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Estudio-vida de Ezequielpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6480-5
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Actualmente disponible en: Capítulo 19 de 27 Sección 3 de 5

SE LE ORDENA A EZEQUIEL QUE MIRE,
OIGA Y APLIQUE SU CORAZÓN

Ezequiel 40:4 dice: “Y me dijo aquel varón: Hijo de hombre, mira con tus ojos, oye con tus oídos y aplica tu corazón a todas las cosas que te muestro; porque con este propósito has sido traído aquí, para que te sea mostrado. Cuenta todo lo que ves a la casa de Israel”. Mientras Dios le mostraba la visión de Su edificio a Ezequiel, era necesario que el profeta tuviese una visión aguda y escuchase con mucha atención. Además, a fin de absorber las cosas que le serían mostradas, tenía que aplicar su corazón a ellas. Entonces, él podría declarar al pueblo de Dios todo cuanto había visto y oído.

EL EDIFICIO SANTO DE DIOS

El templo santo es el lugar donde Dios está, la morada de Dios. Si queremos buscar a Dios, contactarle, tener comunión con Él y servirle, debemos comprender que Dios tiene Su morada. Por un lado, Dios es omnipresente; por otro, Él tiene Su lugar particular. Si queremos reunirnos con Él, tenemos que conocer Su ubicación exacta, Su habitación definida. Por tanto, debemos considerar la visión del edificio de Dios en Ezequiel, pues esta visión describe el lugar donde Dios mora: Su templo santo.

Consideremos primero un diagrama general, o plano del terreno, del edificio de Dios. Por favor consulten el gráfico 1, el cual es el plano del terreno que muestra el templo, el atrio interior y el atrio exterior.

El edificio es cuadrado, y cada uno de sus cuatro lados mide quinientos codos. Tres de los cuatro lados tienen una puerta. Hay puertas en los lados que miran al este, al sur y al norte, todas las cuales conducen al atrio exterior alrededor de los muros. En el atrio exterior hay seis superficies pavimentadas con piedra. En cada uno de estos pavimentos hay cinco cámaras edificadas como lugares en los que la gente podía comer y disfrutar de los sacrificios y ofrendas. Esto significa que estas treinta cámaras son lugares para que disfrutemos a Cristo.

Dentro del atrio exterior hay un atrio interior, el cual también tiene puertas en tres lados, esto es, al este, al sur y al norte. Con éstas, tenemos un total de seis puertas: tres puertas que dan acceso al atrio exterior y tres puertas que dan acceso al atrio interior. Al respecto, debemos entender que el edificio visto por Ezequiel tenía dos muros alrededor, el muro que está del lado externo del atrio exterior y el muro que está del lado externo del atrio interior. En cada muro hay tres puertas. La medida y el diseño de los muros y puertas son exactamente iguales.

Dentro del atrio interior está el altar. Este altar es el centro de todo el complejo que constituye el edificio de Dios. El altar tipifica la cruz. Por tanto, que el altar sea el centro del complejo indica que la cruz de Cristo ocupa el lugar central en la economía de Dios y en los intereses de Dios.

En Ezequiel 40—48, una sección que trata sobre el edificio de Dios, se abordan tres asuntos principales: el templo santo, la ciudad santa y la Tierra Santa. El templo, la ciudad y la tierra son todos santos. Es significativo que Ezequiel comience su descripción no desde afuera, sino desde adentro. Ésta es la manera en que se realiza la economía de Dios. Al realizar Su economía Dios siempre comienza desde adentro, no desde afuera. Vemos un indicio de esto en 1 Tesalonicenses 5:23, que habla de “vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo”, y no del cuerpo, el alma y el espíritu. Esto revela que Dios comienza desde adentro, desde nuestro espíritu, y no desde afuera. La economía de Dios siempre comienza desde adentro, mientras que los movimientos humanos son siempre externos. A la luz de esto, debemos aprender en la vida de iglesia a no tener nada que comience de manera externa, sino siempre tener algo que comience desde adentro. Esto es aplicar lo que está revelado aquí respecto al edificio de Dios: primero el templo, después la ciudad y luego la tierra.

EL MURO

El primer ítem que debemos ver con respecto al templo es el muro. El templo tiene un muro en sus cuatro lados. El muro sirve para hacer separación, separando lo que pertenece a Dios de lo que no puede pertenecerle; separa lo que debe pertenecer a Dios de lo que jamás debe pertenecerle. Así pues, el muro es una línea de separación.

Las medidas del muro indican que el muro representa a Cristo mismo como línea de separación. Únicamente lo que está incluido en Cristo pertenece a los intereses de Dios y al edificio de Dios, pero todo lo que está fuera de Cristo está excluido de los intereses de Dios y del edificio de Dios. En una ciudad de millones de personas podemos saber quién es de Dios y quién no es de Dios por medio de Cristo como línea de separación. Todo aquel que está en Cristo pertenece a Dios, y todo aquel que está fuera de Cristo está separado de Dios. En otras palabras, todo aquel que pertenece a Cristo está del lado interno del muro, y todo aquel que está fuera de Cristo está del lado externo del muro.

Las medidas del muro son algo fuera de lo común. No pienso que en todos los siglos de la historia humana haya habido alguna vez un muro así. Este muro tiene seis codos de altura y seis codos de espesor. Si pudiéramos ver un corte transversal del muro, veríamos un cuadrado de seis codos por seis codos. El número seis se refiere al hombre, quien fue creado el sexto día. Puesto que el muro tiene seis codos de altura y seis codos de espesor, y puesto que seis es el número referente al hombre, podemos decir que el muro representa al Señor Jesús como hombre “cuadrado”, recto, perfecto y completo. Por ser este hombre “cuadrado”, recto, perfecto, completo e, incluso, estar en resurrección, Cristo es la línea de separación. Debido a que Cristo es “cuadrado” y recto, Él es plenamente apto. En Él no hay imperfección; con Él no hay carencia alguna ni nada torcido. Más bien, con Él todo es derecho, recto, perfecto y completo. Nuevamente les reitero: tal hombre es la línea de separación.

Si únicamente el Señor Jesús fuese tal hombre, estaríamos excluidos. Nosotros no somos “cuadrados”, derechos o rectos. Ciertamente no somos perfectos ni completos. Aunque somos tan deficientes, no debiéramos tratar de imitar a Cristo. Es imposible para cualquier ser humano imitar a Cristo, Aquel que es “cuadrado”, recto, perfecto y completo.

Cuando venimos al Señor Jesús y nos comparamos con Él, somos puestos al descubierto y condenados. Por ejemplo, en Lucas 2 vemos que cuando el Señor Jesús era un niño de apenas doce años de edad, independientemente de cuán consagrado estaba a Su Padre, Él todavía obedecía a Sus padres. Jóvenes, ustedes no son obedientes a sus padres al mismo tiempo que procuran atender a los intereses de su Padre, pero el Señor Jesús sí era obediente. Con base en este ejemplo podemos darnos cuenta de que la historia de la vida que llevó el Señor Jesús es un factor que nos condena.


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