Autoridad y la sumisión, Lapor Watchman Nee
ISBN: 978-0-7363-3690-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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La Palabra de Dios nos dice que el Señor Jesús y el Padre son uno. En el principio existía el Verbo, y también existía Dios. El Verbo era Dios y este Verbo creó los cielos y la tierra. En el principio la gloria estaba con Dios, una gloria a la cual nadie podía acercarse. Esta era la gloria del Hijo. El Padre y el Hijo son iguales, omnipotentes, coexistentes, es decir, existen simultáneamente. Pero existe una diferencia en la persona del Padre y del Hijo. Esta diferencia no es Su naturaleza intrínseca, sino algo en la constitución de la Deidad. La Biblia dice que el Señor no consideró el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse (Fil. 2:6). Aferrarse significa tomar con fuerza. La igualdad entre el Señor y Dios no era algo a lo que El tuviera que asirse por la fuerza; tampoco era una imposición ni una usurpación, porque el Señor tiene ya la imagen de Dios.
El pasaje de Filipenses 2:5-7 constituye una sección, y los versículos del 8-11 constituyen otra. La primera sección muestra que Cristo se despojó a Sí mismo, y la segunda sección afirma que El se humilló a Sí mismo. El Señor se bajó dos veces: primero se despojó de Su deidad, y luego se humilló a Sí mismo tomando forma humana. Cuando el Señor descendió a la tierra, se despojó de la gloria, el poder, la posición y la imagen que tenía en su deidad. Como resultado de esto, quienes no tenían revelación no lo reconocieron ni lo aceptaron como el Hijo de Dios, y pensaron que se trataba de un hombre común. Con respecto a la Deidad, el Señor escogió voluntariamente ser el Hijo, y someterse a la autoridad del Padre. Por lo tanto, El dijo que el Padre era mayor que El (Jn. 14:28). El Hijo tomó esa posición voluntariamente. En la Deidad hay una armonía perfecta. También podemos decir que en la Deidad hay igualdad; sin embargo, en la Deidad el Padre debe ser la cabeza y el Hijo debe someterse. El Padre representa la autoridad, y el Hijo representa la sumisión.
Para nosotros los seres humanos la sumisión es un asunto sencillo. Podemos someternos en la medida que nos humillamos a nosotros mismos. Pero la sumisión del Señor no es tan sencilla. Para el Señor la sumisión es más difícil que la creación de los cielos y de la tierra. Con el fin de someterse, El tuvo que despojarse de toda Su gloria, Su poder, Su posición y Su imagen como Deidad. También tuvo que tomar la forma de un siervo, pues solamente así El podía cumplir el requisito de la sumisión; por lo tanto, la sumisión es algo que el Hijo de Dios creó.
Anteriormente, el Padre y el Hijo compartían la misma gloria. Cuando el Señor vino a la tierra, el se despojó de Su autoridad y se sometió. El aceptó ser un siervo, restringido en el tiempo y el espacio como hombre. Pero esto no fue todo, el Señor se humilló a Sí mismo siendo obediente. La obediencia por parte de la Deidad es lo más maravilloso de todo el universo. El se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Esa fue una muerte dolorosa y vergonzosa. Por lo cual, al final, Dios lo exaltó hasta lo sumo. Puesto que el que se humilla será exaltado. Este es un principio divino.
Originalmente, no había necesidad de que la Deidad se sometiera, pero debido a que el Señor creó la sumisión, el Padre llegó a ser la Cabeza de Cristo en la Deidad. Tanto la autoridad como la sumisión fueron establecidas por Dios y creadas desde el principio. Por consiguiente, quienes conocen al Señor serán sumisos espontáneamente, pero los que no conocen ni a Dios ni a Cristo, no conocen ni la autoridad ni la sumisión. En Cristo tenemos el modelo por excelencia de la sumisión; por eso, los que son sumisos aceptan el principio de Cristo, y quienes están llenos de Cristo, estarán llenos de sumisión.
En la actualidad muchos se preguntan: “¿Por qué tengo que someterme? ¿Por qué tengo que obedecerle a usted, si tanto usted como yo somos hermanos?” En realidad, el hombre no tiene derecho a hacer tales preguntas. Solamente el Señor es apto para hablar de esa manera; y aún así, jamás formuló esas preguntas. Ni siquiera hubo en El ese pensamiento. Cristo representa la sumisión, una sumisión perfecta, del mismo modo que la autoridad de Dios es perfecta. Hoy día algunas personas piensan que conocen la autoridad, pero no conocen la sumisión. Solamente podemos pedir la misericordia de Dios para tales personas.
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