testamento, y la iglesia es el tema de la segunda parte. Al final, después de la dispensación de la iglesia, la Nueva Jerusalén será el edificio de Dios final y consumado, Su morada eterna, la cual también es llamada “el tabernáculo de Dios” (Ap. 21).
Con esto concluye nuestra visión panorámica de todas las Escrituras. El edificio de Dios es el tema central de toda la Biblia. ¿Podría usted presentar otra perspectiva de las Escrituras? Si dice que sí, me temo que ésa no sea la visión principal. ¡Oh, no nos distraigamos de la visión central!
Tenemos que ver la visión del edificio de Dios desde un monte alto. De otro modo, nos perderemos en un laberinto de cosas secundarias. Dios condujo a Moisés y al apóstol Juan a un monte alto para que pudiesen tener una visión panorámica y supieran claramente cuál es el deseo central de Dios. Nosotros también debemos escalar para poder ver el panorama completo y no perdernos en algunos recovecos. No solamente en Génesis y Éxodo, un total de noventa capítulos, sino también en todas las Escrituras, vemos una sola cosa: Dios está en procura de un edificio en esta tierra donde pueda hallar reposo y expresarse.
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